César Güemes
Narcocorridos, menos de lo que promete
Elijah Wald, músico de profesión, tiene
dos virtudes como investigador: una es la inocencia cultural, que le permite
asombrarse de hechos tan usuales en Latinoamérica como la prevalencia
del género corrido; otra, su tesón.
El
volumen Narcocorrido (Estados Unidos, Rayo, 333 pp.) lleva en el
subtítulo la penitencia: "Un viaje al mundo de la música
de las drogas, armas y guerrilleros". El propósito de Wald es loable,
pero dista mucho de cumplir con las expectativas que crea, pese al trabajo
que se tomó en elaborarlo. Acudir a la lectura del texto es presenciar
el asombro del músico de blues sobre aquello que no causa mayor
sorpresa en cualquier escucha mexicano ni en el público hispano
que
habita, vive y sobrevive, en las ciudades fronterizas de Estados Unidos
con nuestro país.
Se deja leer
Sin embargo, el texto se deja leer. Es cierto que no son
numerosos los autores de ensayo en México quienes se han dedicado
a estudiar el amplio fenómeno del corrido del narco, en buena
medida porque un trabajo de esas dimensiones implica un tiempo considerable
dada su extensión. Pero de que los hay los hay, además del
clásico y respetado Luis Astorga, sólo que Wald no supo dónde
buscar; una revisión mínima en las universidades del país
le habría reportado muchas más sorpresas que "descubrir"
la relación que el corrido guarda con el mundo real.
La curiosidad del autor lo lleva, a pesar de los pesares,
a realizar un trabajo de campo relativamente amplio, del cual lo más
valioso es el testimonio de compositores como Julián Garza (del
cálido dueto Luis y Julián), Jesse Armenta (que saltó
a la fama con El circo) o Teodoro Bello (célebre por muchas
de sus composiciones, entre ellas Jefe de jefes), más el
apartado que dedica a la producción musical en el sur de México,
particularmente en Guerrero.
Amenaza negro sobre blanco
El estilo, que está por todas partes, amenaza ya
en negro sobre blanco con absorber la historia: Wald es el protagonista
de un texto que requiere la supresión casi absoluta de quien escribe.
La primera persona que emplea a lo largo del libro y el interminable anecdotario
plagado de imprecisiones (según el autor, la ciudad de Culiacán
es un pueblo y su cervecería más representativa un cabaret)
no hacen más que enturbiar la fluidez del tema. Wald adolece de
sentido periodístico e intenta suplirlo con el asombro que la realidad
mexicana reflejada en el corrido contemporáneo le despierta.
Visto así, fue la persistencia del autor el único
elemento que lo llevó a conseguir un libro que se agrega a la lista
de trabajos que forman el mosaico sobre el corrido de la violencia en México.
No menos, no más.