MAR DE HISTORIAS
Perros muertos
CRISTINA PACHECO
A Elena Poniatowska
Las cosas siempre pasan por algo. Si hoy no me hubiera encontrado al Pachón, a estas horas seguiría desempleado y sin esperanzas de que Josefina regrese pronto a la casa. La extraño pero es mejor que se haya ido: nos estamos peleando mucho desde que me corrieron del estanquillo y se murió Angelita.
Se lo conté al Pachón cuando me preguntó por Josefina. Creí que el méndigo iba a condolerse de saberme sin trabajo y sin esposa, y que al menos me invitaría una chela para recordar los tiempos en el taller de don Braulio. šNi madres! Se despidió de volada: "Mi señora me está esperando para que le pinte su cocina".
Cuando el Pachón se subió a la combi me sentí como perro sin dueño. Tuve miedo de regresar a la casa donde nadie me esperaba. Me dieron ganas de meterme en una cantina, pero lo pensé mejor y me aguanté: como están las cosas, no puedo gastarme a lo tonto el poco dinero que me queda. Entonces decidí caerle a mi cuñado Sergio. Hace talacha en el patio de su casa.
Encontré a Sergio discutiendo con un tipo grandote que llevaba botas de hule hasta las rodillas. "ƑQué pasa, cuñao?" El me contestó con su voz gangosa que me choca: "Aquí Genaro está molesto porque no terminé de arreglarle su camioneta". El tipo bufó: "Pero cómo no voy a estar encabronado. Tengo cientos de manzanas que recorrer, no puedo hacerlo a pie y para colmo se me fue mi ayudante". No quise hacerme ilusiones.
Mi cuñado dijo que entendía el problema y prometió que en dos horas iba a tener lista la camioneta. Genaro se aplacó y preguntó por una fonda. "La mejor es la de Adela. Pero no da a la calle, y como usted no conoce por aquí, a lo mejor no la encuentra". Interrumpí a mi cuñado: "Tampoco he comido. Si quiere, vamos juntos".
Mientras caminábamos sólo veía las botas de hule hundirse en los charcos. Saqué mi cajetilla de cigarros y le ofrecí a Genaro: "No, gracias, no fumo". "Yo ya había logrado dejarlo, pero con tanto problema, lo agarré otra vez". El tipo se detuvo y me sonrió: "Si fuera por eso, ahorita yo estaría tirado de borracho. Y le juro que ganas no me faltan, pero hay que seguir jalando".
Era tarde y no había nadie en la fonda. Cuando Adela nos dijo que iba a prepararnos un "platón surtido" adiviné que en sus ollas sólo quedaban restos de guisado y, además, quería hacer méritos con Genaro. Me di cuenta de que a él también le agradaba ella porque me preguntó: "ƑQué le sucedió en su labio?" Le resumí la historia de la cicatriz: "La fonda estaba en la esquina y venía toda clase de gente. Una tarde entró un tipo loco. Sin decir agua va agarró un montón de platos y se los aventó a la pobre de Adela. Lo bueno es que no le dio en un ojo".
Genaro me pidió un cigarro. "ƑNo me diga que ya tiene otros problemas?", le pregunté mientras babeaba por Adela. El hizo como que no me entendía y cambió de tema: "Si el Checo no me entrega la camioneta, šya me fregué!" Quise saber en qué trabajaba. "Levanto perros callejeros, los llevo al Retirito y allí los pongo a dormir". Notó mi extrañeza y acabó de explicarme: "Los matamos, rápido, con una pistola sanitaria. Lo malo es que me pagan por unidad". Me reí: "O sea que si no hay perro muerto no hay pipirín".
Genaro se puso más serio: "Se ve fácil, pero está en chino agarrar a los animales, meterlos en la camioneta, llevarlos al Retirito. Allí como que presienten cuál es la onda, se cargan y se ponen bravos. Verá por qué me urge encontrar un ayudante". Adela pasó a la cocina y a Genaro se le fueron los ojos. Aproveché para ofrecerle mis servicios: "A lo mejor ya encontró achichincle. Podemos arreglarnos..." Parpadeó, como si dudara de lo que había oído. Repetí que me interesaba el trabajo. Genaro se apoyó en la mesa: "Se gana poco y ahora sí que es un trabajo muy perro. Si quieres entrarle, pos órale, pero en serio. Hay muchos que a los dos, tres días se rajan y ya no vuelven".
