Gil Díaz pergeña nuevos mecanismos fiscales en perjuicio de los autores
Pendiente, el compromiso de Fox de encabezar una ''revolución cultural''
Muchos intelectuales descalificaron su candidatura por su origen gerencial y sus alianzas con la derecha Lázaro Cárdenas entendió bien la importancia de esas voces críticas
JESUS RAMIREZ Y JENARO VILLAMIL /II Y ULTIMA
Sana distancia o acercamientos de mutua conveniencia, pero nunca el menosprecio, fueron las líneas que marcaron la relación entre el gobierno y los intelectuales durante décadas de régimen revolucionario que ahora contrastan con el franco antintelectualismo de la administración de Vicente Fox que cumple hoy sus dos años de inicio.
Lázaro Cárdenas, surgido del sector militar, entendió muy bien, desde su presidencia y posteriormente como elemento crítico dentro del sistema, la importancia de una alianza con jóvenes intelectuales. ''Insisto -dijo el general en una entrevista con Carlos Fuentes al fundar el Movimiento de Liberación Nacional- en la gran responsabilidad de los elementos intelectuales y profesionales del país... Deben interiorizarse de las necesidades del pueblo y ofrecer soluciones."
Desde la intelectualidad, personajes como Alfonso Caso, fundador de los institutos nacionales de Antropología e Historia (INAH) e Indigenista (INI), sintetizó de esta forma la relación entre el poder y los intelectuales: ''Usted -le dijo a Adolfo López Mateos en campaña presidencial- ha aceptado la responsabilidad de regir los destinos de México, de velar por su integridad y proceso. Nosotros (los intelectuales) estamos también dispuestos a aceptar nuestra responsabilidad".
Visión mercantilista
Octavio Paz, la figura intelectual más destacada de su generación, puntualizó, en abril de 1991, varias reflexiones sobre la relación entre los intelectuales y el poder:
''Siempre he pensado -escribió el Premio Nobel de Literatura al secretario de Educación Pública- que las relaciones entre el poder público y el escritor deben ser a un tiempo respetuosas y distantes. En una república democrática, el gobierno puede (y debe) ayudar a los escritores con diversos estímulos y sin menoscabo de su función principal en esta materia: la salvaguarda del libre ejercicio de la literatura; a su vez, el escritor tiene que conservar su arisca independencia."
La necesidad de apoyar a la industria editorial, de instrumentar estímulos económicos a los creadores y de emplear a intelectuales en la propia burocracia federal -preferentemente en la Secretaría de Relaciones Exteriores- fueron medidas que no se cuestionaron como principios de acción del régimen.
De hecho, un nutrido grupo de intelectuales, muy jóvenes en la primera etapa de la Revolución Mexicana, se dio a la tarea de fundar instituciones culturales y políticas sin menoscabo de su calidad de pensadores: Jesús Silva Herzog, ex secretario de Hacienda en el cardenismo y profesor emérito de economía en la UNAM; Ignacio Chávez, creador del Instituto Nacional de Cardiología y rector de la UNAM; Alfonso Caso; Manuel Gómez Morín, profesor de derecho, funcionario en Hacienda y fundador del PAN; y Daniel Cosío Villegas, impulsor de El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica.
Antecesores de esta generación, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, fueron las pilares tanto del ''intelectual-político" como del ''intelectual puro", pero ambos coincidían en una visión de la cultura y de la creación como una obligación del Estado revolucionario que surgió del movimiento armado de 1910.
Vasconcelos fue el forjador de la Secretaría de Educación Pública, institución clave en la formación de una visión pública de la instrucción y la cultura y que, ahora, según el decir de Gil Díaz, se quiere reducir a una visión mercantilista que presume su ignorancia. No pocos intelectuales jugaron un papel clave en la defensa de las instituciones culturales del país: Genaro Estrada y Jaime Torres Bodet, por mencionar algunos, fueron personajes esenciales de esta relación.
Alfonso Reyes, hombre de libros y el personaje con mayor registro cultural de su momento, fue el maestro de muchos escritores, filósofos, políticos, periodistas que vieron al autor de Visión de Anáhuac como un emisario de la civilización, como un intelectual que por serlo cumplidamente tenía un modo extraordinariamente honesto de vivir.
Crisis del autoritarismo
El delicado equilibrio que se forjó entre el régimen priísta y la comunidad intelectual se rompió con el final del llamado milagro mexicano, pero luego de Gustavo Díaz Ordaz, ni Luis Echeverría ni José López Portillo, protagonistas del derrumbe del viejo modelo autoritario, permitieron que en sus gobiernos hubiera una política deliberada de menosprecio.
Díaz Ordaz, obsesionado por el principio de autoridad y por la conjura internacional alimentada en las paranoias de la guerra fría, ubicó, desde el movimiento de los médicos en 1965, a ''pequeños grupos" que, ''olvidándose del deber moral de salvaguardar al sistema y proteger al gobierno, que a su vez a ellos los ampara, se separan de las normas legales, perjudican su propia causa y fortalecen a los enemigos de nuestro progreso". Su línea de discurso no varió como lo muestran las incursiones militares a la Universidad Nicolaíta, a la UNAM y a la Universidad de Sonora.
En su cuarto Informe de Gobierno, en pleno movimiento estudiantil, concentró su crítica en quienes, en su opinión, con sus ideas llevaron a los estudiantes a la alucinación de un ''falso heroísmo":
''šQué grave daño hacen los modernos filósofos de la destrucción que están en contra de todo y a favor de nada!", dijo Díaz Ordaz en una clara alusión a Hebert Marcuse, uno de los intelectuales que influyeron en los movimientos estudiantiles internacionales del 68.
