Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 13 de julio de 2002
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Política

Américo Saldívar V.

ƑEs nuestro el petróleo?

Es motivo de preocupación la reciente declaración del secretario de Energía, Ernesto Martens, de que Pemex aumentará en un millón de barriles la producción diaria de petróleo, para pasar en los próximos años de 3.3 a 4.3 millones. Lo mismo ocurrirá con la plataforma de extracción de gas natural, que aumentará la capacidad de interconexión de la red de ductos mexicanos con la red de Estados Unidos (La Jornada, 21/07/02). Lo anterior se complementa con la intención de legitimar la explotación de estos hidrocarburos mediante los contratos de servicios múltiples (CSM), cosa que por lo demás se practica con frecuencia al otorgar la empresa a contratistas privados infinidad de obras y servicios. La sociedad civil debe retomar este debate y sacarlo de las amañadas catacumbas del Senado.

En las nociones de crecimiento económico los momentos que se privilegian son la eficiencia productiva, el quantum en la generación de producto y la ganancia final, omitiendo de manera pertinaz y sistemática el problema de la finitud y escasez de los recursos naturales.

Si para el caso del agua, metafóricamente decimos que "nos estamos bebiendo el futuro", en el caso del petróleo, el gas natural y la electricidad podemos decir que quemamos el futuro, amén de contaminar el presente. Veamos el porqué de ello. Primero, ya tuvimos la amarga experiencia de la época del famoso boom petrolero que vivió nuestro país a finales de los años 70 y principios de los 80, y los tremendos desastres y accidentes medioambientales producidos a raíz de su febril explotación. Pero también heredamos una gran deuda externa...

Existen múltiples ejemplos en la propia historia del crecimiento de la economía mexicana que muestran y demuestran cómo anteponer el crecimiento de corto plazo en perjuicio de la base material del mismo ha conducido a situaciones de crecimiento sin desarrollo, sin bienestar social (no son perceptibles las mejoras sociales) y, peor aún, sin bienestar de los ecosistemas.

Como consecuencia del "ajuste estructural", durante la década perdida de los 80 creció en extensión e intensidad la pobreza con respecto al periodo inmediato de posguerra. Así, en el tránsito del siglo XX al XXI la pobreza se ubica como el problema social más urgente. Pero las ya dos décadas perdidas no sólo lo fueron para el desarrollo económico, cuyo resultado más terrible quizá podría ser el monto de la deuda pública acumulada, cuya cifra hoy es del orden de 200 mil millones de dólares. El daño también es para la ecología.

La degradación ambiental y la sobrexplotación de recursos naturales como proceso de subdesarrollo expresa el renovado funcionamiento de un modelo productivo implantado desde tiempos de la Colonia. En la producción y utilización de materias primas y de recursos naturales, además de sufrir procesos de transformación a lo largo de la fase productiva, implica también un proceso de destrucción y de disposición de desechos; el desaprovechamiento, la degradación y el bajo índice de reciclaje y de recuperación nos hablan de un proceso técnico altamente ineficiente y de alto consumo de energía de baja entropía (útil).

De tal suerte, podemos asumir que una de las grandes fallas de los economistas convencionales estriba en el no reconocimiento de los aspectos y momentos de destrucción asociados a la producción. Las estadísticas de cuentas ambientales empiezan a dar fe de ello, así sea todavía de manera débil, insuficiente y sesgada.

Una característica distintiva de un bien o servicio público es que los agentes consuman, todos y cada uno de ellos, el total de su oferta, sin que nadie se vea excluido del mismo. La exclusividad estatal para explotar un recurso agotable, como son el petróleo y el gas natural no expresa necesariamente que su uso sea más eficiente ni que los beneficios que se obtienen (la mal llamada renta petrolera) sean distribuidos de manera equitativa entre todos los mexicanos.

El problema es que su consumo y usufructo es altamente desigual y diferenciado, dado el alto grado de inequidad en la distribución del ingreso que padece la sociedad mexicana... Mis colegas economistas no me dejarán mentir si decimos que México es uno de los países con mayor grado de desigualdad en la distribución del ingreso. Sabemos, por ejemplo, que 20 por ciento de la población se apropia de más de 75 por ciento del ingreso nacional o riqueza generada disponible. Así, la paradoja es que sin ser un recurso privado, sino "público", en la realidad macroeconómica los beneficios por la explotación del petróleo colocan en manos de los grupos de más altos ingresos la mayor apropiación y disfrute del mismo, es decir, en manos privadas. Una extrapolación gruesa diría que en esa misma proporción ese sector se apropia de la llamada renta petrolera y de los recursos naturales en general. Todo ello independientemente de las tropelías y usos (abusos) privados que los gobiernos priístas cometieron contra la paraestatal.

El problema hoy es que el gobierno de Fox está exacerbando esta condición, al querer imprimirle un estatuto de legitimidad y legalidad al usufructo privado de Pemex, así como a la generación de energía eléctrica, cosa que ya existe en la práctica. En otras palabras, con las reformas legales se pretenden legitimar y reforzar los derechos y las prebendas económicas de la elite empresarial, sea local o foránea. Sin embargo, creemos que este no es ni debiera ser el punto central del debate, como erróneamente está siendo planteado por todos los partidos sin excepción. El punto es que si con las nuevas inversiones se puede ir sustituyendo de manera paulatina, pero firme y planificadamente, el uso de combustibles fósiles por energías alternativas renovables, como son la solar, la de los vientos u otras, como el gas metano. Para ello se requiere la inversión en modernas tecnologías alternativas, de punta y sustentables, mismas que ya existen y que, con un adecuado sistema de precios y tarifas, su utilización puede ser cada vez más económica y rentable. Y por esta última opción apostamos, ya que con ello se garantizaría la soberanía energética y un proyecto de país viable en el largo plazo.

De no ser así, la salida y caída más previsible nos llevaría a un túnel, cuyo final no es sólo Argentina y sus desgracias, sino también Venezuela. En este último país, gracias a la enorme renta petrolera, se había vivido en aparente jauja y en una economía ficción, cuyo beneficiario más directo ha sido una oligarquía voraz, ineficiente y corrupta, misma que hoy pretende retomar el poder en este país.

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