CON LA VISTA AL ZOCALO
José Agustín Ortiz Pinchetti
38 millones de habitantes
DURANTE LA anterior década la población
de la capital aumentó a un ritmo de 50 mil 653 personas al año.
Para 2020, en el Valle de México habrá crecido hasta llegar
a 26.2 millones de habitantes, pero si incluimos en este cálculo
a la zona conurbada (municipios de los estados de México, Hidalgo,
Morelos, Puebla y Tlaxcala), seremos en total 38 millones de personas.
Escalofriante, ¿no?
BIG BANG capitalino. Durante los sesenta nuestra ciudad
creció exponencialmente, apuntando ya al gigantismo. Una de las
causas fue el descubrimiento de los antibióticos y otras drogas
milagrosas. Los niños y muchos adultos llenaron la tierra. Pero
México capital también crecía porque atraía
a la gente con ofertas de trabajo casi para todos. En los dorados sesentas,
hasta el final de los setentas, el país creció económicamente
en una media de 7 por ciento, y la ciudad un poco más. Y la población
pasó de 3 millones a 18 en 50 años.
KRYPTONITA DEMOGRAFICA. Pero al mismo tiempo cambiaron
los hábitos de apareamiento, o más bien sus resultados.
A la vez que detonaba la explosión demográfica venía
otra revolución corporal. El descubrimiento de la diosgenina, una
sustancia derivada del barbasco mexicano, convertida en píldoras
tuvo el efecto neto de permitir a las mujeres decidir si se embarazaban
o no. Esto disoció la maternidad de la vida sexual. Era posible
ahora ya no tener los hijos que Dios mandaba, sino aquellos que uno planeaba.
Muchos lo han dicho ya: la anticoncepción es el mayor descubrimiento
del medio siglo. Generó el más rápido y profundo cambio
cultural. Al cambiar la vida sexual de las mujeres, cambiaron las costumbres
procreativas, las costumbres de apareamiento, cambió el amor,
el mundo laboral, los hombres y los niños; cambió todo.
ESTA NUEVA libertad farmacéutica vino a cuestionar
la moral religiosa, que no se compadecía en aceptar sino los medios
naturales para evitar lícitamente el embarazo, aprovechando los
días no fértiles de la mujer para tener en ellos, o en sus
nombres, los acercamientos carnalicios.
NADIE PUEDE ponerle puertas al campo. La gente, sobre
todo en la capital, era cada vez más pragmática. ¿Qué
valía más? ¿Arriesgarse a ser condenado por la Iglesia,
o tener una familia pequeña y una economía próspera?
Después de un breve titubeo, la gente optó por lo segundo.
Los sacerdotes continuaron clamando por creced y multiplicaos, mientras
que el gobierno nos convencía de que la familia pequeña vive
mejor. Así llegamos a detener el nivel de crecimiento.
CAYO UNA superchería científica: la explosión
demográfica no era la causa del subdesarrollo como sostenían
los desarrollistas. El verdadero mal está en la desigualdad y la
concentración del ingreso. En la irresponsabilidad de las elites.