Merini o el natural infierno de vivir Dice Jeannette Clariond que la voz de Alda Merini es fruto de reconciliación en una trama que rehace y configura la porción de vida que se deja en y por la palabra. Este cálido ensayo está dedicado a la autora de La otra verdad. Diario de una mujer diversa, quien es quizá la poeta italiana viva más amada y reconocida, compañera literaria de Spagnoletti, Erba, Turoldo, Manganelli, y discípula de Quasimodo.
Nuestro único pecado es la falta de transparencia; más o menos así lo entendí en Charles Wright. De eso trata la poesía, de eso también el arte. Y una voz que nos semeja es siempre un consuelo. Pretendemos sostenernos bajo una ilusión: oír lo que queremos oír; pero sucede que esa voz nos da a ver lo que ocultamos. Esa voz, al ser leída, ya nos leyó. Frente a un libro nada se puede ocultar. De ser así, mejor dejarlo de lado. Leer es creer. En sí, en el otro. Los otros ojos ya vieron, están ahí para recordarnos. Por eso, en lo oscuro, callar, en la luz, también callar. Mejor permanecer, escuchar ecos, silencios, espejos. Cada quien ve su dolor como el más grande. Así vivimos y así morimos. Lo importante en el arte es saberlo transitar. En un viaje de Georgina Quintana a Monterrey me dijo: "Sabes, antes el loco era la conciencia del pueblo. Ya no ves locos en las calles." Ahora entiendo lo que me quiso decir, creo que hoy la comprendo. La locura ha dejado de ser (al menos en apariencia) esa forma por la que se conforman nuestras vidas. Alguien me lo confirmó: "Claro, en algunas casas había el patio central, el traspatio, y el patio del loco." En otras casas, su presencia se veló. Había el silencio de algo sin desentrañar, una ausencia en apariencia. Eso me permitió otros modos de entender: para mí fue el nacimiento en mi vida de la poesía. Entrada la primavera del 95 conocí a Alda Merini. Un lunes de marzo en Milán. Librería Rizzoli, y yo buscando el stand de poesía. Comencé por hojear algunos ejemplares: Cavalli, Valduga, DAnnunzio, Montale... Un pequeño libro blanco llamó mi atención. El poema en la portada decía: "Nací el 21 en primavera/ y no sabía que nacer loca,/ deshacer terrones/ pudiera desencadenar tormentas..." Lluvia llovió en mí como un llanto contenido. Me acerqué a la caja, pregunté quién era la autora, si vivía aún. El encargado se negó a dar información personal acerca de sus autores. Sólo me confirmó que vivía y estaba activa. Le pedí con insistencia su número de teléfono. Le expliqué que venía de México, que era importante para mí conocerla. Sólo accedió al enterarse de que yo también escribía poesía. Ahí entendí el valor del quehacer poético para los italianos. La llamé; la cita sería por la mañana del día siguiente. Leí toda la noche ése y otros poemas en otros de sus libros. Su palabra me atravesó. Su mirada también me atravesó cuando se asomó al abrir la puerta de su pequeño departamento: sus grandes ojos negros tristes. Vi dentro lo que leí. De pronto nuestras vidas se vuelven otras vidas y nuestro saber aumenta en la medida en que somos capaces de descifrar, más aún, asimilar. Sobre la mesa de su cocina una máquina de escribir, algunas hojas sueltas, además de un trabajo que presentaría esa misma semana en la Universidad de Pavia: Creatividad y locura. Algo que me hubiera gustado pedirle, pero no sé qué aunque en el fondo debo saberlo me detuvo. Hoy sé que la Universidad de Pavia guarda en sus archivos todos los escritos de la Merini en sus diversas versiones, para posibles consultas por parte de escritores y estudiosos de su obra. Maria Corti ha señalado que el problema con la Merini es su tendencia a escribir poemas que de pronto obsequia a escritores y amigos. De modo tal que en el Fondo de Archivos se conservan diversas versiones de un mismo texto. La mayor parte de las veces distintas al publicado en su versión final.
El poema arriba citado cierra con estos versos: "leve Proserpina/ ve el llover sobre la hierba/ sus gruesos trigos gentiles/ tal vez, sea su ruego." Alda conoce la riqueza de los infiernos, el sitio donde irrumpe la primavera, sabe que toda palabra es descenso. Los antiguos mexicanos creían que los guerreros muertos en el campo de batalla pasarían el resto de sus días junto al sol. Entre los guerreros estaban también las cihuateteos, mujeres que acompañaban al astro en su nocturno devenir. Eran privilegiadas porque habían dado a luz un acompañante del sol. Un libro, además de ser un modo de dar a luz, nos ayuda a librar una batalla. Un libro es un nacimiento. Un pequeño o un gran nacimiento, todo depende. Fue en Villa Fiorita, manicomio en las afueras de Milán, donde Merini pasó casi veinte años de su vida. Entre salidas y entradas da a luz tres hijas más. Fue en esos años que produjo más de cien textos, de los cuales Maria Corti realiza una selección que se publicaría primero en Il Cavallo di Troia y posteriormente, habiendo agregado diez poemas más, en el libro titulado La terra santa. Fuerza de vida y posibilidad de dar forma a su voz por el tránsito adecuado del sufrimiento al dolor, es lo que revelan estos poemas. Ella no visita Jericó, ella lo habita: "Conocí Jericó/ también yo tuve mi Palestina./ Los muros del manicomio eran los muros de Jericó/ y una poza de agua infesta nos bautizó a todos..."
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