Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 21 de junio de 2002
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Cultura
Familiares y amigos departieron con la escritora en El Hábito

Elenísima conmemoró su cumpleaños 70 con una fiesta como la de sus novelas

Jesusa y Liliana Felipe entonaron Es Elena Poniatowska, himno nacional de la casa

Desfile de narcoconfesiones muy ad hoc para la nueva obra que prepara

JAIME AVILES

Fue una fiesta como en las novelas de Elena Poniatowska: los apellidos y los temas que en ella se mezclaron dan cuenta de una época. ''Por ahí, Raoulito Fournier, médico de varios pintores; Agustín Lazo, Manuel Rodríguez Lozano, Rafael Heliodoro Valle y Miguel Othón de Mendizábal planeaban una fiesta de disfraces; don Pablo González Casanova y José de J. Núñez y Domínguez hablaban del odio que le tenía Vasconcelos a Alfonso Reyes; María Asúnsolo de la necesidad de promover una buena galería de arte, reunir fondos, un patronato. '¿Invitaron a Novo? Ese es una víbora. Mil veces Xavier Villaurrutia.' Lo presentó Nahui Olin a Oscar Braniff: 'Vino del otro lado a ayudarle a Diego, y ya pinta de carrerita. En cambio Juan O'Gorman da unas pinceladas de miniaturista...'" (Tinísima, p.202, Era, 1992).

La diferencia es que esa, la del miércoles 19 de junio de 2002 en El Hábito, era una fiesta para Elena Poniatowska, organizada por Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, a efecto de conmemorar los primeros 70 años de la voz femenina más importante en la literatura mexicana de nuestro tiempo. Así que por ahí andaban Pablo Ortiz Monasterio y su esposa Marisa Giménez Cacho, hablando de la puesta en escena de tres piezas de Copi, el genial humorista argentino y francés. Guillermo Soberón Acevedo, ex rector de la UNAM, guardaba silencio escuchando la conversa de doña Jesusa Ramírez Gama, el alma mater del establecimiento anfitrión, y a espaldas de ambos, tímida y elegante, Guadalupe Loaeza escuchaba sonriendo sobre un vistoso collar de aros de plata. Más allá, la publicista Chaneca Maldonado deleitaba a sus oyentes con anécdotas colombianas, mientras, junto a la puerta del patio, el escritor colombiano Hernán Vera pronunciaba diatribas contra la cocaína.

La plana mayor de Era

Por el lado de acá, cerca de la barra, estaba la plana mayor de Era, encabezada por Neus Espresate, flanqueada a la izquierda por Paloma Villegas, autora de La luz oblicua y traductora de Friedrich Katz, y en el costado opuesto por los poetas Marcelo Uribe y Coral Bracho, encargados todos ellos de mantener a flote la casa editorial que publicó Hasta no verte Jesús mío, La noche de Tlatelolco y Tinísima, las tres cumbres en la vasta cordillera de los libros de la Poni. Intermitentemente aparecían las siluetas de Bolívar Echeverría y Raquel Serur, mientras iba y venía la feminista Marta Lamas, y Lucy Orozco, productora de telenovelas, entraba y salía del campo visual de esta crónica entre las cabezas agrupadas en torno del escenario, para las cuales volteaba, sitiada de afectos, la escritora Margo Glantz.

Ultima en llegar al ágape fue la periodista Denise Maerker, exasperada que se mostró en algún momento de recibir, siempre que va a El Hábito, pullas por reunirse pública y cotidianamente con Ciro Gómez Leyva. Pero con toda la gente, a la cual no pasó desapercibida la ausencia de Carlos Monsiváis, alternaban Manuel, Paula y Felipe Haro Poniatowska, hijos de la agasajada, que habían acarreado a su vez a sus cuates más cercanos y no cesaban de burlarse de la célebre e incurable sobreprotectora costumbre de su egregia madre, que desde siempre ha mantenido abiertas las puertas de su casa a jóvenes escritores, como en su momento lo fueron José Agustín, El Búker y Parménides García Saldaña.

La próxima novela

Todo comenzó, formalmente, como hace 10 años. Una de huipil y trenzas, otra de shorts blancos y camiseta de la selección mexicana de futbol, subieron al escenario Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, que a dos voces cantaron el ''himno nacional de la casa" intitulado Es Elena Poniatowska. La escenografía, necesariamente mexicanista, cubría la pared del fondo con una gigantesca bandera tricolor, y debajo pero también adentro de ésta había una mesa engalanada con minipiñatas, dispuestas alrededor de un delicioso arreglo frutal, obsequiado por Tere, la limonera del mercado de Coyoacán, quien alguna vez dijera lo siguiente a Jesusa:

-Si la señora Elenita me hubiera hecho caso y se hubiera venido a vender frutas conmigo, habría podido conocer gente tan interesante como su mamá.

Exacto: gente como doña Paula, princesa de Poniatowska, recientemente fallecida, y en este punto salta a la memoria aquella mañana del año pasado cuando la autora de La piel del cielo fue a decirle a su jefa que por esa novela acababan de darle el Premio Alfaguara 2001, a lo que la señora respondió:

-Ay, hija, pues a ver si ahora sí te peinas.

Finalizado el único número musical de la noche, Jesusa invitó a los invitados, que de tal suerte lo fueron por segunda vez, a pasar al escenario, colocarse debajo de una luz ''especial" y hablar acerca de las drogas. Casi todos se refirieron a la mariguana, excepto una pareja de mujeres que habló de un viaje de hongos, en tanto Pablo Ortiz Monasterio abundaba sobre los ritos huicholes con el peyote y Hernán Vera continuaba despotricando contra la cocaína. Alguien aprovechó para recordar que, en justicia, la yerba de las islas de la UNAM nunca fue tan recreativa como en los tiempos del doctor Soberón. ''¡Esa sí era mota!", exclamó una dama.

Mientras los presentes hablaban -y no fueron pocos los que evocaron la entrañable pachequez del querido y malogrado Parménides García Saldaña-, Jesusa registraba las peroratas con una cámara de video.

Y cuando terminó el desfile de ''narcoconfesiones", retomó la palabra y explicó a la audiencia que el casete con todo lo que se había dicho sería entregado a la Poni para que lo use a su antojo, si algo le sirve, en la novela que escribe en la actualidad y cuyo personaje central, precisamente, es la droga.

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