Pedro Gabriel Antonio, de 33 años, habla náhuatl, español y estudia inglés
Cantinero zapoteco, seleccionado para representar a Juan Diego en el proyecto visual de Valerio Gámez
Reflexionar sobre el futuro santo y la palabra casting, propósito del trabajo, dice el artista
CARLOS PAUL
Pedro Gabriel Antonio, de 33 años, de origen zapoteco, de padres veracruzanos, cantinero en un restaurante argentino, fue la persona seleccionada para representar al futuro santo mexicano en el contexto del proyecto Juan Diego casting, realizado por el artista visual Valerio Gámez.
Gabriel Antonio habla náhuatl, español y estudia inglés. "Es muy serio y conversa poco, pero le dio mucho gusto ser seleccionado, ya que participó en dicho proyecto por su creencia religiosa y porque piensa que Juan Diego debe ser representado por un indígena", comenta Gámez.
El propósito de Juan Diego casting fue "retomar la dinámica de la mercadotecnia con la cual se elige a un modelo para anunciar un producto y contraponerlo al proceso que se sigue para canonizar a un santo. Se trató de hacer un casting, en el que participaran todos aquellos que consideraran que su rostro podría representar a Juan Diego".
Con esto, comentó Gámez antes de que se realizara el casting, "trato de encontrar puntos de interés, reflexión o controversia, pues aún no se sabe cual será la poderosa imagen que congregará a la gente en torno de nuestro futuro santo".
Proceso para crear la imagen
Luego de la selección de Gabriel Antonio, realizada mediante una votación pública, explica ahora el artista visual, "nos dimos a la tarea, junto con el escenógrafo Mauricio Ascencio, de ver que tipo de vestuario le convenía llevar, por supuesto tenía que ser de manta. Juntos recorrimos diversas tiendas, revisamos distintas telas y nos decidimos por el yute, con el que se confeccionó algo muy sencillo: una camisa de manga corta y un pantalón. El diseño se realizó con base en las prendas que llevaba puestas Gabriel el día del casting, en el que participaron 18 personas. Estaba vestido con un pantalón de mezclilla y una playera blanca, es por eso que decidimos por algo casual y de trabajo.
"Después visitamos una tienda de pelucas, donde le probamos distintos bigotes y barbas hasta escoger las que usa en las fotografías. También le cambiamos el peinado, pues lo traía peinado hacia atrás con gel. Le cortamos el cabello y le dimos un look más moderno: lacio hacía adelante.
"Posteriormente, en colaboración con la artista visual Dulce María de Alvarado, se realizó el trabajo de maquillaje y se pensó en cómo y dónde llevaría la imagen de la virgen.
"Por el tipo de locación que habíamos pensado -el Zócalo de la ciudad de México con la Catedral al fondo-, decidimos que Juan Diego fuera un vendedor ambulante, y en ese sentido lo vestimos con una playera estampada con la Virgen de Guadalupe, creación de Alvarado. Además, entre los accesorios, porta un cinturón con la misma imagen, como una referencia chicana."
Las fotografías fueron tomadas por Pavka Segura, de la una a las cuatro de la mañana, comenta Gámez, para quien lo importante de este proyecto "es que se haya reflexionado sobre Juan Diego y la palabra casting a través de los medios de comunicación, y que se haya reflejado el bajo rating del beato".
Más expectativa por la visita del Papa que por la santificación
"En estos días -según Gámez-, la expectativa es más por la visita de Karol Wojtyla, que por la canonización de Juan Diego. Creo que lo importante para la gente no es su santificación, sino la visita de Juan Pablo II. Incluso, los comerciantes de figuras religiosas no han vendido más juandiegos últimamente.
"Por otro lado, no creo que la iglesia católica tome en cuenta la imagen que creamos de Juan Diego en este proyecto, pues está muy consciente de la proyección que le quiere dar al futuro santo. Al final ellos manipularán el sentido único de ese icono religioso."
Rechazan invitación de la arquidiócesis para llevar gente a la ceremonia religiosa
Etnias darán a conocer al Papa abusos y represión
BERTHA TERESA RAMIREZ
Grupos étnicos mixes, zapotecas y mixtecos se sumaron al Movimiento de Lucha Triqui y rechazaron atender la invitación del arzobispado de México para asistir a la ceremonia de canonización de Juan Diego. En un mensaje que dirigieron ayer a Juan Pablo II por medio de la Asamblea de Migrantes Indígenas del Distrito Federal, asentaron que las etnias del país sufren el abuso y la represión de quienes detentan el poder y preparan con gran algarabía su arribo.
