martes 30 de julio de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Opinión

La virgen de Guadalupe resucita a un indio

n Eduardo Merlo

Gran tristeza y preocupación despertó entre los asistentes a la procesión para el traslado de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, el hecho de que un indígena que celebraba ruidosamente el acontecimiento, accidentalmente disparó una flecha que se incrustó en el cuello de un danzante causándole la muerte por asfixia. Los hechos tuvieron lugar el 27 de diciembre de 1531, cuando se organizó la gigantesca procesión que materialmente ocupó la totalidad de la gran calzada Tepeyacac, que se tendía sobre la laguna desde Tlatelolco hasta las riberas del cerrito, donde se construyó, en tan sólo 14 días -desde entonces así somos los mexicanos- la ermita en que fue colocado el ayate del indio Juan Diego, y que contiene impresa la imagen de la "Siempre Virgen María". El contingente iba encabezado por el obispo electo don fray Juan de Zumárraga, los superiores de las órdenes franciscana y dominica, así como los clérigos de los templos capitalinos. Por parte de las autoridades estuvieron el alcalde mayor, los alcaldes menores, regidores, justicias y alguaciles del ayuntamiento, así como representantes de la Real Audiencia. También los pipiltin o nobles indígenas, acompañados como en sus mejores tiempos, de espectaculares cortejos.
Como se trataba de un acontecimiento especial, la Real Audiencia permitió a los indios de los distintos pueblos y parcialidades, participar con sus antiguos atuendos de guerra y sus atabales, para mayor gala de la fiesta. Fueron cientos de canoas adornadas, con los tlacatecatl o militares, luciendo regios penachos, fuertes rodelas de pieles, macanas, arcos y flechas. Destacaban los estandartes con los antiguos símbolos tribales; todo en medio de ensordecedor ruido de teponaztles, huehues y chirimías, así como los caracoles que dan un toque mágico al ambiente. Tan gran acontecimiento era esperado por los habitantes de la laguna, sus islas y alrededores, dado que el 12 de ese mes, en el palacio del señor obispo, ante la presencia del prelado, varios clérigos y los criados: el indio Juan Diego de Cuauhtitlán, desplegó su ayate que estaba pleno de rosas de Castilla, lo cual es de por sí una rareza casi milagrosa, dado que no son flores de estas tierras y nunca se dan en invierno; pero lo increíble es que al caer las flores, dejaron impresa la imagen de la Virgen María, rodeada de una mandorla de rayos luminosos, cosa nunca vista. Según el natural Juan Bernardino, tío paterno de Juan Diego, la gran Señora, pidió que la llamaran Santa María de Guadalupe. Pero volviendo al asunto que nos incumbe, en la procesión sin precedentes, entre tanta alegría y esplendor tuvo lugar el lamentable accidente; uno de los testigos nos relató lo siguiente: "...estaban algunos macehuales en canoas. Iban algunos haciendo escaramuzas, con encuentros de guerra, cada uno de los flecheros iba ataviado como chichimeca. Uno de ellos estiró su arco, y sin advertirlo, salió una flecha. En seguida fue flechado uno de ellos, allí donde estaba escaramuceando, y fue atravesado en su cuello: en seguida cayó..." Todos vieron cómo el herido cayó al agua y luego fue rescatado, pero había fallecido. La conmoción fue grande, la música calló, las escaramuzas se detuvieron y ninguno sabía qué hacer. Para entonces la parte principal de la procesión estaba llegando ya a la ermita para colocar el ayate maravilloso en el único altar. No sabemos de donde salió la iniciativa de llevar el cadáver hasta ese lugar, así lo hicieron y el pequeño atrio y su entorno resultaron insuficientes para tanta gente como se arremolinó junto al improvisado jacal de adobe que era la ermita. El señor Zumárraga consternado, mandó que colocaran el cuerpo frente al palio y procediendo a sacarle la flecha al muerto, ante tantos testigos, el hombre revivió, preguntó qué había pasado y luego se puso de pie. La primera reacción de la muchedumbre fue de sobresalto, pero inmediatamente todos celebraron el primer milagro de la Señora Tonantzin Santa María de Guadalupe.

(Fuente: Nican Motecpana, relato del siglo XVI escrito en náhuatl, que fue traducido por primera vez en 1649, por Luis Lasso de la Vega)