Su gobierno tomó muchas medidas para ejercer la censura contra editores, como la desaparición de la revista Política, por encarecimiento del papel, monopolizado por el Estado, y presionó para que Ignacio Chávez renunciara en 1965 como rector de la UNAM. Para él, sus críticos eran ''agitadores", ''enemigos del sistema", ''filósofos de la destrucción", ''agentes de la conjura internacional", pero no ''terroncitos de azúcar".
La circulación del anónimo libelo El Móndrigo fue la manera de señalar (y amenazar) desde el poder a los intelectuales que apoyaron el movimiento estudiantil y que formaban parte de ''la conjura internacional contra México".
Pero aun un personaje tan autoritario y antintelectual como Díaz Ordaz, en su cuarto Informe de Gobierno apela al humanismo como una de las fuentes legitimadoras del régimen posrevolucionario:
''Cuidemos que sea ni simplemente libresca ni sólo educación unitaria. Educación para la producción y educación para la cultura. Sin el contenido humanista el desarrollo económico nada significa en la historia de un pueblo (...) la tarea consiste en desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano."
Su sucesor, Luis Echeverría, operó una hábil estrategia para coptar o integrar a su favor a diversos círculos intelectuales, en una maniobra muy similar a la que aplicó dos sexenios después Carlos Salinas. Para lograr estos objetivos fueron claves intelectuales muy cercanos al echeverrismo como Horacio Flores de la Peña, Porfirio Muñoz Ledo, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Rosario Castellanos, que se incorporaron al gabinete o en cargos diplomáticos un novelistas como Carlos Fuentes, severo crítico del díazordacismo, se convirtió en embajador de México en Francia.
Sin embargo, el principio autoritario llevó a Echeverría a operar el golpe contra el diario Excélsior, dirigido por Julio Scherer, que se convirtió en semillero de nuevos periodistas e intelectuales que asumieron la crítica como ejercicio profesional.
La aproximación antintelectual más fuerte de Echeverría tuvo un destinatario: Daniel Cosío Villegas. En septiembre de 1973, en su tercer Informe, Echeverría hizo una referencia despectiva a los ''solitarios de gabinete" que ''por ganarse un salario" y ''frente a una maquinilla de escribir" formulaban ''sin reflexión cualquier crítica que se traduce... en denuesto". Cosío Villegas defendió en su editorial de Excélsior el derecho a la crítica y a disentir del poder. Para 1974 circuló un libelo titulado Danny, discípulo del Tío Sam. Ese mismo año el historiador publicó un auténtico best-seller de análisis político que se convirtió en referencia editorial obligada para analizar el presidencialismo: El estilo personal de gobernar.
José López Portillo se asumió como hombre de letras antes que político y tuvo una llave maestra en la relación con los intelectuales: el profesor, historiador del liberalismo y secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles. Por mantener diferencias sustanciales con el primer mandatario, Reyes Heroles abandonó el gabinete en 1979 después de sentar las bases para la apertura del sistema con la reforma política. Con sarcasmo, López Portillo le lanzó la siguiente despedida: ''Si Reyes Heroles persevera, llegará a ser el Ortega y Gasset mexicano". No creemos que de una despedida así se reponsabilice el presidente Fox por razones que preferimos omitir.
Fox, promesas de campaña
En la campaña presidencial de 2000, la mayor parte de los intelectuales y artistas se manifestaron contra la candidatura de Vicente Fox, al que descalificaron por su origen gerencial y por sus alianzas con los sectores más oscuros y retrógrados de la derecha.
Como candidato, Fox suscribió acuerdos con personajes que provenían de la izquierda que lo apoyaron (conocidos a la distancia como ''los apóstoles del voto útil"). El documento Compromisos para un gobierno de transición democrática, firmado el 4 de mayo de 2000, no hace alusión a ningún tema cultural ni educativo. Es revelador que ese grupo de intelectuales y activistas que se reivindicaron provenientes de la ''izquierda independiente" no tocaron ninguno de los temas polémicos durante la campaña electoral que fueron eje de las críticas intelectuales: el respeto al laicismo, el compromiso con una educación pública, el apoyo real a la industria cultural, etcétera.
Los organizadores de la reunión declararon que Fox, al suscribir el documento, ''se convertía 'en el candidato de las fuerzas de centroizquierda mexicanas'', pues hacía suyas las demandas ''en torno de la solución pacífica del conflicto en Chiapas, respetando los Acuerdos de San Andrés; no privatizando Pemex, así como el impulsar una reforma profunda que nos lleve a una verdadera democracia''. Pero ningún compromiso en materia cultural.
A las dos semanas de haber ganado las elecciones presidenciales, Vicente Fox se reunió con un grupo de intelectuales y artistas, ante quienes se comprometió a encabezar una ''revolución cultural". ''Parece que Fox no escucha, pero tomará en cuenta todas la sugerencias y todas las críticas", dijo de sí mismo el entonces presidente electo durante la reunión informal que sostuvo con una treintena de escritores y artistas en casa de Sara Guadalupe Bermúdez, el 18 de julio de 2000.
Por el momento, la promesa de ''revolución cultural" quedó reducida a nuevos mecanismos de persecución fiscal prometidos por el titular de Hacienda, Francisco Gil Díaz. Su antintelectualismo no es una expresión de la guerra fría -ya ida- ni del menosprecio autoritario a los críticos, como en Díaz Ordaz. Es, simplemente, una entronización de la ignorancia.