martes 30 de julio de
2002 |
Marcos a la medida "Paren al mundo, me quiero bajar" n Marcos Winocur |
"Paren al mundo, me quiero
bajar", es el reclamo de Mafalda, el muñequito de
Quino, reflejando ese anhelo de huir de nuestras
sociedades urbanas. Entre el stress y la contaminación,
el ansia de ir siempre más rápido y el miedo a que una
bomba nos adelante la hora, tratamos de comprender algo,
y preguntamos. Y es cuando el pecado resulta no la falta
sino el exceso: un alud de información nos cae encima,
sin que estén depurados los criterios confiables para su
procesamiento. Esto toca en particular a los
científicos. Un ejemplo. Uno de los articulistas del Newsweek entrevista a astrobiólogos de la NASA, quienes confiesan que hoy se replantean -casi nada- el concepto de vida. Jerry Soffen, director del departamento de investigaciones, dice: "Cuando fuimos a la escuela, la vida tenía piernas y alas, y era verde o algo así. Ahora la hallamos en aberturas termales de 120 grados centígrados bajo el mar y en el hielo glacial. Pensábamos saber lo que es la vida, pero ya no". Y el microbiólogo Nealson, también de la NASA, advierte: "El verdadero desastre sería encontrar vida y no reconocerla". Se refiere tanto a nuestro planeta como fuera de él. Por otro lado, es sabido, estar al tanto de los avances en una determinada disciplina o por lo menos en un tema, nos lleva insensiblemente a descuidar al pensamiento reflexivo, el alud de información no nos da cuartel. Existe hoy una fractura entre una empiria difícil de gobernar y una teoría que no alcanza a formularse, como dan cuenta los dos científicos citados. Desde luego, no se trata de entonar una letanía. El "exceso" de información puede ser visto como riqueza, cuyo disfrute pleno sólo se pospone. Y el mundo revuelto que nos perturba, entenderlo como transición traumática y necesaria para acceder a una nueva sociedad estable. El tiempo lo dirá. Mientras tanto, todos, el científico también, nos damos con la incertidumbre, donde las preguntas no faltan y urgen las respuestas. Por ejemplo. El desarrollo industrial -hijo de las tecnologías, y éstas como ciencia aplicada- es el culpable de la contaminación, de las armas de destrucción masiva, del crimen ecológico. ¿Votamos entonces contra la civilización? El Primer Mundo se construye sobre la marginación del Tercer Mundo. ¿Aceptamos entonces sin titubeos la excelencia científica que proviene de aquél? Sin atinar a dar respuestas, encendemos la televisión para bajar las tensiones, para acallar un rato el hervidero que son nuestras cabezas, y ¿con qué nos damos? Con la esquizofrenia: vistosos anuncios -como el tan publicitado de los caballos- de las empresas de cigarros, impulsándonos a fumar, es su negocio; y por el otro lado colocan al pie de la pantalla una leyenda que nos promete un buen cáncer de pulmón. ¿Qué se vale? ¿El anuncio o el contraanuncio que contiene el mismo anuncio? Y así de seguido. ¿El libro o el video? ¿Ambos? ¿El cuento que mi papá me leía antes de dormirme o los films donde los "malos" son legitimados? ¿El inocente Mickey o el perverso Bart Simpson? ¿La coca light, el café descafeinado, el pan sin colesterol y la leche descremada, o bien la coca tradicional, el café de siempre, el pan bolillo y la leche entera? Y así, puede que un día, desbordados y angustiados por la información incontrolable, ciudadanos de las sociedades urbanas, prisioneros de la ambivalente vida cotidiana, sin contar la desgastante competitividad profesional, pidamos, como Mafalda, "paren al mundo, nos queremos bajar". |