Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 26 de julio de 2002
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Política

Jaime Martínez Veloz

Estado de derecho

Con Karol Wojtyla se cumple un anhelo: la canonización de Juan Diego, el primer santo indígena. Junto a la virgen de Guadalupe debió ser la autoridad religiosa la que conceda una reparación tardía a las etnias del país. Los indígenas de México no podrán contar con una ley que les dignifique y repare en vida agravios centenarios, pero al menos tendrán el consuelo de que desde el cielo se les conforte.

Los indígenas mexicanos mantienen una relación espiritual con la tierra. Es una relación imposible de entender para la oligarquía, ciega a la realidad. Su visión retrógrada y racista se reduce a lamentar el salvajismo intrínseco de quienes se resisten a que los modernicemos. "Queremos seguir siendo pobres", ironiza el ex peruano Mario Vargas Llosa.

Coincidente con el inepto manejo federal en Atenco, escuchamos la histeria de quienes exigen la vigencia del estado de derecho, concepto hueco en un país caracterizado por la endémica impunidad de los poderosos. Los partidarios del imperio de la ley nos recuerdan que para la justicia, en su insondable imparcialidad, no hay privilegios, y que lo mismo prohibe al mendigo que al millonario dormir en las bancas de los parques.

Los más sofisticados hablan de John Locke o David Hume para sustentar sus refinadas exigencias de que los gobernantes cumplan llanamente con la ley. Pero si en ésas estamos, y relacionado con indígenas, tierra, expropiaciones, y estado de derecho, citemos al autor de La democracia en América, Alexis de Tocqueville.

Este francés fue un apasionado admirador de las instituciones de Estados Unidos, al que auguró brillante porvenir. Tocqueville atestiguó el imperio de la ley y la aplicación del "estado de derecho" en la joven democracia.

Sobre los indígenas estadunidenses, Tocqueville captó de inmediato la dificultad de incorporarlos a la "civilización". Pesimista, auguró la extinción de las naciones indias. Cuenta: "No quisiera que el lector creyese que exagero aquí el color de mis cuadros. He visto con mis propios ojos varias de las miserias que acabo de describir y contemplé males que sería imposible trazar. A finales de 1831, me encontraba yo en la orilla del Mississippi. Mientras estaba ahí, llegó un tropel numeroso de Chotaw; esos salvajes dejaban su país y trataban de pasar a la orilla derecha (...) donde esperaban hallar un asilo que el gobierno les prometió (...) el frío azotaba ese año con más violencia. Los indios conducían a sus familias (...) con heridos, enfermos, recién nacidos y moribundos. Los vi embarcarse para atravesar el gran río, y ese espectáculo solemne no se apartará jamás de mi memoria. No se oía entre esa multitud ni llantos ni quejas, guardaban silencio. Sus desgracias eran antiguas y las sentían irremediables (...) El despojo contra los indios se opera de una manera regular y, por decirlo así, absolutamente legal".

Tocqueville narra la codicia sobre las tierras indias: "Los blancos les dicen 'Ƒqué hacéis en el país de vuestros padres? Bien pronto deberéis desenterrar sus huesos para poder vivir (nosotros) en él. Más allá de esas montañas en el horizonte (...) hay vastas comarcas donde las bestias se ven aún en abundancia; vendednos las tierras, e id a vivir felices allá'. Después, muestran a los indios armas, ropa, aguardiente, arracadas y espejos. Si vacilan aún, les insinúan que el gobierno será impotente para protegerlos. Semiconvencidos, semiobligados, los indios se alejan; van a nuevos desiertos donde no los dejarán ni diez años en paz".

"La conducta de los norteamericanos con los indios respira el más puro amor a las formas y a la legalidad. En tanto los indios permanecen salvajes, los blancos no se mezclan y los tratan como pueblos independientes; no se permite ocupar sus tierras sin haberlas adquirido debidamente por un contrato; y si por azar, una nación india no puede vivir ya en su territorio, la toman fraternalmente de la mano, y la conducen ellos mismos a morir fuera del país de sus padres (...) Los blancos exterminan e impiden a los indios ejercer sus derechos, con una maravillosa facilidad, tranquilamente, legalmente, filantrópicamente, sin derramar sangre, sin violar uno solo de los grandes principios de la moral a los ojos del mundo. No se podría destruir a los hombres respetando mejor las leyes de la Humanidad."

Admitamos que, por lo general, el tan mentado estado de derecho se aplica contra los más vulnerables. Si no se corrige esa paradoja, será difícil construir el país que deseamos.

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