lunes 3 de junio de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
n Demostraron que un espectáculo genuino tiene por principales actores a las personas
Noche inolvidable brindaron a Puebla las estrellas del Buena Vista Social Club

Martín Hernández Alcantara n

Será difícil olvidar la noche del 1 de junio del año 2002. En la plaza de toros El Relicario de Puebla, una pléyade de cubanos, con no menos de 70 años a cuestas cada quien, provocó que unos 2 mil cuerpos y almas se zangolotearan sin parar por más de dos horas en lo que parecía ser, más que un baile o una danza, un espontáneo ritual colectivo para celebrar la vida, el amor y el sentimiento de haber nacido en América Latina.
El Buena Vista Social Club estuvo casi completo en la Angelópolis. Faltaron sólo cuatro de sus estrellas: Manuel "Puntillita" Licea, fallecido en diciembre del año 2000; Ry Cooder, productor del disco que lanzó a la fama mundial a la agrupación caribeña en 1998, su hijo, el percusionista Joaquim Cooder y el enorme pianista Rubén González, hoy postrado en una silla de ruedas por los achaques de su edad y quien tuvo su más reciente aparición en público el mes pasado en el Auditorio Nacional de la ciudad de México, únicamente para recibir una calurosa ovación sin que tuviera que tocar una tecla.
Pero sí vinieron el resto de los viejos soneros que han puesto a la música popular de la isla en el lugar que se merece: los cantantes Ibrahim Ferrer y Pío Leyva, la diva Omara Portundo, el guitarista y líder del Cuarteto Patria, Eliades Ochoa, el laudista Barbarito Torres, el contrabajista Orlando "Cachaíto" López, el trompetista "Guajiro" Mirabal, el director artístico Juan de Marcos González y el patriarca del Buena Vista Social Club, Francisco Repilado, mejor conocido en el orbe por el alias de "Compay Segundo".
Todos ellos acompañados por las bandas de Ibrahim Ferrer y Compay Segundo dieron una verdadera cátedra de alegría y refrendaron que un espectáculo genuino puede fácilmente prescindir de artificios, pues tiene como actores principales a las personas: a los artistas que están sobre tarima y al público que actúa como un espejo multiplicador de lo que sucede arriba.
Esta vez, el reto para los cubanos fue mayor, pues tuvieron que sortear las inclemencias de un equipo de sonido deficiente, una acústica fatal y las goteras que tiene la carpa que cubre el ruedo donde se colocó el escenario. Además, las estrellas del Buena Vista también padecieron los estragos de la altura del valle poblano. Cuentan que una de las primeras peticiones de la agrupación al arribar a la Angelópolis fueron algunos tanques de oxígeno para recuperarse del viaje.
Pero nada o casi nada impidió que se entregaran al respetable público como si tuvieran 15 o 20 años. Pío Leyva, a sus 85, años cantó La donna é mobile, de Verdi a su manera, supliendo cada estrofa con "un auotomóvile, dos automóviles, tres automóviles" y bailó jocoso privilegiando la pelvis cuando cantó El Mentiroso, auxiliado por el brazo de Juan de Marcos González; Omara Portuondo, de 72 octubres, alentaba una y otra vez a la masa alzando las manos y haciendo sutiles poses basadas en movimientos de cadera cada vez que acababa una pieza y el del micrófono la llamaba "la más sexy y la más bella". A sus 75, Ibrahim Ferrer salió saltando sobre un pie minutos antes del intermedio, cuando su banda interpretaba la entrañable Cienfuegos.
Sin embargo, el más esperado de la noche no pudo culminar la faena. "Compay Segundo" saltó al escenario un cuarto antes de las 23 horas y tocó algunos de los clásicos de su inspiración como Macusa, Se perdió la flauta y Chan Chan. En esta última, todos los del Buena Vista salieron a corear e improvisaron Guantanemera, pero a la mitad del son el creador de 94 años se rindió, dejó el escenario con ayuda y llevándose un pañuelo al rostro.
Algunos dicen que Francisco Repilado se retiró del templete entre sollozos de emoción y que, cuando tomó asiento, seguía cantando con sus compañeros las estrofas de ese son que se ha convertido en un verdadero himno que no pertenece a una nación o a un pueblo, sino a un sentimiento compartido por miles de personas en toda la tierra.