VISITA PAPAL
Ritos, danzas y lengua indígenas desplazaron la política fervorosa en la Basílica
La petición de milagros ayer, a "Juan Pablo"
ELIA BALTAZAR
La verdad, no hay santo ni beato mexicano que aspire a las alturas de Juan Pablo II. Porque fue a él a quien acudieron ayer los más de 6 mil indígenas reunidos en el atrio de las Américas -según cifras oficiales- para pedirle "que nos ayude", "que nos guarde de la maldá del mundo", "que proteja a los hijos que están del otro lado", "que no se me mueran tanto mis animales", "que cure a m'ija porque el hijo le viene mal". Cualquier cosa podía hacer "Juan Pablo", a quien no llaman Papa y menos se refieren a él de "usted".
Ya vendrán mejores tiempos para san Juan Diego, pues más tiempo se llevó Juan Pablo II en elevarlo al altar de los santos que los comerciantes en convertirlo en producto a ofertar.
Los nuevos beatos Juan Bautista y Jacinto de los Angeles también deberán esperar para alcanzar mejor lugar en el rating de la fe popular, porque de plano pocos sabían siquiera que existieron -aun sus propios coterráneos oaxaqueños- o que ayer mismo Juan Pablo II elevaría su categoría de mártires de Cajonos.
Como sea, ayer la Basílica se despojó de la formalidad y el protocolo de la política fervorosa, que dejó su lugar a los ritos, las danzas, las lenguas y los atuendos indígenas, los que tomaron el lugar de honor en la última celebración religiosa encabezada aquí por Juan Pablo II.
Vinieron de Oaxaca, principalmente, pero también del estado de México, Hidalgo, Morelos, Puebla, Michoacán, Veracruz, San Luis Potosí y Chiapas. Llegaron a la ciudad entre la tarde y noche del miércoles o la madrugada de ayer.
Para los mil 500 oaxaqueños que arribaron en la caravana oficial de su arquidiócesis, hubo autobuses por un precio de 150 pesos por persona. El resto llegó como pudo. Los organizados con boleto entraron, pero quienes sólo confiaron en su suerte y en su estatus de indio pobre se quedaron fuera y pasaron la noche en la Casa del Peregrino, por la intensa lluvia que cayó sobre la parte centro y poniente de la ciudad la madrugada del jueves. Sólo al día siguiente pudieron mirar de lejos al Papa, en su recorrido hacia la Basílica, y entrar luego al atrio, ya concluida la ceremonia religiosa, para adivinar lo que no pudieron presenciar.
Construida en una superficie de 23 mil metros cuadrados y ocupada en poco más de la mitad la noche de ayer, la Casa del Peregrino sirvió de refugio para quienes llegaron de diversos estados, con y sin boleto de entrada, para atestiguar el último día de Juan Pablo II en la ciudad.
La mayoría abandonó este lugar apenas pasada la lluvia para comenzar su peregrinar hacia la Basílica, el atrio y encontrar lugar a lo largo de las aceras de calzada de los Misterios, que ya a las 6 de la mañana lucían casi llenas, aunque el papamóvil se esperaba que pasara a las 10 de la mañana.
Quizá porque la noche se hizo larga, los seguidores del Papa se inventaron otra porra de despedida: "šJuan Pablo/ te amamos/ por eso madrugamos!"
Convertido en escenario de Guelaguetza (palabra zapoteca que significa "fiesta del apoyo mutuo"), en el atrio de las Américas hubo ayer más color que el mismo miércoles de la beatificación de Juan Diego, cuando predominaron los atuendos de concheros y las danzas prehispánicas, ayer sólo vistas en calles aledañas y frente al nuevo recinto de santo indígena.
En esta ocasión, sin embargo, fueron los trajes típicos de las diferentes regiones oaxaqueñas los que predominaron entre la multitud. Se escuchaban otras lenguas en la ceremonia religiosa y en el atrio. Atuendos de mixtecos, zapotecos, mixes y triquis. Música del istmo y muchas tehuanas en las filas del público. Bordados y flores, plumas teñidas de divinidad y copal en el ambiente.
Hubo papel calado, mantas blancas, listones rojos y azules que se levantaban a cada porra, a cada grito de júbilo de los fieles. La diversidad de los pueblos de Oaxaca también se hizo música. Y ayer, por fortuna, el Amigo de Roberto Carlos se olvidó para entonar en su lugar La Zandunga como despedida.
Las voces de animadores que parecían salidas del Canal de las Estrellas también desaparecieron ayer para dejar su lugar a un acento indígena. Sonaron amenas las notas de bandas que acompañaron los bailes populares, antes de que llegara el Papa y aun cuando se retiró de la Basílica.
Al final, cientos de manos se volcaron sobre el suelo de la Basílica, pues sólo la arena teñida que los artesanos de Huamantla convirtieron en tapete para el Papa, satisfizo la ansiedad de la fe.