Noam Chomsky
La solución es el problema
Hace un año el sociólogo de la Universidad Hebrea Baruch Kimmerling observó: "lo que temíamos se ha hecho realidad: judíos y palestinos están regresando a un tribalismo supersticioso; la guerra colonial parece un destino infernal inevitable". Después de la invasión israelí de los campos de refugiados en este año, su colega Ze'ev Sternhell señaló que el liderazgo israelí estaba comprometido con un "sistema policiaco colonial, similar a la irrupción que la policía blanca en los barrios de los negros en Sudáfrica solía hacer durante el apartheid". Ambas personas subrayan lo obvio: no hay simetría entre los "grupos etnonacionales" que vuelven al tribalismo. La raíz de este conflicto es la ocupación militar de territorios a lo largo de 35 años. El conquistador es un poder militar superior que actúa con el apoyo económico, militar y diplomático de la gran potencia. Sus sujetos están solos e indefensos, muchos apenas sobreviven en miserables campos, diariamente sufren un terror colonial mucho más brutal, y llevan a cabo atrocidades en búsqueda de reivindicación y venganza.
El "proceso de paz" de Oslo que empezó en 1993 cambió las modalidades de la ocupación, no así el concepto básico. Poco antes de unirse al gobierno de Ehoud Barak, el historiador Shlomo Ben-Ami escribió que "los acuerdos de Oslo se fundaron sobre una base neocolonialista, una situación eterna de dependencia de una parte hacia la otra". Ben-Ami pronto se convirtió en un arquitecto de las propuestas de Estados Unidos e Israel en Campo David en 2000, las cuales mantuvieron esa condición. En ese entonces los palestinos de Cisjordania estaban confinados en 200 áreas territoriales desperdigadas, sin contigüidad territorial alguna. Bill Clinton y el primer ministro israelí Barak sí mejoraron la propuesta: consolidar esos territorios en tres cantones, bajo control israelí, prácticamente separados unos de otros y del cuarto enclave, una diminuta parea en Jerusalén este, que es el centro regional de las comunicaciones palestinas. Para el quinto cantón, Gaza, la propuesta fue poco clara, excepto que la población iba a permanecer prácticamente aprisionada. Los mapas de estas propuestas no se encuentran a la mano en Estados Unidos, como tampoco los detalles de las mismas ni su prototipo; a veces se menciona a los bantustanes de Sudáfrica durante el apartheid.
Nadie puede seriamente dudar de que el papel de Estados Unidos seguirá siendo decisivo en este conflicto. Resulta crucial entender ese papel y cómo se percibe en lo interno. La versión de las "palomas" la presentan los editores del New York Times, quienes alaban el "discurso alentador" y la "visión emergente" del presidente, cuyo primer elemento es "terminar inmediatamente con el terrorismo palestino". Mucho después tendrá que llegar el momento en que se "congelen y desmantelen los asentamientos judíos y se negocien nuevas fronteras" para permitir el establecimiento de un Estado palestino. Desde esta perspectiva, si cesa el terror palestino, los israelíes se sentirán motivados a "tomar más en serio la iniciativa histórica de la Liga Arabe de paz y reconocimiento totales a cambio del retiro israelí". Pero, primero, los líderes palestinos deben demostrar que son "socios diplomáticos legítimos".
El mundo real poco tiene que ver con este autorretrato, copia de los años 80, cuando Estados Unidos e Israel trataban desesperadamente de evadir las ofertas de negociación y acuerdos de la OLP, rechazaban negociar con ella, así como la creación de un Estado palestino (para ellos Jordania ya era un Estado palestino), y se negaban a realizar cambios en el estatus de Judea, Samaria y Gaza que no siguieran los lineamientos básicos del gobierno israelí (como el plan Peres-Shamir de mayo de 1989, apoyado por Bush padre en el Plan Baker de diciembre de 1989). Como es costumbre, todo esto no se publicó en la prensa, mientras comentarios obtusos denunciaban el compromiso de los palestinos con el terror, en perjuicio del ánimo humanitario de Estados Unidos y sus aliados.
