Leonardo García Tsao
La música de rock y el dilatado paso del tiempo
Cannes. No obstante que Gilles Jacob, el presidente
del festival de Cannes, es un hombre de edad avanzada, debe haber alguien
más joven en su comité de selección. Así se
explicaría por qué la competencia programa películas
de rock con cierta regularidad. Hace unos años se estrenó
aquí Velvet Goldmine, de Todd Haynes, una elaborada recreación
del periodo glitter. Hoy se exhibió la producción
británica 24 hour party people, del desigual realizador Michael
Winterbottom, que enfoca la música popular surgida en Manchester
desde fines de los años 70 a los 90. Eso incluye el breve apogeo
de Joy Division -para mi gusto, el grupo más significativo de la
era post-punk- y su conversión a New Order, tras el suicidio del
cantante Ian Curtis.
Filmada
en video digital por el gran fotógrafo alemán Robby Müller,
la historia evoluciona al invento de los raves, el consumo del éxtasis
en lugar de otras drogas tradicionales y la importancia del DJ en lo que
subsecuentemente se llamaría dance. Todo eso es contado en
primera persona por Tony Wilson, quien fuera el impulsor de esa música
mediante su marca Factory Records y su club nocturno La Hacienda. Bien
interpretado por el comediante de TV Steve Coogan, el narrador comenta
con humor sobre los hechos y la película misma, estableciendo una
distancia irónica.
Para no variar, Winterbottom cae en el exceso de la media
hora, tan común en el cine actual. Es decir, 24 hour party people
se inscribe en el grupo de películas que funcionarían idealmente
con 90 minutos de duración pero llegan a las dos horas y pico con
su impulso narrativo en estado de agotamiento total.
En lugar de ver la película animada Spirit:
stallion of the cimarron, exhibida fuera de concurso, opté por
Laurel canyon, de Lisa Cholodenko, filme independiente sobre cómo
una joven fresa, de intereses científicos, es atraída
al mundo del rock por su futura suegra, productora musical, y su actual
amante, un amoral cantante del grupo cuyo disco está en proceso
de grabación. Superficial en el trazo de relaciones conflictivas,
la película desmiente la promesa de High art, la opera
prima de la realizadora.
Los compendios de cortos que reúnen a varios realizadores
de prestigio suelen decepcionar. Por eso sorprende el resultado de Ten
minutes older (Diez minutos más viejo), una meditación
sobre el paso del tiempo a lo largo de 10 minutos, a cargo de Chen Kaige,
Víctor Erice, Werner Herzog, Jim Jarmusch, Aki Kaurismäki,
Spike Lee y Wim Wenders. Aunque la calidad es por fuerza dispareja, sobresalen
los episodios de Erice, quien no había dirigido nada desde El
árbol del membrillo, y Wenders, que estaba como ausente aun
habiendo filmado con constancia; de hecho, este corto es lo mejor que ha
realizado en mucho tiempo, en una vuelta a sus constantes: el road movie,
el rock y la sensación de pérdida y redención. En
cambio, el único en no respetar el concepto fue Spike Lee, quien
aprovechó para resumir un reportaje político sobre las fraudulentas
elecciones presidenciales de su país. Estrenado en la sección
Una cierta mirada, Ten minutes older ha sido lo más atractivo
-y conciso- del día.