Angel Guerra Cabrera
Paraguay, Perú y la alternativa
La resistencia latinoamericana contra la globalización neoliberal ha frenado inminentes privatizaciones en Paraguay y Perú. Levantamientos populares lograron revertir compromisos de Asunción y Lima con el FMI, que exige el remate de las pocas empresas públicas remanentes en la región, a lo que si no han accedido quienes detentan el poder es únicamente por la creciente oposición a su entreguismo. Paraguay y Perú son casos graves de la epidemia que recorre a los gobernantes del continente: el desenfreno por ser aceptados en los centros mundiales del capital -sobre todo en Washington- como modernos, fervorosos del libre mercado y, claro, de la democracia según la conciben los petroleros texanos. Qué importa incumplir las promesas electorales porque, Ƒde dónde viene el apoyo financiero y mediático para fabricar meteóricas ascensiones al Olimpo neoliberal, tomando el pelo a tantos, como la del cholo Toledo? Nuestros prohombres se desviven por hacerse acreedores a las dádivas que otorgan las trasnacionales a quienes se aplican ortodoxamente, como Carlos Menem, a promover las reformas estructurales, eufemismo que designa las privatizaciones y demás medidas que esquilman a los pueblos. Y sin cargos de conciencia, porque al final de su aplicación -siempre queda alguna pendiente- sí será posible "abatir la pobreza". De existir duda, ahí está el ejemplo de Argentina.
Paraguay y Perú comparten también una crisis económica, ésta sí estructural, que empobrece a sus pueblos y enriquece a unos pocos; el abandono del campo y de las comunidades indígenas; el desempleo ascendente; la corrupción generalizada en la administración pública, acentuada a niveles inéditos con las privatizaciones; la impunidad de torturadores y asesinos de antes y después de Stroessner y Fujimori; la desatención a los servicios de educación y salud. El presidente paraguayo González Macchi y su contraparte peruano compiten con ventaja en impopularidad y descrédito en un continente en el que esto es cada vez más generalizado entre los gobernantes. En ambos países, donde las conquistas sociales del siglo XX han sido brutalmente conculcadas, los sindicatos son débiles, sea a consecuencia de la represión o de la coptación. En los dos la izquierda histórica fue golpeada y acosada por los aparatos de seguridad, aunque una parte de ella en Perú también sucumbió al dogmatismo de distintos cuños o a los cantos de sirena neoliberales y hoy su presencia es imperceptible. En Paraguay, en cambio, el precedente de un partido comunista heroico y generoso parece haber estimulado su revitalización. En todo caso en los dos países el movimiento social ha cobrado la fuerza suficiente para impedir que los gobiernos continúen actuando sin oír a los ciudadanos. El levantamiento de los paraguayos, en el que las organizaciones campesinas arrastraron a los demás sectores populares, desembocó en un llamado a la huelga general que obligó al Senado y al Ejecutivo a acceder a sus demandas: detener la privatización de la telefonía, carreteras, acueductos, electricidad y seguro social e impedir que se graven los productos agropecuarios con el IVA, entre otras. El corte de carreteras y calles al estilo de los piqueteros argentinos fue una de las armas de la protesta, como después lo sería en Perú. Aquí el grito contra la privatización de dos empresas eléctricas locales se inició en Arequipa, cuyas calles fueron tomadas por el pueblo y se extendió por el sur a Tacna y Cuzco, hasta dejar paralizadas cinco provincias. Encabezados por los alcaldes y una alianza de organizaciones, los inconformes consiguieron parar de momento la venta de las empresas a la trasnacional belga Tractebel, famosa por los escandalosos sobornos con que gana las licitaciones en distintos países.
La rebelión de paraguayos y peruanos expresa un avance importante en la conciencia y la rebeldía latinoamericanas contra el neoliberalismo. Anuncia recios combates contra un modelo que difícilmente pueda sostenerse en lo adelante si no es con la represión. Es hora de pensar en una alternativa. De exigir en las calles que vaya al gasto social lo que se paga por la deuda externa, que bajo control popular se devuelvan a las naciones las empresas privatizadas, que regresen los fondos depositados en el extranjero, que termine la impunidad de los corruptos y de los asesinos de Estado de las viejas y nuevas guerras sucias.
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