Al leer el mensaje que dirigieron al máximo jerarca de la Iglesia católica, el representante de la citada organización, Fortino Hernández, asentó que la comunidad indígena "ve en el Papa a un hombre portador de un mensaje de bienestar, justicia, paz social y amor a la humanidad".
No obstante, en México las comunidades y pueblos indígenas, que conforman 12 por ciento de la población total, no han tenido la dicha de compartir ese bienestar social. "Aquí esos principios quedan meramente como buenos deseos, debido a que los que detentan el poder nunca han escuchado ni atendido las demandas y reclamos referentes a estos principios", apuntó.
"Las rezagos de desarrollo que padecemos se deben a la falta de una verdadera atención, ya que para el poder político únicamente somos tomados en cuenta en los periodos electorales. Además cuando el gobierno planea algún proyecto en nuestros territorios, lo realiza por decreto, sin tomarnos en cuenta y sin prevenir los graves daños al ecosistema, a la biodiversidad, provocando que nuestras tierras de inmediato resientan los efectos, que nos orilla a mudarnos y convertirnos en nómadas y migrantes", añadió el dirigente indígena.
Lorenza Gutiérrez, representante de la organización de expresión cultural mixe Xaam, manifestó que la arquidiócesis les solicitó gente, "nos dijeron que necesitaban 50 índigenas para que se fueran a La Villa a esperar a Juan Pablo II, como acarreados. Es algo que como organización no se nos hace justo, pues está bien que nos tomen en cuenta, pero no sólo cuando viene el Papa", concluyó.
Ofreció su discurso en favor de los indígenas, de los pobres y de los campesinos
El pueblo guatemalteco, ansioso de paz: Juan Pablo II
Decayó la fortaleza física que mostró en Canadá; tardó 30 minutos en descender del avión
REUTERS, AFP Y DPA
Ciudad de Guatemala, 29 de julio. El papa Juan Pablo II llegó este lunes a Guatemala en una visita de 25 horas para canonizar al primer santo centroamericano, pero a diferencia del vigor físico que mostró durante su estancia en Canadá, en esta ocasión utilizó una plataforma para descender del avión que lo transportó desde Toronto.
El jerarca católico llegó a las 14:20 local en un avión de la aerolínea centroamericana Taca, iniciando su tercera visita a Guatemala y la segunda etapa de su gira de 11 días, la número 97 y la más larga de su pontificado, que lo llevará también a México.
El Papa bajó del avión en un montacargas, más de media hora después del aterrizaje del avión. A su llegada a Toronto la semana pasada y a su partida este lunes, el pontífice, de 82 años y quien padece del mal de Parkinson y dolores por problemas de artritis, sorprendió al subir por sí mismo la escalerilla del avión.
El Papa polaco fue recibido en el aeropuerto internacional La Aurora de la capital guatemalteca por el presidente Alfonso Portillo. En un breve discurso pronunciado en el aeropuerto, Karol Wojtyla bendijo a los guatemaltecos, "especialmente a los pobres, indígenas y campesinos", que conforman la mayoría de los 12 millones de habitantes de este país.
Juan Pablo II afirmó que el pueblo guatemalteco está "ansioso de paz y reconciliación", y expresó su deseo de que Guatemala pueda "vivir y disfrutar de la dignidad que le corresponde", y llamó a lograr la paz tanto entre los propios guatemaltecos como con los pueblos vecinos.
Se declaró "alegre" de llegar por tercera vez como peregrino de paz y esperanza a esta "querida tierra guatemalteca", ocasión que, dijo, "aprovecho para dirigirme con afecto a las poblaciones indígenas y a las personas venidas de otros países latinoamericanos y de España".
También agradeció a Dios por permitirle "celebrar la canonización de un personaje tan querido y admirado por vosotros: el hermano Pedro, hijo de la isla canaria de Tenerife, quien impulsado por un gran espíritu misionero vino a Guatemala, entregándose en servicio con los pobres y necesitados".
Por su parte, el presidente Portillo saludó a Juan Pablo II como "un mensajero de paz, que llama a la reconciliación y a la tolerancia", en un país caracterizado por las exclusiones económicas y sociales.
