Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 13 de julio de 2002
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Espectáculos
Estuvieron además Los Cojolites y Liz Meza

Gritos y aplausos en la presentación de Eugenia León en el afrocaribeño

PATRICIA PEÑALOZA ESPECIAL

"¡Heeey, familia..., ya viene la danzonera, homenaje de Veracruz a la patria entera!", grita un integrante de la danzonera La Playa, y las parejas mayores no tardan en dibujar con los pies su cuadrito. Eugenia León se adentra al compás con una melodía dedicada a la actriz Isela Vega, pero la letra parece más dirigirse a la misma Eugenia: liviana y vestida en rosa, es su portentosa voz sobre la mar, "volátil vela que pasa en la noche que queda".

Esa esquina del Malecón que enmarca el escenario del noveno Festival Internacional Afrocaribeño, está el jueves mucho más llena que el miércoles, con poco más de cuatro mil espectadores; ahora sí todas las sillas ocupadas y más allá. Es Eugenia el platillo fuerte que a todos antojados deja, después de aperitivos mexicanos tan disímbolos pero no menos agraciados como el grupo de jóvenes jaraneros Los Cojolites y la jazzista Liz Meza.

Con gritos y aplausos, y tras dos encores, nadie dejaba ir a la León, hija de padre veracruzano, quien al final del concierto expresó en conferencia sentirse identificada con el espíritu del festival: "Existe en México esa tercera raíz negra que no reconocemos por ignorancia; ha sido importante para mí voltear hacia ella, pues también me pertenece. Los ritmos de este origen me han permitido hallar mi sonido, el cual combina el son, la rumba".

Flanqueada al iniciar su espectáculo por una escuadra musical de envidia (Héctor Infanzón al piano; Eddie Vega, en la batería; César Gómez, en la flauta, y Mateo Aguilar como director musical), la voz de Eugenia no paró de navegar sobre su repertorio, permeado de arreglos cercanos al latin jazz. Su emisión uniforme, sus matices precisos y su histrionismo equilibrado, emotivo, confirmaron una vez más el corazón abierto y la disciplina férrea de esta independiente intérprete mexicana. Allá flotaron Tirana, Envidia, Teatro y hasta Triste canción, de Lora, con ritmo guapachoso: rocan-son dedicado a los jarochos: "Para ustedes que son millonarios en mar, alegría, tradición y cultura".

Entonces vino la danzonera, que inició sola con Salón México para dar paso a los arreglos cantados: sólo tres danzones, inusuales en Eugenia. Luego le acompañaron Los Cojolites, con quienes la cantante aterciopeló El jarabe, La Bruja y La Bamba. Para cerrar el momento jarocho, sutil, hermosa y destacada resultó la intervención del arpista Delfino Guerrero; ambos interpretaron La Petenera. De nuevo con su banda base, la León cantó un sensible y bello tema de inspiración afro, original de David Haro. A la media noche, la gente aún le pidió regresar, lo cual hizo la intérprete con Como yo te amé y Los Mareados, cuyo aire épico/melancólico llevó al público a aplaudir de pie. La velada fue prácticamente suya.

Danza de los ojos y el alma

El público bailó menos que el miércoles, pero hizo danzar más los ojos y el alma. La calidad de los músicos valió el dolor de chutarse lo que ha sido el prieto en el arroz de las noches musicales del festival: la intervención de dos animadores cuya estulticia llega al insulto mental.

Pero mejor recordar lo bueno: desde las 20:30 horas, abrieron escena Los Cojolites, cinco mozuelos de Jáltipan, Veracruz, que a golpe de jarana, cajón y quijada de burro ofrecieron su propuesta contemporánea, no apta para puristas del son tradicional jarocho. A pesar de la mala sonorización que les tocó, demostraron ser un esfuerzo más por preservar el son entre los más jóvenes, ya que además de mantener el sonido tradicional, orientan los timbres veracruzanos hacia una actitud melódica y lírica a ratos cercana a la balada actual, a ratos hasta al reggae (Luna negra pareció emular a Manu Chao y/o al Gran Silencio).

Por su parte, de formación más clavadamente jazzera y acompañada por una extraordinaria banda a cargo del pianista Irving Lara, la guapa Liz Meza ofreció una serie de estándares a un público que, aunque alejado de esta expresión, recibió a la intérprete con buena voluntad. Con impresionantes y directas llegadas a las notas más altas, la ex vocalista de apoyo de Ricardo Arjona echó de ver su técnica, aunque quizá le faltaron tablas y emotividad, amén de su irregular emisión y su excesivo vibratto. Finalmente interpretó Veracruz, de Agustín Lara, en versión jazz, algo correteada; aun así, arrancó los aplausos de la audiencia.

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