Familiares y amigos departieron con la escritora
en El Hábito
Elenísima conmemoró su cumpleaños
70 con una fiesta como la de sus novelas
Jesusa y Liliana Felipe entonaron Es Elena Poniatowska,
himno nacional de la casa
Desfile de narcoconfesiones muy ad hoc
para la nueva obra que prepara
JAIME AVILES
Fue una fiesta como en las novelas de Elena Poniatowska:
los apellidos y los temas que en ella se mezclaron dan cuenta de una época.
''Por ahí, Raoulito Fournier, médico de varios pintores;
Agustín Lazo, Manuel Rodríguez Lozano, Rafael Heliodoro Valle
y Miguel Othón de Mendizábal planeaban una fiesta de disfraces;
don Pablo González Casanova y José de J. Núñez
y Domínguez hablaban del odio que le tenía Vasconcelos a
Alfonso Reyes; María Asúnsolo de la necesidad de promover
una buena galería de arte, reunir fondos, un patronato. '¿Invitaron
a Novo? Ese es una víbora. Mil veces Xavier Villaurrutia.' Lo presentó
Nahui Olin a Oscar Braniff: 'Vino del otro lado a ayudarle a Diego, y ya
pinta de carrerita. En cambio Juan O'Gorman da unas pinceladas de miniaturista...'"
(Tinísima, p.202, Era, 1992).
La diferencia es que esa, la del miércoles 19 de
junio de 2002 en El Hábito, era una fiesta para Elena Poniatowska,
organizada por Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, a efecto de conmemorar
los primeros 70 años de la voz femenina más importante en
la literatura mexicana de nuestro tiempo. Así que por ahí
andaban Pablo Ortiz Monasterio y su esposa Marisa Giménez Cacho,
hablando de la puesta en escena de tres piezas de Copi, el genial
humorista argentino y francés. Guillermo Soberón Acevedo,
ex rector de la UNAM, guardaba silencio escuchando la conversa de
doña Jesusa Ramírez Gama, el alma mater del establecimiento
anfitrión, y a espaldas de ambos, tímida y elegante, Guadalupe
Loaeza escuchaba sonriendo sobre un vistoso collar de aros de plata. Más
allá, la publicista Chaneca Maldonado deleitaba a sus oyentes
con anécdotas colombianas, mientras, junto a la puerta del patio,
el escritor colombiano Hernán Vera pronunciaba diatribas contra
la cocaína.
La plana mayor de Era
Por
el lado de acá, cerca de la barra, estaba la plana mayor de Era,
encabezada por Neus Espresate, flanqueada a la izquierda por Paloma Villegas,
autora de La luz oblicua y traductora de Friedrich Katz, y en el
costado opuesto por los poetas Marcelo Uribe y Coral Bracho, encargados
todos ellos de mantener a flote la casa editorial que publicó Hasta
no verte Jesús mío, La noche de Tlatelolco y Tinísima,
las tres cumbres en la vasta cordillera de los libros de la Poni. Intermitentemente
aparecían las siluetas de Bolívar Echeverría y Raquel
Serur, mientras iba y venía la feminista Marta Lamas, y Lucy Orozco,
productora de telenovelas, entraba y salía del campo visual de esta
crónica entre las cabezas agrupadas en torno del escenario, para
las cuales volteaba, sitiada de afectos, la escritora Margo Glantz.
Ultima en llegar al ágape fue la periodista Denise
Maerker, exasperada que se mostró en algún momento de recibir,
siempre que va a El Hábito, pullas por reunirse pública y
cotidianamente con Ciro Gómez Leyva. Pero con toda la gente, a la
cual no pasó desapercibida la ausencia de Carlos Monsiváis,
alternaban Manuel, Paula y Felipe Haro Poniatowska, hijos de la agasajada,
que habían acarreado a su vez a sus cuates más cercanos y
no cesaban de burlarse de la célebre e incurable sobreprotectora
costumbre de su egregia madre, que desde siempre ha mantenido abiertas
las puertas de su casa a jóvenes escritores, como en su momento
lo fueron José Agustín, El Búker y Parménides
García Saldaña.
La próxima novela
Todo comenzó, formalmente, como hace 10 años.
Una de huipil y trenzas, otra de shorts blancos y camiseta de la selección
mexicana de futbol, subieron al escenario Jesusa Rodríguez y Liliana
Felipe, que a dos voces cantaron el ''himno nacional de la casa" intitulado
Es Elena Poniatowska. La escenografía, necesariamente mexicanista,
cubría la pared del fondo con una gigantesca bandera tricolor, y
debajo pero también adentro de ésta había una mesa
engalanada con minipiñatas, dispuestas alrededor de un delicioso
arreglo frutal, obsequiado por Tere, la limonera del mercado de Coyoacán,
quien alguna vez dijera lo siguiente a Jesusa:
-Si la señora Elenita me hubiera hecho caso y se
hubiera venido a vender frutas conmigo, habría podido conocer gente
tan interesante como su mamá.
Exacto: gente como doña Paula, princesa de Poniatowska,
recientemente fallecida, y en este punto salta a la memoria aquella mañana
del año pasado cuando la autora de La piel del cielo fue
a decirle a su jefa que por esa novela acababan de darle el Premio Alfaguara
2001, a lo que la señora respondió:
-Ay, hija, pues a ver si ahora sí te peinas.
Finalizado el único número musical de la
noche, Jesusa invitó a los invitados, que de tal suerte lo fueron
por segunda vez, a pasar al escenario, colocarse debajo de una luz ''especial"
y hablar acerca de las drogas. Casi todos se refirieron a la mariguana,
excepto una pareja de mujeres que habló de un viaje de hongos, en
tanto Pablo Ortiz Monasterio abundaba sobre los ritos huicholes con el
peyote y Hernán Vera continuaba despotricando contra la cocaína.
Alguien aprovechó para recordar que, en justicia, la yerba de las
islas de la UNAM nunca fue tan recreativa como en los tiempos del doctor
Soberón. ''¡Esa sí era mota!", exclamó una dama.
Mientras los presentes hablaban -y no fueron pocos los
que evocaron la entrañable pachequez del querido y malogrado
Parménides García Saldaña-, Jesusa registraba las
peroratas con una cámara de video.
Y cuando terminó el desfile de ''narcoconfesiones",
retomó la palabra y explicó a la audiencia que el casete
con todo lo que se había dicho sería entregado a la Poni
para que lo use a su antojo, si algo le sirve, en la novela que escribe
en la actualidad y cuyo personaje central, precisamente, es la droga.