Tengo mi orgullo: "No soy de esos". Genaro se ladeó y me miró los pies: "Necesitas botas para entrar al Retirito". Le contesté que había dejado unas en el taller de don Braulio. "ƑFue tu última chamba?" "Sí". Le mentí porque no hubiera podido explicarle lo del estanquillo y cómo llegó allí Lorenza Alcántara.
II
Le presté el servicio hasta que murió Angelita. En su entierro lloré. No me dolía su muerte -que al final fue un descanso para ella- sino la farsa de ver a su hermana vestida de luto, rodeada por sus amistades y haciéndome preguntas estúpidas: "ƑCómo estaba cuando la vio por última vez?" "ƑLe dijo que era yo quien le mandaba el dinero? Es importante: no quiero que se haya ido pensando que la abandoné".
Cuando terminó la ceremonia Lorenza se apartó de sus amigos y me llamó aparte. Disimuladamente me puso un billete de quinientos en la mano y me dio las gracias por mis servicios. Debe de haberle molestado la forma en que la miré porque me dijo: "Hay cosas muy difíciles de explicar. Yo no podía verla como estaba, simplemente no lo hubiera resistido..." Me di la media vuelta y la dejé hablando sola. Ahora me arrepiento de no haberle vomitado su vestidito negro.
Era el mismo que llevaba la tarde en que apareció en la miscelánea donde yo era dependiente. Estaba acomodando unas cajas de refrescos cuando oí: "Disculpe: Ƒdónde queda la supermanzana veinte?" Me acerqué: "Ƒla de Ponciano Méndez o la de Carmina Valles? Las dos colonias están juntas y muchas calles se llaman igual". Lorenza -después, cuando cerramos el trato me dijo su nombre- me entregó el papel con una dirección.
Mientras lo leía se puso a llorar. No tuve que preguntarle nada, sola habló: "Allí vive mi hermana Angela. Llevo años sin verla. Alguien me avisó que está muy enferma. No sé nada más". Sentí lástima y procuré ayudarle: "La supermanzana que busca está donde vivo, en la Carmina Valles. Le advierto que es difícil llegar, y más ahora por las inundaciones de aguas negras".
Lorenza me pidió que orientara al taxista que la esperaba. El chofer protestó: "Allá no voy: se me van a rensentir los amortiguadores. Págueme el servicio hasta aquí o si prefiere, me la llevo de vuelta al Distrito". Lorenza vio su reloj: "Tengo una reunión de trabajo a las cinco y no puedo cancelarla, pero esto también es urgente. Dios mío: Ƒqué hago?"
Entendí la intención de la pregunta: "Si me tiene confianza, puedo llevarle el recado a su hermana. Será como a las siete, cuando cierre". Lorenza se alegró: "ƑEn serio me haría el favor?"
Sin esperar respuesta me entregó un sobre y habló más bajo: "Mi hermana está mal de todo. Es poco el dinero que puedo mandarle, pero de algo le servirá". Lorenza iba a entrar en el taxi cuando la detuve: "Oiga, me está dando efectivo y ni siquiera sabe... Al menos déjeme apuntarle mi teléfono".
Tomó el papel con mi número y disimuladamente me dejó una propina. Protesté: "No es necesario". Ella entrecerró los ojos: "Se lo suplico..." Antes de que el coche arrancara se asomó por la ventanilla y miró con repugnancia la calle: "La colonia donde vive mi hermana, Ƒes como esta? Me reí: "No, señito: en comparación, aquí estamos en la gloria". Se fue. En la noche cumplí con el encargo. No me dejó dormir el recuerdo de Angelita.
Tres días después me llamó Lorenza. Me preguntó por su hermana. Le describí cómo vivía: desde el catre hasta las tortillas enlamándose. Cuando iba a explicarle lo de la enfermedad, se soltó llorando y me callé. Quiso saber si podría llevarle un sobre cada semana a la enferma: "Se los mandaré con un taxista. Por supuesto, no será gratis: le daré 200 de propina. Otra cosa: Ƒpodría llamarlo por teléfono para que me dé noticias de Angela?" Se me salió decirle: "ƑY por qué mejor no la visita? Yo la llevo, aunque tenga que cerrar el estanquillo más temprano. Está muy mal, muy sola". Lorenza me contestó: "Hay dolores terribles y este no podría resistirlo. Lo del encargo sigue en pie. ƑQué me dice?"
Sentí coraje y vergüenza, pero acepté. En el estanquillo me daban 400 a la quincena. Cuando murió Angelita pensé qué sería de mí sin las propinas de Lorenza. šSoy un soberano mierda! No merezco ni siquiera matar perros.