Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 25 de junio de 2002
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Cultura
Abraham Nuncio

Cae El flechador del Sol

Un enorme mural de 650 metros cuadrados ejecutado por el pintor regiomontano Federico Cantú en la roca viva se vino abajo. Aparentemente por falta de mantenimiento.

La impresionante talla, a la que Cantú tituló El flechador del Sol, se hallaba en un paraje poco concurrido, pero era orgullo de los pobladores del municipio de Iturbide y el único atractivo turístico del lugar. El tema: una suerte de alegoría de la patria representada por un águila protectora (versión colectiva de la escultura conocida con el nombre popular de Nuestra Señora del Seguro Social). Una patria barroca donde el trabajo agrícola rinde frutos abundantes bajo la imagen advocaticia de una de las Ceres-Xilonen de Cantú y donde el pasado prehispánico y el tiempo del milagro mexicano se vinculaban a través de la acción del Estado. Las efigies de sus representantes momentáneos formaban parte de la obra: el presidente Adolfo López Mateos, su secretario de obras públicas, Javier Barros Sierra y el gobernador Raúl Rangel Frías.

Remataba el bajorrelieve la figura del indio vigoroso que dispara al sol, motivo de la simbología de un estado que fue pionero en extinguir a los indios para fincar el progreso. A ésta se agregaba otra ironía: la de la representación de la naturaleza ubérrima ante una campiña arruinada cuyos habitantes emigran o viven en condiciones de gran pobreza. Triple ironía si se considera, además, que desde que el Estado neoliberal les otorgó a los campesinos sus tierras a título de propiedad comercial cada vez se volvieron más pobres de lo que ya eran.

''Para ser pintor -decía Federico Cantú- hay que ser un bárbaro." Sólo un artista con la capacidad de entrega a su oficio como la que observó ese magnífico y memorable norteño podía haber sido el autor de tal frase. El parentesco del arte es más inextricable aún que los laberintos del ADN. Los llamados bárbaros que habitaban los valles de lo que vino a ser el Nuevo Reyno de León (una auténtica entelequia) corrían a la velocidad de un caballo, según testimonio de Alonso de León, su cronista más antiguo. Pero también sabían tallar la roca con ingenio y tesón. Es inimaginable cómo pudieron haber esculpido frisos en los salientes de algunas montañas. De estos monumentales petroglifos llegó a ser pariente el mural de Federico Cantú.

A pocas horas de diferencia del infausto suceso, las autoridades de la Universidad Autónoma de Nuevo León otorgaron el premio del Emprendedor del Año al gobernador Fernando Canales Clariond. Los reconocimientos de este tipo pertenecen al reino del autocomentario, pero en el caso específico se explican por la existencia de una institución que ha erradicado de su seno la autonomía y el espíritu crítico. Canales -es ya una opinión generalizada después de su quinto informe de gobierno- ha sido el gobernador que menos ha hecho por Nuevo León en el último medio siglo, y mucho menos por el sur del estado sumido en la miseria, al que había prometido desarrollar.

En cuanto al arte y la cultura, el gobierno de Canales se ha distinguido por estropearlos (ejemplos: la Cineteca y el Centro de las Artes) en beneficio de obras tan oscuras y frívolas como la construcción de una pista de carreras automovilísticas en el corazón de la antigua Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, primer gran sitio de interés antropológico de la era industrial mexicana.

No ha tenido siquiera la capacidad de legislar para preservar el patrimonio monumental de Nuevo León. Creó por decreto un Patronato pro Defensa de los Monumentos del Estado, confundiendo una figura del ámbito privado con las pertinentes a una institución pública. Su función ha sido nula. Y el INAH nada hace que no mande u omita mandar el gobierno estatal.

La pérdida del mural de Federico Cantú, quizá irreparable, es una advertencia insoslayable. En Nuevo León y, supongo, en otros estados de la República no hay interés de parte de los políticos en funciones por afirmar la identidad cultural de sus habitantes. Los goles, de los que están tan pendientes los gobernantes panistas -y no sólo ellos, para ser justos- no echan raíces. Con revisar el gasto cultural en comparación con el gasto deportivo se llega sin dificultades a la conclusión de cuáles son las prioridades de nuestros gobiernos.

La exigencia de la afirmación de la identidad cultural debe ser prioritaria, tanto en términos presupuestarios como legislativos, si lo que se pretende es el desarrollo del país. Y esto vale para todos: partidos políticos, instituciones vinculadas a la cultura, intelectuales y artistas y, desde luego, aquéllos a quienes la ciudadanía, supuestamente, pone el poder en sus manos.

Es una realidad palpable. Sobre nuestros bienes culturales penden las amenazas destructivas de la negligencia, el mercado y la rapacidad.

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