Mariángeles Comesaña
Pilar Claudín: lámpara de luz
Antropóloga de formación y en su momento catedrática de la Universidad Autónoma Metropolitana, Mariángeles Comesaña es poeta, autora entre otros libros de Las mujeres que soy y La voz de la madera. En la actualidad es directora de Divulgación y Promoción de la Secretaría de Cultura del Gobierno del DF. El presente texto corresponde a la investigación que realizó para preparar un libro biográfico que, con excepción del capítulo que hoy publicamos, permanece inédito, sobre Pilar Claudín, activista contra el franquismo fallecida este domingo y cuyas cenizas llegarán en breve a su natal España
La lámpara de mimbre dispone su luz entretejida por todo el comedor de la casa de Pilar Claudín, por sus paredes blancas, por los cuadros de pintores queridos, por las fotografías y los libros.
Una mesa redonda guarda el azul intenso de un frutero de vidrio soplado, transparente como los ojos de Pilar; platos de cerámica, jarras de barro, pañitos de San Miguel de Allende, cojines bordados a mano conversan con las hojas de las plantas brillantes e impecables.
Noviembre de 1986, un rinconcito en esta casa, un café bien caliente en la fuente de algunas horas que se nos van como agua entre la punta de este lápiz y la memoria de Pilar: toque de amor, árbol lleno de frutos, ventana que se abre en estas páginas.
''Te advierto -dice-, que a mí lo mío me da igual, lo único que me interesa es lo de Antonio.''
Antonio Pérez, el amor de su vida, entró a la cárcel en 1942, estuvo preso 14 años en las prisiones militares en Ocaña y Burgos.
''Salimos de la cárcel con ocho días de diferencia; él primero, yo llevaba siete años y siete meses. Cuando salí me fue a esperar a la estación del tren, en ese momento nos cogimos de la mano y no volvimos a separarnos hasta el 12 de noviembre de 1980 en que murió."
Las vivencias están en la piel, dice Pilar, ''incrustadas en el presente, en cada cosa que hacemos; adonde vamos, somos la construcción de todo nuestro atrevimiento, no hay una fecha que destaque sobre otra ni un diciembre que nos marque más que otros; sólo hay miradas en los días, ojos que se nos clavan como espadas, manos que nos aprietan y puertas que se cierran en el oído de la historia como el cerrojo de la celda en la Dirección General de Seguridad, cuando me llevaron presa.
''Ese golpe de fierro contra fierro que me devuelve la memoria y me despierta muchas madrugadas en esta casa.''
La presa política más joven
Hace frío en el recuerdo de aquellas horas. Son las tres de la mañana de un día cualquiera en la calle de Francisco Silvela, en Madrid, 1946. Pili vivía en esa casa, donde se hacía Mundo Obrero, el periódico del Partido Comunista de España. Estaba con ella Tuvitor, linotipista de la imprenta.
Con los ojos cerrados, Pilar apunta las figuras amorfas de los captores que los llevaron presos con lujo de violencia. Sólo nombrar la Dirección General de Seguridad y aparece el reloj y el cinturón de Pili arrebatados a la entrada; ''el pantalón que se le cae", el nombre de los calabozos, Siberia, pintado en la pared, la oscuridad de un corredor interminable, un camastro y una manta; la noción del tiempo perdida, sin resquicio de luz que lo tiña; las voces de otros encarcelados llamando: ''ábrame centinela, quiero ir al baño, quiero salir".
Otra vez los cerrojos que se abren, un plato y una cuchara en sus manos (hay que ir por el café) y de nuevo su cuerpo caminando por otro corredor hacia una plazoletita, donde por fin distingue un grupo humano, personas como ella haciendo cola, destrozados física y síquicamente. El cazo de café caliente le quema los dedos.
Otra vez el cerrojo, pero ya no está sola; ya pudo verse en la mirada de otros y el silencio guardado en las paredes ya no le pesa, no le hace falta el sol ni el reloj, sólo sabe que hay otros calabozos, que todos están cerca, que no va a desplomarse.
Al regresar puede ver que al otro lado de su celda habita un hombre, Fernando Carrascal. Averigua quién es sin palabras, con señas, cuando abren la puerta para recibir el rancho. No recuerda nada de aquellas cazuelas llenas de porquería.
Sólo nombrar la dirección de seguridad y aparece sentada en una silla en la que es fotografiada de frente, de lado, de perfil. Toman sus huellas dactilares al lado de su firma y, a sus 16 años, es fichada como presa política.
Otra vez el cerrojo, el corredor oscuro le es familiar, no siente miedo. Pide ir al baño y la conducen a un lugar inmundo, siempre vigilada. Se repite la escena, ahora el café va acompañado con un chusco; se lo come en la celda.