"Usted es un símbolo de reconciliación de la humanidad. Usted visita una nación que hace grandes esfuerzos por superar su pasado y construir con fe y firmeza un futuro para todos los habitantes", indicó.
"Usted nos visitó en tiempos de guerra y ahora nos visita en tiempos de paz", añadió el mandatario guatemalteco, quien indicó que el desafío de Guatemala es construir una sociedad más democrática y equitativa.
El Papa, que permanecerá 25 horas en el país, canonizará este martes en la capital al beato Pedro de San José Betancourt -un misionero español del siglo XVII que cuidó enfermos, indígenas mayas y esclavos, y fundó una orden de religiosos-, en una misa a la que se espera que asistan 500 mil personas.
La agenda del jerarca de la Iglesia católica en Guatemala y México incluye muchas horas de descanso para que el pontífice, quien sufre del mal de Parkinson y de una artritis severa, pueda recuperar su fuerzas.
Una guardia militar, con banderas de Guatemala y el Vaticano, se formó en el aeropuerto para recibir a Juan Pablo II, donde estuvieron también presentes los jefes de Estado y de gobienro de Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá.
Cuando Juan Pablo II visitó por primera vez Centroamérica hace dos décadas, la región entera estaba sumida en guerras civiles entre guerrilleros de izquierda apoyados por la Unión Soviética y Cuba, y conservadores de derecha respaldados por Estados Unidos.
Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, disminuyó la importancia estratégica de la región, aunque no los índices de pobreza. Se espera que en este viaje a la zona el Papa hable de las crecientes necesidades de los pobres.
Antes de la llegada de Karol Wojtyla, el presidente Portillo envió al Congreso una inciativa de ley para abolir la pena de muerte, que favorecerá a 36 sentenciados a morir por inyección letal, ante pedido del Papa.
"Ha sido presentada al Congreso una iniciativa por medio de la cual tiende a abolirse la pena de muerte, conforme al precepto contenido en el artículo 18 de la Constitución", dijo en conferencia de prensa el secretario general de la Presidencia, Luis Mijangos.
Durante la primera visita del Papa a Guatemala, en 1983, el entonces presidente de facto Efraín Ríos Montt desafió un ruego papal y levantó olas de críticas en todo el mundo al ejecutar a seis personas tres días antes de la llegada de Karol Wojtyla.
Esta vez lo recibirá un Presidente abiertamente católico
Las visitas del Papa, continuo forcejeo con las formas políticas
En este pontificado se transformó la relación Iglesia-Estado
JOSE ANTONIO ROMAN
Con un deteriorado estado de salud, que tuvo en suspenso casi hasta el final la realización del viaje a México, el papa Juan Pablo II arriba este martes a tierras mexicanas por quinta vez. Será la primera ocasión en que lo recibirá un presidente no priísta, que además es abierta y declaradamente católico.
En un hecho también inédito, Juan Pablo II oficiará públicamente una misa a la que asista el jefe del Ejecutivo mexicano, que, por su estado civil (casado en segundas nupcias con Marta Sahagún), no podrá comulgar y deberá asistir a la celebración religiosa solamente como "feligrés", sin investidura oficial, pues lo prohíbe la legislación mexicana.
Con la polémica no concluida sobre la historicidad de Juan Diego, y en una misa cuyos boletos de entrada han estado solicitadísimos por políticos, legisladores y funcionarios públicos, Juan Pablo II incluirá en el catálogo universal de los santos al primer indígena, 471 años después de haber sido el vidente de la Virgen de Guadalupe.
La historia de estas visitas comenzó a escribirse el 26 de enero de 1979. Después de la primera nada fue igual. El pontificado de Juan Pablo II, el quehacer de los obispos mexicanos, el gobierno y las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica quedaron marcados.
Para muchos lo ocurrido esos días que duró la primera estancia de Juan Pablo II -del 26 al 31 de enero de 1979- fue el "despertar" de la jerarquía católica a la vida pública, incluso en el terreno político, tras la "sumisión" vivida en las décadas siguientes a la guerra cristera. Ni el gobierno mexicano ni la Iglesia misma esperaban el multitudinario recibimiento que a su paso por las principales calles de la ciudad de México le dieron los fieles al jerarca de la Iglesia católica.
