Luis González Souza
El aviso oportuno: se busca una nación
Era previsible, mas no inexorable. En ausencia de una
sociedad vigilante y combativa, el dizque nuevo gobierno de Fox tendería
no sólo hacia la continuación del desgobierno neoliberal
(Salinas-Zedillo), sino, además, hacia su empeoramiento. Antes de
Fox -insistimos- la gran pregunta era: ¿cuál nación
nos queda para proyectar? ¿Todavía tenemos algo parecido
a una nación, y si es así, cuánto tiempo más?
Antes, el debate era si transformarnos o no, y cómo,
en una nación primermundista, desarrollada. Hoy el debate se limita
a qué hacer para, simplemente, continuar siendo una nación.
O parafraseando un viejo debate sobre la democracia, una nación
sin adjetivos. Y es que, en su cortísima gestión empresarial,
el gobierno foxiano ya dejó sin cimientos y sin barda alguna a la
casa nacional.
No pocos en el en el gabinete foxiano piensan o desearían
que los cimientos de México fuesen nórdicos, arios y anglosajones.
Para su desgracia, no es así. Orgullosamente, nada sino las culturas
y los pueblos indios son los verdaderos cimientos de México. Y más
vale que, de una vez por todas, lo reconozcamos así, y con orgullo.
A lo mejor, algún alto funcionario, como los que laboran en las
alturas de Tlatelolco, prefería que México tuviese por lo
menos cimientos apaches, cherokees o cualquier cosa ligada al imperio.
Hay que decirles, sin embargo, que se equivocaron de país. En México
-ayer, hoy y mañana- los cimientos son indígenas, o no lo
son.
Justamente ahí comenzó el extravío
ya no sólo del proyecto nacional, sino de la nación misma.
Desde su campaña electoral, en el pecado de la soberbia Fox cargó
con la penitencia del descrédito y la deslegitimación galopantes.
Se le hizo fácil jugar con el conflicto en Chiapas, solucionable
-para un superman como él- en tan sólo "15 minutos".
Luego, ante la Marcha de la Dignidad Indígena (de la dignidad nacional,
insistimos), jugó a darle la más calurosa "bienvenida" y,
si mal no recuerdo, hasta ofreció su oficina en Los Pinos para dialogar
con los comandantes zapatistas que nos visitaron acá en Chilangotitlán.
Pero en cuanto éstos emprendieron el regreso a sus hermosas
tierras chiapanecas, el gobierno de Fox no tuvo empacho en clavarles la
puñalada en la espalda, y todavía peor, de la manera más
cobarde, o disfrazándose de un zorro más zorro que el más
bravucón de los zorrillos. Esa cobarde vía fue la de, primero
ostentarse como el abanderado de la ley Cocopa sobre derechos y
culturas indígenas, para luego endosarle al Congreso la oportunidad
y la responsabilidad de transformarla en una ley tan guerrerista como antindígena.
Ese fue todo el respeto que Fox y sus office-boys mostraron por
los cimientos de la casa mexicana. Si tales cimientos terminaron de ser
atropellados por Salinas y Zedillo, Fox se encargó de remachar el
atropello no obstante haber encarado -con la marcha zapatista- una especie
de última llamada para los politicastros y politiqueros del país.
Al zar de Tlatelolco, también conocido como
el canciller Castañeda Jr., le correspondió cerrar la pinza.
Muy fieles hasta a las modas burocráticas de Estados Unidos, a los
primeros zares del gobierno mexicano (antidrogas, anticorrupción,
etcétera), ahora se suma, lisa y llanamente, un zar anti México,
o zar proyanqui, si se prefiere. Por si fuera fácil mantener
una casa sin cimientos (indígenas, en nuestro caso), el zar de
Tlatelolco se ha encargado de dejarla también sin barda y exponerla
lo mismo a paracaidistas de toda laya que a sepultureros de todo aquello
que huela a identidad nacional. Obviamente, el paracaidista más
experimentado no tardó en caernos. La nueva casa a su disposición,
ahora incluso sin bardas conceptuales como la soberanía, la autodeterminación
y la dignidad nacional, pronto y primero se convirtió en trinchera
y santuario para la(s) nueva(s) aventura(s) bélica(s) de Bush, también
Jr. por cierto. "Apoyo incondicional y hasta lo último", servilmente
ofreció el zar antinacional desde su torre en Tlatelolco.
Luego ofreció sus servicios de porro o de madrina para golpear
al gobierno de Cuba, lo mismo en Monterrey que en Ginebra. Y ahora lo del
agua fronteriza, pues desde luego es pecata minuta, o piece of
cake para que se entienda en su leguaje profundo, subliminal. Si al
guerrillero Bush Jr. se le ofreció hasta petróleo para sus
nuevos juegos militares, cómo no se le va a regalar nuestra agua.
(Lo cierto es que el alegato jurídico de nuestros agricultores en
el norte del país podría afincarse hasta en añejos
principios del derecho romano, en especial el de rebus sic stantibus:
liberación de las obligaciones de un tratado, cuando cambian sustancialmente
los factores que lo originaron.)
Para taparle el ojo al macho, los diplomáticos
de aquí y de allá presumen mucho su programa de "fronteras
inteligentes". La verdad es que el México foxiano se ha quedado
sin fronteras ante Estados Unidos. Ya ni a "traspatio" llega. La "frontera
de cristal" sobre la que escribió Carlos Fuentes, primero pasó
a "frontera inteligente", y ahora, a frontera inexistente.
Eso puede llamarse todo, menos proyecto nacional. Eso,
tarde o temprano, conduce a la extinción de México como nación.
Antes del encumbramiento de los foxianos, todo ello era previsible, mas
no inexorable. Si ocurrió así es porque la sociedad y ¿sus?
partidos no hemos luchado lo suficiente, ni en cantidad ni en calidad.
Protagonismos, megalomanías y mezquindades de todo
tipo, así en la sociedad política como en la sacrosanta sociedad
civil, siguen dañando al país, al punto del desahuciamiento.
Si alguna vez se estimó necesaria la formación de un amplio
frente patriótico y democrático, ese momento es hoy, hoy,
hoy, hoy y ahora mismo. Luego nos peleamos por los rasgos finos del proyecto
nacional deseado. Lo que ahora urge es preservar a México como nación.
Se busca una nación. Rencontrémosla, y luego la reproyectamos.