Reconoce las paredes, algunos ruidos y voces; casi puede saber que empieza a amanecer, porque escucha a lo lejos cómo vocean los periódicos en las banquetas de la Puerta del Sol.
Por eso puede asegurar que amanecía cuando llegaron por Carrascal. Las horas se le clavan como agujas en la espera de su regreso. Unos pasos que vienen del fondo del corredor le hacen mirar por el chivato de la puerta y ver el cuerpo destrozado de aquel hombre. Poco después da golpecitos en la pared, quiere decirle que está cerca, pero sólo siente su voz ahogada en quejidos, hasta llamar a golpes, gritos, y un sórdido ''ya cállate cabrón", como respuesta de los carceleros.
Fue esa noche cuando Pili pudo medir el tamaño del odio y de la infamia.
Siete años y siete meses en la cárcel de Ventas; era la más joven de todas las mujeres presas. Con dignidad a prueba de torturas, forjó la solidaridad y la ternura.
''Cada vez que me torturaban regresaba llena de alegría'', decía Pilar ante el asombro de quienes la escuchaban; ''porque esa era la prueba de que conmigo no podían; yo no era una chivata".
Su optimismo y su valentía eran cobijadas por las presas mayores; ella venía de las filas de las juventudes socialistas unificadas y había que protegerla. ''Eramos 10 compañeras en la misma celda, inseparables; salíamos al patio, comíamos juntas y horrorizadas escuchábamos las noticias''.
Un día siniestro se cumplió la condena de pena capital para sus nueve amigas y protectoras, y Pili se despidió de ellas cuando se las llevaron al paredón de fusilamiento. Las nueve rosas les llamaron, porque su último deseo era ser enterradas de manera elegante, bien maquilladas y con una rosa en el pelo.
Voz y rostro a las víctimas de Franco
Pilar Claudín recorrió las aristas del miedo como quien va de noche por la orilla de un barranco profundo y está a punto de desplomarse; guardó esas nueve rosas en lo más profundo de su alma y nunca perdió el gusto por la vida ni dejó el optimismo olvidado en las sombras.
En 1983 Claudín editó en México una compilación de escritos de Antonio Pérez, Burgos 1940-53. Cárcel de la dictadura franquista. En las primeras páginas ella escribió una dedicatoria donde vemos el retrato de una pareja fundida en el horno de pan más bueno de la tierra, la lucha por la existencia de un universo lleno de alegría: ''Este libro no es sólo el libro de Antonio Pérez García sobre su vida en la cárcel; es eso y mucho más. Es el deseo de dar voz y rostro a esos miles de hombres y mujeres que sufrieron las cárceles de Franco, a ese ejército de sombras que, vivas y muertas, fueron el trasfondo del cuadro trágico de la vida española durante años que parecían eternos. Es también expresión del carácter de Antonio, de su deseo de interpretar todo, de llegar a ello; de compensar sus 14 años de vida segregada, de vida no vivida normalmente. Este deseo y necesidad de verterse inconteniblemente, como una presa que se desborda, tras tantos años de lucha.
''No es una historia personal. Ahí, en el fondo, en la época en que lo escribió aparezco yo, que a mi vez envejecía tras otras rejas, junto a miles de mujeres que al igual que los hombres de los penales luchábamos y sufríamos. Pienso con infinita gratitud y nostalgia en esas mujeres jóvenes de Burgos que tanto les ayudaron. A nuestras rejas sólo acudían los familiares; no teníamos oportunidad de amor, de compañía. Sólo la relación con los presos de Burgos, a través de mil argucias nos proporcionaba esa pequeña ilusión. Jamás una presencia física, sólo un papel escrito, šy qué importantes! šCuánta fuerza nos daba en nuestro aislamiento ese pobre y a la vez rico papel!
''Cualquiera de los que atravesamos por esa etapa podríamos escribir análogos recuerdos y vivencias, pero atrás y hacia adentro de uno mismo es un esfuerzo penoso. Antonio Pérez pasa de puntillas por los distintos penales españoles y allí, en ellos, en pie junto al paredón, estaba la sombra de nuestros muertos, de miles de hombres y mujeres caídos en permanente lucha.
''Cualquiera, repito, podría escribir sobre esto. Pero yo agradezco con toda mi alma a Antonio Pérez que lo haya hecho él, que haya revivido esas impresiones en recuerdo y homenaje a quienes lo vivieron en silencio. Gracias por lo que juntos vivimos y por lo que con dignidad soportamos separados. Lo único que no agradezco es que te hayas ido tan rápida e inesperadamente como te fuiste. Pero querido, sigues aquí entre nosotros, en el recuerdo de muchos que a tu lado lucharon en esos años difíciles. En el recuerdo de los muchos amigos que dejaste en este México que tanto querías y gracias a los cuales, lo digo con inmensa gratitud, va a ser posible la publicación de tu libro.''