martes 4 de junio de
2002 |
Mundianálisis El que sigue... n Horacio Reiba |
Decíamos ayer que
el verdadero reto de los verdes no era ganar un juego
sino acreditar su mayoría de edad futbolística. Misión
Cumplida. México se estrenó en el mundial con un
triunfo mínimo pero inobjetable sobre Croacia, superada
en toda la línea. Tal vez la primera impresión sea de
sorpresa, pero visto lo que el partido fue, el resultado
es muy normal, reflejo fiel de lo ocurrido en la cancha.
Para asegurar la victoria, le bastó al Tri con meterse
en el partido desde el principio y mantener viva esa
tensión durante los 90 minutos. Con sobriedad, con
convicción, sin heroicidades ni excesos. Ayudó la
dispersión del adversario, su escaso fondo físico, su
falta de energía, salpicadas sus titubeantes evoluciones
con esporádicos intentos individuales. El único equipo
fue México, aunque más que por juego por trabazón,
entereza y actitud. Una sombra. Le sucede a Croacia lo que a los países pequeños donde el futbol ha tenido tradición: que sus éxitos siempre son transitorios, atados al esplendor momentáneo de alguna generación dorada a la que suele suceder la oscuridad. Y lo peor para esta Croacia de ayer es que sus desmoralizados jugadores lo sabían. Lo sabía también el entrenador, incapaz de transmitir a sus pupilos otra cosa que no fuera una resignación retratada en el gesto. Había puesto sobre la cancha a seis jugadores más que treintañeros y los seis naufragaron, sin que sus jóvenes acompañantes fueran capaces de hacer algo por evitarlo (la excepción fue Simuvic, un central con empuje para convertirse en el único atacante peligroso). Y de todos, los peores fueron los famosos: Suker, Prosinecki, Boksic y Jarni. Tan no ofrecieron oposición que, si mucho me apuran, diría que la verdadera estatura del Tri está por verse. Hasta Ecuador podría ser más rival. Todo en orden. Fundamentalmente para el buen despliegue mexicano fue la solidez de la zaga, dirigida táctica y futbolísticamente por Márquez, y con Vidrio y Carmona en plan perruno, pero siempre bien escalonados y resolviendo con criterio y celeridad. En cambio, el nerviosismo de óscar Pérez costó un par de sustos -sobre todo cuando escupió a córner con muchos apuros un remate distante de Soldo (Õ64)-, aunque con la contrapartida de dos intervenciones salvadoras, una al principio del juego (cabezazo de Simuvic que desvió con reflejos) y otra a un minuto del silbatazo final (fusilamiento del mismo tapado con el cuerpo, tras servicio de banda de Jarni peinado por Rapaic hacia atrás). Como ambas acciones se originaron en saque directo, habrá que prestar más atención en el futuro a tal tipo de jugada, porque llegadas francas no tuvieron los croatas: todas las ahogaba la defensa, cuando no el nudo contencioso del Tricolor. Buena contención, creación escasa, llegada nula. Apoyado en ese terceto de base, Aguirre dispuso un medio campo donde Torrado exhibiría llamativa madurez en las labores de acoso y derribo que son de su especialidad, función en la que Luna no anduvo igual de afortunado. Ramón Morales, por su parte, fue un sólido pistón sobre la izquierda, algo desperdiciado, en tanto permanecía más contenido Sigifredo, bien abierto sobre la otra banda y con cierres oportunos sobre los tibios amagues del adversario. Impecable esquema, salvo por un pequeño detalle: del armado no hubo quien se ocupara -Caballero fracasó-, y eso condenó al aislamiento a Borgetti -que aun así distrajo defensas y sirvió un taconazo clave en la jugada del penal, resarciéndose de la gran ocasión errada en el primer tiempo-, y a Blanco, que fuera de forma y todo se las arregló para bullir y estorbar. Pero la falta de llegada comprometió innecesariamente el resultado y puede acarrear problemas en el futuro. Penal de libro. El árbitro chino Jun Lu, novatón y todo, acertó en lo fundamental y no se le escapó el claro penal de Zivkovic (tarjeta roja a los 60Õ) sobre Cuauhtémoc que decidió la contienda, pues la ejecución del tepiteño fue sencillamente ejemplar. |