En el mundo real, la principal barrera a la "visión emergente" ha sido, y sigue siendo, el rechazo unilateral estadunidese. Hay muy poco de novedoso en la "oferta histórica de la Liga Arabe". Esta repite los términos básicos de la resolución del Consejo de Seguridad de enero de 1976, que llamaba a lograr un acuerdo con base en las fronteras internacionales reconocidas "con arreglos apropiados para garantizar la soberanía, integridad territorial e independencia política de todos los estados del área". Esta resolución fue respaldada por el mundo entero, incluidos los países árabes, la OLP, Europa y el bloque soviético. Israel se opuso, Estados Unidos la vetó. Iniciativas similares han sido desde entonces bloqueadas en Estados Unidos y suprimidas del debate público.
La reticencia estadunidense se remonta a febrero de 1971, cuando el presidente de Egipto, Anuar el-Sadat, ofreció a Israel un tratado de paz total a cambio de que los israelíes se retiraran de territorio egipcio, sin mencionar los derechos de los palestinos o el destino de los demás territorios ocupados. El gobierno laborista de Israel reconoció que se trataba de una oferta de paz genuina, pero la rechazó por su afán de extender los asentamientos de colonos al noreste del Sinaí; la arrogancia y brutalidad con que lo hizo fue la causa inmediata de la guerra de 1973. Para Israel y Estados Unidos, la paz era posible si se lograba según los parámetros de la política oficial estadunidense. El líder del Partido Laborista, Ezer Weizmann (más tarde presidente), explicó entonces que ello no iba a permitir a Israel "existir, dado su espíritu y calidad". El comentarista israelí Amos Elon escribió que Sadat causó "pánico" entre la clase política israelí, cuando anunció su deseo de "llegar a un acuerdo con Israel" y respetar su independencia y soberanía en "fronteras seguras y reconocidas".
Los planes israelíes para los palestinos han seguido los lineamientos formulados por Moshe Dayan, uno de los líderes del Partido Laborista con más empatía hacia las demandas palestinas. Hace 30 años Dayan aconsejó al gabinete que Israel debía dejar claro a los refugiados que "no tenemos solución para ustedes. Tendrán que seguir viviendo como perros; quien quiera irse puede hacerlo". Cuando se le cuestionaba respondía con una cita de Ben-Gurion: "quien quiera acercarse al problema sionista desde una perspectiva moral no es sionista". Pudo haber citado también a Chaim Weizmann, primer presidente de Israel, quien sostuvo que el destino de "algunos cientos de miles de negros" en la patria judía "es un asunto sin mayores consecuencias".
No es de sorprender que el principio guía de la ocupación ha sido la humillación incesante, junto con la tortura, el terror, la destrucción de la propiedad, el desplazaminento, la ocupación y el robo de recursos naturales básicos como el agua. Estas políticas han requerido el decisivo apoyo de Estados Unidos, como ocurrió con Clinton-Barak. Cuando tuvo lugar el cambio de gobierno en Israel, la prensa de ese país reportó que "el gobierno de Barak está dejando al de Sharon una herencia sorprendente: el número más alto de casas construidas en los territorios desde que Ariel Sharon fungió como ministro de Construcción y Asentamientos en 1992, antes de los acuerdos de Oslo", con fondos provistos por los bolsillos de los contribuyentes estadunidenses.
Todos los planes están basados en el miedo de las palomas israelíes a un acuerdo político. Frecuentemente se afirma que las propuestas de paz, incluido el Plan Fahd de Arabia Saudita de 1981, han fracasado debido a que los árabes rehúsan aceptar la existencia de Israel. Los hechos son bastante diferentes. El plan de 1981 no pudo concretarse debido a lo que la misma prensa israelí de entonces calificó de "reacción histérica" de la clase política en Israel. Shimon Peres advirtió que ese plan "amenazaba la existencia de Israel". El presidente Haim Herzog afirmó que "el autor del Plan Fahd era en realidad" la OLP, y que incluso era más extremo que la resolución de 1976 del Consejo de Seguridad, la cual había sido "preparada" por la OLP cuando él fungía como embajador en Naciones Unidas.
Para devolvernos la confianza, explica Edward Walker, funcionario del Departamento de Estado responsable de asuntos de Medio Oriente durante el gobierno de Clinton, Arafat debe anunciar que "pone su futuro en manos de Estados Unidos"; o sea, en manos del país que ha encabezado durante 30 años la campaña contra los derechos de los palestinos.
