miércoles 22 de mayo de
2002 |
Hasta
adentro Supervivencia n Marko Castillo |
¿Qué implica la
supervivencia en el teatro? ¿Qué significa tener una
vida cimentada en el quehacer escénico? ¿Se puede vivir
para, con y del teatro? Primero hay que situarnos en
nuestra realidad circundante. Vivimos en una de las
ciudades de provincia más importante del país; esto no
quiere decir que los creadores escénicos tengamos las
condiciones adecuadas para llevar a cabo nuestra
actividad. Pongamos en tela de juicio o en el tapete
verde de la discusión nuestro verdadero sentir sobre por
qué escogimos esta profesión. El teatro profesional es un sueño al que hemos aspirado durante muchos años algunos hacedores teatrales. Somos muy pocos sobrevivientes (y me puedo contar entre ellos) que pensamos en la profesionalización de este arte. Nos encontramos en un callejón sin salida (perdónenme el lugar común). Las nuevas generaciones se piensan profesionales desde el momento de ingresar a una licenciatura, misma que da una embarrada general de conocimientos; cuando se licencian es cuando empieza la actividad profesional. Pensemos en la gente que se dedica a ser actor o director en provincia. Si tienen solucionada su forma de vida (lana, pachocha o billete para alimentarse, calzarse, vestirse y emborracharse), estamos de jolgorio, contamos con mecenas para aventar para arriba. Si no es así, la supervivencia está condicionada al trabajo conseguido: Dando clases (porque no queda de otra; los maestros sin vocación son terribles para los futuros profesionistas), de burócratas, vendedores, dependientes, maquillistas, peinadores o en un burdel. Después de la jornada de trabajo va al ensayo diario imprescindible para el montaje. El tiempo se divide entre la necesidad y el placer. Crucificado entre el amor y el sexo. ¿O cómo, o hago el teatro que me gusta? En el estreno, la economía está disminuida; se coopera para la producción, el acondicionamiento de algún espacio para las representaciones (siempre va a existir el pretexto del teatro alternativo), imprimir carteles, invitaciones, programas de mano para el invisible espectador. Se cumple a ultranza con el horario de función para, después de matarse para llegar, suspender por falta de público. Si se trabaja en cooperativa, se hace la repartición de los 13 pesos con 75 centavos semanales que corresponden a la chinga. No poder desvelarse por falta de dinero para un taxi y el conocimiento de que hay que levantarse temprano para cumplir con el trabajo que "sí" le da de comer. Pero eso sí, al prominente actor se le llena el hocico para decir que cumple con su trabajo profesional. Encontrar un reparto heterogéneo que cumpla con horarios y actividades es muy difícil (en los profesionales ni se piensa, es su obligación). Pero trabajar en esta ciudad angelical, los que lo hacen, seguro que se han encontrado con la frase que espeta soberbiamente un actor: "Yo siempre he sido muy puntual, hasta que vi que mis compañeros no cumplen como yo lo hago", o "es una falta de respeto a mi trayectoria artística; tengo 10 años haciendo teatro, aunque las circunstancias me han dejado trabajar sólo en dos obras", y "ahora que me reciba, van a saber estos pendejos lo que es hacer teatro". El escaso espacio con el que cuento me obliga a seguir la próxima semana con mis reflexiones (muy personales) acerca de la supervivencia en el teatro. La próxima vez voy a hablar de los innovadores de la escena mexicana desde Puebla. Creo que las autoridades deben fomentar el profesionalismo, no la diletancia entre los teatreros. |