Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 15 de julio de 2002
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Política
Carlos Fazio

Atenco:dialéctica del amo y el esclavo

A propósito de la guerra de Argelia, recordaba Jean-Paul Sartre que en ultramar los soldados franceses "rechazan el universalismo metropolitano y aplican al género humano el numerus clausus: como nadie puede despojar a su semejante sin cometer un crimen, sin someterlo o matarlo, plantean como principio que el colonizado no es el semejante del hombre". La fuerza de choque de los colonialistas tenía la misión de convertir esa abstracta certidumbre en realidad: "Se ordena reducir a los habitantes del territorio anexado al nivel de monos superiores para justificar que el colono los trate como bestias". Con el colonizado no existía contrato social. Sólo fuerza. Se trataba de deshumanizar a "esos bárbaros". De embrutecerlos por cansancio.

Como antes en Chiapas o en las montañas de Guerrero y Oaxaca, en San Salvador Atenco se repite lo mismo. Los colonialistas internos han estado alentando una guerra de mendigos contra ricos y especuladores escudados en el poder represivo del Estado. Durante más de ocho meses, desde las instancias oficiales -federales y estatales- se ha venido acosando a los ejidatarios de Atenco. Animalizándolos. El jueves, tras una acción punitiva orquestada por el gobierno mexiquense, la impotencia y el horror de los colonizados de Atenco se convirtieron en furia. La neurosis introducida y administrada por el colono entre los colonizados estalló. Y ahora, a partir de un decreto expropiatorio a rajatabla y atentatorio de la Constitución -es decir, apartado del tan socorrido "estado de derecho"-, la "principal obra pública" del gobierno foxista (la construcción de un aeropuerto alterno al metropolitano) podría culminar en un nuevo acto genocida como Tlatelolco, Acteal o Aguas Blancas.

Los administradores del neocolonialismo interno arguyen hoy que "defienden" el orden constitucional y el estado de derecho. "La ley no se negocia", afirma Montiel envuelto en la bandera del "mercado" y el "progreso". En rigor, él y su socio Fox trabajan para el gran capital; son simples operadores de un sistema cleptocrático basado en la corrupción y la impunidad. Por eso necesitan criminalizar un movimiento de resistencia campesino, que lucha por su tierra y se opone a un decreto expropiatorio ilegal. Se trata de un viejo truco de los señores del dinero. Ellos ponen las reglas de juego y cuando no les sirven, las violan. El estado de derecho y la democracia formal se sostienen mientras las grandes corporaciones no se sientan amenazadas o perjudicados sus intereses. Cuando se pone en cuestión el más mínimo interés económico de los poderosos, hay guerras civiles, golpes de Estado, invasiones, bloqueos económicos, fraudes electorales. O terror y represión, como en San Salvador Atenco. La lección de los amos es siempre implacable: los pueblos deben "madurar", así sea a golpes de picana, violaciones y desaparecidos.

En 1936 los españoles lo pagaron con 40 años de franquismo. Los chilenos con 13 de pinochetismo. No sólo: "Si me tocan a uno solo de mis hombres se acabó el estado de derecho", amenazó el general Pinochet en los primeros días de la transición chilena. Ergo: si tocan uno solo de mis intereses económicos, habrá más terrorismo de Estado.

Otra vez en México reapareció el bestiario de los poderosos. Los nuevos "salvajes" son los campesinos de Atenco. Los "monos superiores" a los que Santiago Creel, Arturo Montiel y el policía Navarrete Prida quieren domesticar. Les ofrecieron siete pesos por metro cuadrado de tierra, pero no entendieron. Y fíjense si serán brutos, que hasta las "aves" de Texcoco "decidieron" convivir con los aviones (Pedro Cerisola dixit). Vamos, hasta "se sacaron la lotería", llegó a decir el señor Presidente. Pero como son infrahumanos, los ejidatarios de San Salvador no tienen capacidad para comprender cuando la fortuna les sonríe para salir de pobres.

Tras la trampa que tendió el gobernador Montiel, conocido "cazador de ratas", el discurso oficial se tornó maniqueo. El colono siempre hace del colonizado una especie de quintaesencia del mal. Como antes los indios de Chiapas, los campesinos de Atenco se transformaron en "delincuentes subversivos". En ejidatarios "manipulados" por "agitadores profesionales" que responden a "intereses oscuros del exterior". La coartada para la mano dura. Usan "tácticas de guerrilla", toman "rehenes", repitieron a coro los papagayos de los medios masivos. El movimiento deslegitimado y su consecuencia: los ingobernables necesitan del castigo, del miedo, del palo. Y cuando los desesperados de San Salvador, neurotizados por el poder, orillados a la violencia -después de cohabitar largamente con ella-, muertos en potencia (no sólo aceptan el riesgo de morir sino que tienen la certidumbre) se atreven a decir que están decididos a vender caro el patrimonio de sus ancestros, nuestras "almas bellas" -como las llamaba Sartre- convocan a la cordura. "Tienen pipas de gas. Están decididos a explotarlas. ¡A inmolarse!", gritan a coro nuestros humanitarios racistas.

Decía Fanon que "el colonialismo no es una máquina de pensar, no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza y no puede inclinarse sino ante una violencia mayor". El círculo de odio está instalado en Atenco. Terror, contraterror, violencia, contraviolencia. Los jefes del rebaño se escudan en el estado de derecho, pero no hay que olvidar que en el origen del conflicto hubo un decreto expropiatorio ilegal del gobierno federal, en beneficio del gran capital. De los taimados amos.

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