Estuvieron además Los Cojolites y Liz Meza
Gritos y aplausos en la presentación de Eugenia
León en el afrocaribeño
PATRICIA PEÑALOZA ESPECIAL
"¡Heeey, familia..., ya viene la danzonera, homenaje
de Veracruz a la patria entera!", grita un integrante de la danzonera La
Playa, y las parejas mayores no tardan en dibujar con los pies su cuadrito.
Eugenia León se adentra al compás con una melodía
dedicada a la actriz Isela Vega, pero la letra parece más dirigirse
a la misma Eugenia: liviana y vestida en rosa, es su portentosa voz sobre
la mar, "volátil vela que pasa en la noche que queda".
Esa
esquina del Malecón que enmarca el escenario del noveno Festival
Internacional Afrocaribeño, está el jueves mucho más
llena que el miércoles, con poco más de cuatro mil espectadores;
ahora sí todas las sillas ocupadas y más allá. Es
Eugenia el platillo fuerte que a todos antojados deja, después de
aperitivos mexicanos tan disímbolos pero no menos agraciados como
el grupo de jóvenes jaraneros Los Cojolites y la jazzista Liz Meza.
Con gritos y aplausos, y tras dos encores, nadie dejaba
ir a la León, hija de padre veracruzano, quien al final del concierto
expresó en conferencia sentirse identificada con el espíritu
del festival: "Existe en México esa tercera raíz negra que
no reconocemos por ignorancia; ha sido importante para mí voltear
hacia ella, pues también me pertenece. Los ritmos de este origen
me han permitido hallar mi sonido, el cual combina el son, la rumba".
Flanqueada al iniciar su espectáculo por una escuadra
musical de envidia (Héctor Infanzón al piano; Eddie Vega,
en la batería; César Gómez, en la flauta, y Mateo
Aguilar como director musical), la voz de Eugenia no paró de navegar
sobre su repertorio, permeado de arreglos cercanos al latin jazz. Su emisión
uniforme, sus matices precisos y su histrionismo equilibrado, emotivo,
confirmaron una vez más el corazón abierto y la disciplina
férrea de esta independiente intérprete mexicana. Allá
flotaron Tirana, Envidia, Teatro y hasta Triste canción,
de Lora, con ritmo guapachoso: rocan-son dedicado a los jarochos:
"Para ustedes que son millonarios en mar, alegría, tradición
y cultura".
Entonces vino la danzonera, que inició sola con
Salón México para dar paso a los arreglos cantados:
sólo tres danzones, inusuales en Eugenia. Luego le acompañaron
Los Cojolites, con quienes la cantante aterciopeló El jarabe,
La Bruja y La Bamba. Para cerrar el momento jarocho, sutil,
hermosa y destacada resultó la intervención del arpista Delfino
Guerrero; ambos interpretaron La Petenera. De nuevo con su banda
base, la León cantó un sensible y bello tema de inspiración
afro, original de David Haro. A la media noche, la gente aún le
pidió regresar, lo cual hizo la intérprete con Como yo
te amé y Los Mareados, cuyo aire épico/melancólico
llevó al público a aplaudir de pie. La velada fue prácticamente
suya.
Danza de los ojos y el alma
El público bailó menos que el miércoles,
pero hizo danzar más los ojos y el alma. La calidad de los músicos
valió el dolor de chutarse lo que ha sido el prieto en el arroz
de las noches musicales del festival: la intervención de dos animadores
cuya estulticia llega al insulto mental.
Pero mejor recordar lo bueno: desde las 20:30 horas, abrieron
escena Los Cojolites, cinco mozuelos de Jáltipan, Veracruz, que
a golpe de jarana, cajón y quijada de burro ofrecieron su propuesta
contemporánea, no apta para puristas del son tradicional jarocho.
A pesar de la mala sonorización que les tocó, demostraron
ser un esfuerzo más por preservar el son entre los más jóvenes,
ya que además de mantener el sonido tradicional, orientan los timbres
veracruzanos hacia una actitud melódica y lírica a ratos
cercana a la balada actual, a ratos hasta al reggae (Luna negra
pareció emular a Manu Chao y/o al Gran Silencio).
Por su parte, de formación más clavadamente
jazzera y acompañada por una extraordinaria banda a cargo del pianista
Irving Lara, la guapa Liz Meza ofreció una serie de estándares
a un público que, aunque alejado de esta expresión, recibió
a la intérprete con buena voluntad. Con impresionantes y directas
llegadas a las notas más altas, la ex vocalista de apoyo de Ricardo
Arjona echó de ver su técnica, aunque quizá le faltaron
tablas y emotividad, amén de su irregular emisión y su excesivo
vibratto. Finalmente interpretó Veracruz, de Agustín
Lara, en versión jazz, algo correteada; aun así, arrancó
los aplausos de la audiencia.