Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 10 de junio de 2002
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Atenco, orgullo marginado

Lumbrera Chico

Ayer, como todos los años por estas fechas, se celebró la fiesta del pueblo de Tenango del Valle, donde hace la modesta suma de 472 años fue fundada la ganadería de Atenco, reconocida universalmente como el criadero de reses bravas más antiguo del mundo.

No es cualquier cosa. Atenco fue establecida en 1528 por don Juan Gutiérrez Altamirano, solamente siete años después de la caída de México-Tenochtitlan en poder de las tropas de Hernán Cortés. Una de las primeras cosas que hizo el jefe de las fuerzas invasoras fue organizar una pachanga taurina en junio de 1526, fecha en que el festejo se llevó a cabo de manera informal. Pero tres años más tarde, el 13 de agosto de 1529, día de san Hipólito, se efectuó con toda pompa y solemnidad la primera corrida de toros, propiamente dicha, en tierras de América.

Habrá sido alrededor de aquel momento cuando el señor Gutiérrez importó doce vacas de vientre y doce sementales, todos ellos procedentes del reino de Navarra (hoy País Vasco), para iniciar la reproducción de ganado de casta en el Virreinato. A mediados del siglo XIX la reata de Atenco fue enriquecida una vez más con bureles navarros, criados por don Nazario Carriquiri. En su obra, Historia del toro bravo mexicano, Heriberto Lanfranchi, que será recordado por ese trabajo, no así por su labor como juez de la Monumental Plaza Muerta, señala que muchos aficionados suelen confundirse al aseverar que Atenco surgió de la sangre de Carriquiri, lo cual, como bien lo demuestra, es cronológicamente imposible.

Siempre según Lanfranchi, Atenco importó en 1910 cuatro vacas de la ganadería ibérica de Felipe de Pablo Romero; en 1925 agregó a su hato varios sementales del vecino criadero mexiquense de San Diego de los Padres; en 1970 le sumó un número desconocido de hembras de Santín, en 1977 adquirió dos sementales de José Julián Llaguno y uno más, en 1988, del hierro de Zalduendo.

Para los entendidos, los ejemplares de Atenco son todo lo contrario del torito bobo, repetidor, escaso de bravura y sobrado de docilidad, que el promotor de la extinción de la fiesta en la Plaza Muerta ha impuesto como eje del espectáculo intrascendente y sin futuro que desde hace nueve años venimos padeciendo. Este modelo, que ha encantado por su comodidad a las figuritas de la baraja taurina en España, ha hecho su ominosa aparición en la madrileña plaza de Las Ventas, con los desastrosos resultados y las coléricas protestas de los aficionados de allá, que han cruzado fulgurantemente el Atlántico.

Arraigada al tiempo y a la tierra que la vio nacer y crecer, la ganadería de Atenco debería ser reconocida y alabada como una joya de singular esplendor en el tesoro cultural de la tradición taurómaca mexicana. Pero la mafia que todo lo destruye en este ámbito, la mantiene relegada y esta vergüenza nacional prevalecerá hasta que los gangsters sean expulsados de Mixcoac. No falta mucho, dicen las malas lenguas...

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