Elegido sucesor de San Pedro en octubre de 1978, fue en diciembre de ese mismo año, apenas un mes antes de concretarse la visita, cuando ésta fue confirmada por el Vaticano. La inauguración de la tercera asamblea general de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam), en Puebla -compromiso que ya había aceptado el papa Paulo VI-, era el motivo principal. Desde el anuncio la visita generó gran expectación; por un lado, por la forma en que sería recibido por un gobierno abiertamente declarado laico, en un país que varias décadas atrás había vivido un enfrentamiento religioso, y por el otro porque el mundo quería conocer cuáles serían los lineamientos de la Iglesia católica durante el pontificado recién iniciado.
Tendencia al socialismo
Además, en América Latina estaba en apogeo una corriente teológica de abierto apoyo a los sectores sociales más pobres, con cierta tendencia al socialismo, situación que preocupaba seriamente desde hacía tiempo a la curia romana. La Teología de la Liberación ganaba cada vez más adeptos, incluso entre no pocos obispos latinoamericanos, región donde está la mayor concentración de católicos en el mundo.
Antes de esta primera visita hubo dos relevos eclesiásticos que también influyeron en el desarrollo de los acontecimientos. A mediados de 1977 el cardenal Miguel Darío Miranda se retiraba, dejando su lugar a Ernesto Corripio Ahumada como arzobispo de México. Pero también Mario Pío Gaspari, delegado apostólico, era enviado como pronuncio a Japón, y la Santa Sede había nombrado para remplazarlo a Sotero Sanz Villalba, nuncio apostólico en Chile y testigo de la caída del presidente Salvador Allende. Una muerte repentina le impidió siquiera tomar posesión de su cargo. El Vaticano envió entonces a Girolamo Prigione, quien se convertiría, con el paso de los años, en actor fundamental de las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica.
En diciembre de 1978 un grupo oficial de enlace visitó Roma, con la misión de extender al nuevo papa la invitación del presidente José López Portillo para visitar México al mes siguiente. El pontífice ya había aceptado la petición del Episcopado mexicano para asistir a la inauguración de la tercera asamblea de la Celam, que debía realizarse en Puebla en febrero de 1979.
Aquella primera visita de 1979 se dio en medio de no pocas voces discordantes, y muchas en abierta oposición. La decisión del gobierno había sido tomada: el Papa sería recibido por el presidente en calidad de "huésped distinguido". No había relaciones diplomáticas para ser recibido con honores de jefe de Estado.
El pontífice llegó a México el viernes 26 de enero de 1979. Bajó del avión y besó el suelo mexicano, ganándose a la gente. El presidente López Portillo y su esposa lo recibieron: "Señor, sea usted bienvenido a México. Que su misión de paz y concordia, y los esfuerzos de justicia que realiza tengan éxito en su próxima jornada. Lo dejo en manos de las jerarquías y fieles de su Iglesia y que todo sea para bien de la humanidad". Juan Pablo II respondió al escueto saludo de manera similar: "Esta es mi misión y mi ministerio. Tengo gran satisfacción de estar en México". Sin más, el mandatario y su esposa se retiraron.
Ese mismo día, por la tarde, el Papa visitó al presidente y a su familia en la residencia oficial de Los Pinos. Meses después se sabría que ofició una misa privada a petición de la madre del jefe del Ejecutivo.
En sus diferentes discursos dibujó lo que serían las características de su pontificado. A los obispos miembros de la Celam les dijo que deberían tocar como punto de partida las conclusiones de Medellín (1968), con todo lo que tienen de positivo, pero sin ignorar las "incorrectas interpretaciones" que exigían "sereno discernimiento, oportuna crítica y claras tomas de posición". El mensaje fue directo contra la Teología de la Liberación.
Exigió a los obispos vigilar la pureza de la doctrina; rechazó la concepción de un Cristo implicado en la lucha de clases; situó a la Iglesia con los desheredados; afirmó que la legítima propiedad privada debe tener una "hipoteca social", e incitó a los clérigos a ser fuertes defensores de los derechos humanos. Además les remarcó a los sacerdotes que no eran dirigentes sociales, políticos o funcionarios de un poder temporal.
Sin embargo, exhortó a los clérigos a "iluminar" con el Evangelio toda actividad humana, incluso la política. Los obispos mexicanos le tomaron la palabra.
Las reformas
En medio de un polémico debate nacional sobre la conveniencia de llevar a cabo las reformas constitucionales en materia religiosa, incluido el artículo 130 -uno de los pocos, muy pocos preceptos de la Carta Magna que se mantenían intactos desde su promulgación en 1917-, se realizó del 6 al 13 de mayo de 1990 la segunda visita papal.