El problema básico, entonces, reside en Washington, que constantemente ha respaldado la negativa israelí de alcanzar un acuerdo en los términos del consenso internacional. Modificaciones recientes de la política estadunidense son sólo tácticas menores. Cuando los planes de atacar a Irak se vieron en peligro, Estados Unidos dejó que Naciones Unidas expidiera una resolución en la que pide a Israel retirarse "sin demora" de los territorios recientemente invadidos. Colin Powell rápidamente aclaró que "sin demora" quería decir "lo más pronto posible". El terror palestino debe cesar "inmediatamente", pero el terror de Israel, más despiadado y que dura ya 35 años, puede tomarse su tiempo. Cuando Israel recrudeció sus ataques, Powell dijo sentirse "complacido de escuchar que el primer ministro está concluyendo sus operaciones". Estados Unidos permitió que se aprobara una resolución de Naciones Unidas en favor de la creación del Estado palestino. Pero, mientras tanto, Washington continúa "fomentando el terror" y proveyendo a Israel de los medios para aplicar terror y provocar destrucción, incluyendo la transferencia de los helicópteros más avanzados con los que cuenta el arsenal estadunidense (Robert Fisk, The Independent, 7 de abril). Así es como reacciona Estados Unidos ante las atrocidades de su cliente. Para citar un ejemplo ilustrativo, en los primeros días de la presente intifada, Israel utilizó helicópteros estadunidenses para atacar blancos civiles, matando a 10 palestinos e hiriendo a 35, en una operación que difícilmente se puede calificar de "autodefensa". Clinton respondió acordando lo que el diario israelí Haaretz (3 de octubre de 2001) denominó "la compra de helicópteros militares, por parte del ejército israelí, más grande en una década", junto con la venta de partes de helicópteros de ataque Apache. La prensa puso su grano de arena y no reportó los hechos. Unas semanas más tarde Israel empezó a utilizar los helicópteros para cometer asesinatos políticos, ante lo cual la administración Bush respondió mandando helicópteros Apache Longbow, de los helicópteros militares más letales disponibles que hay. Ello recibió apenas una mención marginal en las secciones noticiosas de negocios.
Más hechos que contribuyeron a recrudecer el terror ocurrieron el pasado diciembre, cuando Washington vetó de nuevo una resolución del Consejo de Seguridad que pedía la implementación del Plan Mitchell y el envío de observadores internacionales a los territorios ocupados. Israel se opuso a la iniciativa y Washington la bloqueó. Se llegó al veto luego de 21 días de calma, o sea, con saldo de un soldado israelí muerto y 21 palestinos muertos, de los cuales 11 eran niños, así como 16 incursiones en áreas bajo control palestino (Graham Usher, Middle East International, 25 de enero de 2002). Diez días antes del veto, Estados Unidos había boicoteado una conferencia internacional en Ginebra, en la que se concluyó que la cuarta convención de Ginebra aplicaba a los territorios ocupados y que, por lo tanto, prácticamente todas las acciones de israelíes y estadunidenses representaban "quebrantos graves" y, por ende, crímenes de guerra. La conferencia calificó de ilegales los asentamientos de colonos y condenó la práctica de "matar, torturar, deportar ilegalmente, privar del derecho a un juicio normal y justo, destruir y afectar la propiedad". En su condición de "parte contractual", Washington está obligado legalmente a perseguir a los responsables de dichos crímenes, incluyendo sus propios líderes. Nada de esto se dice ni se hace.
Estados Unidos no ha rechazado oficialmente que las convenciones de Ginebra se apliquen en los territorios ocupados, ni se ha opuesto expresamente a la censura de las violaciones israelíes en su calidad de "potencia ocupante" (afirmación que hiciera George Bush padre cuando fungía como embajador en Naciones Unidas). En octubre de 2002, el Consejo de Seguridad reafirmó el consenso en este tema "pidiendo a Israel, la potencia ocupante, que se apegue escrupulosamente a sus obligaciones legales conforme la cuarta Convención de Ginebra". El voto fue de 14-0. Clinton se abstuvo, presumiblemente, porque no deseaba vetar uno de los principios centrales del derecho internacional humanitario, que surgió como medio para perseguir y castigar las atrocidades de los nazis en el pasado. Todo esto sucedió en la completa ignominia, y al esconderse esa información se hizo una contribución más al esfuerzo estadunidense de "fomentar el terror".
Hasta que estos temas no se incluyan en la discusión en Estados Unidos, y hasta que no se entiendan sus implicaciones, seguirá siendo inútil que se proponga "la mediación de Estados Unidos en el proceso de paz". Mientras lo anterior se ignore, los prospectos de una acción constructiva por parte de Estados Unidos seguirán siendo magros.
Traducción: Marta Tawil