Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 22 de mayo de 2002
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Política

Arnoldo Kraus

El paciente moribundo

Las ideas en torno al enfermo moribundo constituyen un asunto complejo y soslayado con frecuencia. Complejo porque en Occidente el tema de la muerte ha sido casi vetado y eludido, porque no existen en la sociedad las herramientas para confrontarlo. Entre esas omisiones navegan el silencio profesional y el de la familia, que frecuentemente solicita al médico o al personal paramédico mentir e inventar todo tipo de escenarios para que el moribundo no se entere de que pronto fallecerá.

Esa complicidad ni es ética ni real, ni forma parte del progreso ni se apega a las filosofías religiosas. Simplemente refleja la distancia que han tomado las personas de sus propios seres internos y, por supuesto, de sus similares. Cuánta razón tenía Norbert Elias cuando afirmaba: "En la actualidad las personas allegadas o vinculadas con los moribundos se ven muchas veces imposibilitadas de ofrecerles apoyo y consuelo mostrándoles su ternura y su afecto. Les resulta difícil cogerles la mano o acariciarlas a fin de hacerles sentir una sensación de cobijo y de que siguen perteneciendo al mundo de los vivos". Las reflexiones previas constituyen un entramado vigente e inquietante: Ƒdeben saber los pacientes moribundos la verdad?

Presuponiendo que las relaciones entre enfermos y médicos deben cimentarse en la honestidad, y que los primeros tienen el derecho de saber y decidir acerca de su patología, tendría que asumirse que "la verdad", por dolorosa que sea, es un bien para quien la solicita. Los que pregonan la filosofía contraria -no compartir con los enfermos el conocimiento- aseveran que en muchos casos el "peso de la verdad" puede ser dañino. En contraposición con ese argumento debe comentarse que para muchos doctores "muy ocupados" -hay quien añadiría incompetentes- es más cómodo no hablar que hablar.

Cuatro razones apoyan la visión de no compartir la verdad con el paciente moribundo. La primera sostiene que los pacientes terminales no desean saber que padecen una enfermedad fatal ni cuánto tiempo les queda por vivir. La segunda afirma que por ser la medicina una ciencia no exacta en muchas ocasiones es imposible definir el pronóstico, amén de que existe una serie de vericuetos propios de la enfermedad imposibles de predecir, como las causas y el tiempo probable en que ocurrirá la muerte. Pueden agregarse también la incapacidad de algunos médicos para comunicar la verdad, así como el deterioro del estado emocional de los enfermos que en ocasiones les imposibilita entender. La tercera sugiere que la obligación inicial del médico es no dañar ni dar malas noticias al enfermo, pues, sostienen, puede profundizar los problemas. La última señala que cuando los enfermos saben la verdad dejan de luchar, y esto incluso les impide tomar decisiones adecuadas de toda índole.

Son cinco las nociones que refutan las ideas previas.

La primera propone que la angustia y la incertidumbre de los pacientes disminuyen al conocer la verdad que, dicho sea de paso, muchos sospechan. La segunda explica que para muchos enfermos terminales adueñarse de su situación les permite ordenar parte de su vida, incluyendo, sobre todo, lo vinculado con las relaciones humanas. La siguiente implica finalizar la mentira -"estarás bien"- que se creó en torno al enfermo. Esas mentiras modifican y perturban profundamente cualquier relación sana. La cuarta versa sobre la autonomía del enfermo y su capacidad moral para decidir. Por último, la verdad es extensión de honestidad y fidelidad, lo que deviene respeto por la persona.

El silencio médico se explica, y puede entenderse también, por la enorme dificultad que entraña hablar con los enfermos acerca de la inminencia de su muerte. Esta experiencia suele ser desgastante y compleja, y quizá es una de las tareas más difíciles que deben afrontar los doctores. De hecho, recientemente se ha descrito en médicos o personas dedicadas a escuchar quejas y problemas el burnout syndrome ("síndrome de desgaste"), que denota, entre otras situaciones, cansancio y tedio. El mutismo se entiende también, como decía lí-neas atrás, porque el ejercicio médico se ha despersonalizado y las relaciones entre galenos y pacientes se han deteriorado.

Si se pudiese hacer un balance honesto entre los beneficios de la mentira contra los de la verdad, no dudo que la mayoría de los enfermos apreciarían más conocer su situación y apoderarse, hasta donde sea posible, de su vida. Aun en el manejo de la verdad no es trascendental si el médico llega a equivocarse o a transmitir erróneamente algunos conceptos, pues siempre hay oportunidad de corregir.

El valor primordial radica en las intenciones y en las metas implícitas en el acto de comunicar, así como en las fidelidades que tenga el galeno hacia sí mismo y hacia sus pacientes.

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