León Bendesky
Los números de Hacienda
Toda la apuesta del crecimiento económico de este sexenio está prácticamente en conseguir las reformas llamadas estructurales que ha propuesto el gobierno. Esto queda ya muy claro en el planteamiento del Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo 2002-2006 (Pronafide) que acaba de presentar la Secretaría de Hacienda. Esta es, sin duda, una forma curiosa de proponer a la sociedad una política económica y, también, de hacer política.
La propuesta de Hacienda, en el abultado documento que ha elaborado, se esmera en demostrar el impacto favorable que tendrían las reformas en la dinámica de la expansión productiva. La advertencia es clara: si no se realizan esas enmiendas como las quiere el gobierno, lo que significa trasladar toda la responsabilidad al Congreso, se tendría lo que se llama en el programa el "marco macroeconómico inercial"; o sea, el que resulta a partir de las condiciones y los supuestos que hoy prevalecen. Esta parece una forma un tanto atrevida de buscar cómo curarse en salud.
En ese caso los técnicos de Hacienda han fijado una ruta de crecimiento anual para los años 2002 a 2006 con base en un crecimiento promedio del periodo de 3.3 por ciento. Esta es, en verdad, una cifra muy reducida para las necesidades de expansión de esta economía y de la creación de mejores condiciones de vida de la población. Es, igualmente, una tasa muy por debajo de la oferta hecha por el presidente Fox en su campaña electoral, que era de 7 por ciento, y que se fijó primero como meta alcanzable al comienzo de su gestión y luego se trasladó como objetivo del fin de su gobierno; pero prometer no empobrece.
Ahora bien, si se lograran las reformas que se proponen y que, por cierto, no eran parte condicionante del escenario de expansión ofrecido en aquella campaña, entonces se tendría lo que se llama el "marco macroeconómico con reforma estructural". Este es mucho mejor, con una tasa promedio hasta 2006 de 5.2 por ciento y llegando al codiciado 7 por ciento en el último año de la administración. Y no hay que olvidar que ése fue, de hecho, el registro del final del gobierno de Zedillo, antes del cambio.
Lo que no se da a conocer en el Pronafide, lástima, son la serie de supuestos cuantitativos que convierten los efectos de las reformas en tasas de crecimiento como las que se presentan y que están muy por encima del "marco inercial". Esto concierne especialmente a la medición de los efectos multiplicadores que tendrían las reformas en el campo de la energía y las telecomunicaciones, que incidirían de modo directo sobre los volúmenes de la inversión y en el terreno de la gestión fiscal y financiera, que tienen que ver con el origen y el uso de los recursos del sector público y la disponibilidad de financiamiento para el sector privado. Este planteamiento de los números y las relaciones entre las variables que llevan a las estimaciones de crecimiento es un elemento necesario para evaluar la naturaleza de la propuesta de financiamiento del desarrollo. Vale la pena generar un anexo para aclarar la oferta del programa.
Hay en el mercado del análisis económico estimaciones con tasas promedio de crecimiento para el resto de este gobierno que alcanzan hasta 4.5 por ciento y más, y que no consideran explícitamente el impacto de las reformas. Esto quiere decir que ese escenario alternativo está bastante cerca del marco con reformas que presenta Hacienda. Da la impresión de que el "marco inercial" del programa podría estar subvaluado y que aun así el "marco con reformas estructurales" no ofrecería resultados mucho mejores de los que se podrían esperar de un entorno apocado, como el que hoy existe y que depende fuertemente del grado de recuperación de la economía de Estados Unidos. Para aclarar esta cuestión convendría contar con los estimadores que usó Hacienda para calcular los efectos positivos de las reformas sobre el ritmo de la expansión de la economía. La demanda por reformas del gobierno necesita mucho más apoyo que el que le dan el discurso y los números del Pronafide.
El programa de Hacienda no abre nuevos caminos para la política económica. Al contrario, refuerza la actitud adoptada en los últimos 18 meses, por lo menos, de no hacer virtualmente nada ante la recesión, sino esperar a que la demanda externa se recupere y volver a crecer en las mismas condiciones. Por el lado monetario no hay estímulos posibles, porque reavivan la inflación; por el lado fiscal, todas las cuentas que se presentan en el Pronafide se anclan a las metas de un equilibrio o incluso un superávit fiscal, para no distorsionar la asignación de los recursos. Así, sólo queda atraer inversiones y dólares, los más que se puedan, para evitar la recurrencia de la crisis. Esta pasividad previene la apertura de nuevas vías de promoción del crecimiento y el gobierno se amarra las manos, quedándole sólo la presión política para conseguir las reformas que quiere y cuyas virtudes no están demostradas en el programa de reciente entrega.