Ugo Pipitone
Atenco, México
Los temblores permiten observar las capas profundas del suelo que normalmente la superficie impide ver. Los acontecimientos de San Salvador Atenco revelan la frágil capa de institucionalidad dejada por décadas de simulación, abuso de poder, retórica "revolucionaria" y montañas de discursos floridos. Pero Atenco revela algo más: la facilidad con la que cualquier conflicto social de cierta importancia se convierte en un antagonismo radical que amenaza la costra sutil del estado de derecho.
La expropiación por razones de pública utilidad es una figura jurídica presente en todos los países del mundo. Nadie tiene el derecho de bloquear, en nombre de intereses particulares, decisiones que pueden beneficiar a una colectividad. Sin embargo, en el caso específico que nos interesa aquí, surgen varios problemas. En primer lugar está la escasa legitimación social de un poder político cuyas decisiones se han caracterizado durante décadas por una discrecionalidad extralegal. Si se trata de rescatar un sistema bancario corroído por la ineficiencia, el robo descarado y la contabilidad "creativa", el Estado mexicano muestra una generosidad asombrosa. Pero si se trata de compensar en forma correcta la afectación de intereses individuales o colectivos sin vínculos con el sistema de poder, el Estado se comporta con una displicencia y una arrogancia que minan las mismas bases sociales del estado de derecho.
Las tierras de los ejidatarios de San Salvador Atenco son expropiadas con un resarcimiento de siete pesos por metro cuadrado de temporal y 25 pesos por las superficies de riego. ƑExpropiación o expoliación? El Estado es el espacio en el que una sociedad construye reglas comunes a todos. Y he ahí el problema; Ƒcómo creer en (y aceptar las decisiones de) un Estado recorrido por policías corruptos o secuestradores, por funcionarios que se fijan sus sueldos como si la cosa pública fuera cosa privada, por jueces cuyas sentencias son manufacturadas en función de componendas oscuras?
Vivimos enmedio de un desastre institucional y social de dimensiones históricas. ƑTenemos el derecho de asombrarnos frente a los machetes al aire de los ejidatarios de Atenco, frente al secuestro de funcionarios locales y de métodos y lenguajes de protesta premodernos? No se trata de justificar la cerrilidad social a partir de la cerrilidad institucional, sino de reconocer el círculo de recíproca alimentación entre las dos dimensiones. Si cada día observo cómo las leyes son torcidas y adaptadas a intereses poderosos, Ƒcómo podré aceptar respetuosamente decisiones que afectan mis propios intereses? Este es el problema general que los acontecimientos recientes de Atenco nos revelan. A un Estado que no trata a los ciudadanos como tales, responde una sociedad que, en la defensa de sus intereses, se comporta en forma corporativa o que usa la "comunidad" como coartada ideológica para ennoblecer primitivismos culturales y políticos arraigados.
Este país ha dado un salto decisivo quitando del gobierno una maquinaria de poder endémicamente corrupta y corruptora. Pero los reflejos persisten. Y a menos que el cambio en los estilos de gobierno se acelere, nos enfrentaremos a la posibilidad de desarrollos ominosos. Y Nayarit está ahí como presagio siniestro: la posibilidad real de retorno al gobierno de aquellos que por décadas, a golpes de impunidad, enriquecimientos ilícitos y demás, han convertido las instituciones y la sociedad de este país en una zona de desastre.
Y si eso llegara a ocurrir nos enfrentaríamos a una situación, para decir lo menos, embarazosa. Ya fuimos una anomalía mundial con el mismo partido en el gobierno por 70 años. Lo único que nos faltaría ahora sería reinstalarlo. De acuerdo, como México no hay dos, pero no exageremos. Entre rezagos sociales monstruosos, inercias institucionales y tentaciones de la izquierda a aliarse con el PRI en función antifoxista, la mesa está puesta para lo peor. Nada es inevitable, pero los peligros son serios. Y más vale entenderlo antes de que sea demasiado tarde.
Una nota personal: dejaré de frecuentar las páginas de La Jornada las próximas tres semanas. Buenas vacaciones a aquellos que pueden permitírselas.