Sin duda, la presencia y discursos del Papa durante ocho días en una docena de ciudades sirvieron para que 19 meses después, en diciembre de 1991, el Congreso aprobara dichas reformas, reconociendo personalidad jurídica a las iglesias. El 21 de septiembre de 1992 se establecían las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano.
La beatificación de Juan Diego fue el primer acto de Juan Pablo II tras el recibimiento que le dio el presidente Carlos Salinas de Gortari en el hangar presidencial.
Al igual que 11 años antes, el recibimiento por las principales calles de la ciudad fue multitudinario, con dos diferencias: el pontífice era visto ya detrás de una fortaleza de cristal, y no tenía el enorme vigor de antaño. El papamóvil fue resultado de las fuertes medidas de seguridad aplicadas luego del atentado que sufriera el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, durante un recorrido en un vehículo descubierto.
Prácticamente se reunió con todos los sectores y grupos sociales, desde los indígenas hasta los intelectuales y políticos, pasando por trabajadores, empresarios y jóvenes. El viaje y toda la logística corrieron a cargo del gobierno del presidente Salinas, "artífice" de las reformas constitucionales en materia religiosa. Juan Pablo II respondió con asistir, en su encuentro con las clases populares, al valle de Chalco, zona donde operó el proyecto de política social más importante del salinismo: Solidaridad.
Como en ninguna de las visitas realizadas por el Papa a México, en esta segunda las relaciones entre el gobierno y la Iglesia católica, entre el presidente Salinas y la jerarquía eclesiástica, fueron calificadas de "excelentes".
El protocolo diplomático
La ciudad de Mérida y el centro religioso maya de Izamal, donde se reunió con representantes indígenas del continente, fueron los escenarios de la tercera estancia de Juan Pablo II en México, la cual duró escasas 24 horas. A diferencia de las dos anteriores, el 11 de agosto de 1993 fue recibido ya como jefe de Estado; el protocolo diplomático estuvo presente.
El pontífice deseaba compensar a los meridenses por la visita que había cancelado un año antes, a raíz de una de las tantas intervenciones quirúrgicas a las que ha sido sometido. A los indígenas les dijo que el mundo no podía sentirse tranquilo y satisfecho ante la situación caótica y desconcertante que se presentaba ante los ojos de la humanidad: sectores de la población, familias e individuos cada vez más ricos y privilegiados, frente a pueblos enteros, familias y multitudes víctimas de la pobreza, del hambre y las enfermedades.
Samuel Ruiz, en ese entonces obispo de San Cristóbal de las Casas, diócesis con población eminentemente indígena, intentó infructuosamente entregar al pontífice una carta titulada En esta hora de gracia, en la cual -después de supo- advertía implícitamente del movimiento armado indígena que podía darse en esa región de Chiapas y que estalló el primero de enero de 1994.
La reunión con indígenas dio por concluidos los festejos por el quinto centenario de la evangelización de América.
En la última visita, Juan Pablo II entregó en la basílica de Guadalupe el documento postsinodal Eclessia en América. Mucho se dijo que esa visita no era propiamente a México, sino al templo mariano para entregar el documento, resultado del sínodo que había reunido un año atrás en Roma a decenas de obispos del continente americano.
Por ello, no pocos obispos de Norte, Centro y Sudamérica esperaban que en las intervenciones ante el Papa hubiera alguna representación eclesiástica de todo el continente, circunstancia que no permitió el cardenal Rivera, quien acaparó todos los mensajes. Ningún obispo que no fuera él habló en algún acto ante el Papa. Los reclamos, en silencio, fueron muchos.
Así, tras su recibimiento como jefe de Estado por el presidente Ernesto Zedillo, del 22 al 26 de enero de 1999, el Papa, con una fortaleza física muy mermada, entregó el documento postsinodal a los obispos, visitó a los pacientes en etapa terminal del hospital Adolfo López Mateos del ISSSTE, ofició una misa multitudinaria en el autódromo Hermanos Rodríguez y tuvo el encuentro con las "cuatro generaciones" del siglo XX en el estadio Azteca.
La promoción que se hizo de esta cuarta visita, en la cual las imágenes de Juan Pablo II y de la Virgen de Guadalupe aparecieron en bolsas de papas fritas y latas de refresco, fue severamente cuestionada por su excesiva comercialización.