Olga Harmony
Tríptico Copi
Raúl Damonte Taborda, mejor conocido como Copi -apodo que le puso su madre y con el que firmó todas sus obras- es un autor de culto en muchas partes del mundo, aunque su presencia en México no ha sido muy significativa. Apenas conocemos una biografía teatral que hace tiempo elaboró José Ramón Enríquez, su obra Eva Perón fue montada hace muchos años por Carlos Téllez, y Ediciones El Milagro publicó Una visita inesperada en su Antología de teatro francés, recopilada por Boris Schoemann. Por ello, este tríptico que produce El Milagro junto a varias instituciones es una excelente oportunidad para que se conozcan tres de sus farsas delirantes que el dramaturgo argentino, avecindado en París, escribió en diferentes etapas de su vida antes de sucumbir al flagelo del sida en 1987. Copi fue famoso por sus extravagantes atuendos, su travestismo, su placer por eliminar las barreras entre el teatro ''serio" y el café concert, tomando del llamado absurdo elementos para sus diferentes propuestas.
En un mismo espacio, con muy ligeros cambios, diseñado por Gabriel Pascal -quien es el productor responsable del proyecto- delimitado por gabinetes metálicos a punto de la destrucción y en el que se guardan maletas, símbolos del viaje y del tránsito que se da en las tres obras elegidas, tres diferentes directores escenifican los textos de Copi, con un vestuario de Cordelia Dvórak, el sonidismo de Madame Miniature y el movimiento escénico de Marco Antonio Silva, con un reparto que en la mayoría de las veces repite en las escenificaciones.
Eva Perón, dirigida por Catherine Marnas -ya conocida en México por su dirección de Roberto Zucco, de Koltés- es, de los tres, el texto de más fácil desciframiento debido a que sabemos del virulento antiperonismo del padre del dramaturgo, en cuyo diario Tribuna Popular se inició el joven Copi, entonces de 16 años, como caricaturista. Se trata de una desmitificación del controvertido personaje dentro de lo grotesco, que incluye la prepotencia de Evita y también su gesto populista de donar las joyas a la enfermera, con un Perón mediatizado por la migraña y un personaje inventado, Ibiza, supuesto amante de la moribunda protagonista.
El texto da un vuelco inesperado también simbólico. Catherine Marnas dirige el absurdo de manera realista -que es la mejor manera de enfocarlo- dando a Julieta Egurrola la oportunidad de demostrar todas sus capacidades y teniendo en el muy moderado travestismo de Daniel Giménez Cacho, como la madre de Eva, un contrapunto un tanto grotesco. Juan Carlos Barreto, como Ibiza; Enrique Arreola, como Perón, y Odille Lauria, como la enfermera, completan un reparto que vuelve verosímil la situación y los personajes a pesar del brutal lenguaje que la traducción de Joani Hocquenheim conserva en las tres obras.
Si en la escenificación anterior al espacio escénico se añade una camilla y una lámpara de quirófano, en El homosexual o la dificultad de expresarse se usa una gran cama, una mecedora con maletas -siempre las maletas- como mesa esquinera que sostiene un radio, un foco pelón y una manta puesta al desgaire en uno de los gabinetes. En este ambiente de incertidumbre Daniel Giménez Cacho dirige también en un tono realista a sus disparatados personajes y, al igual que la directora francesa, sostiene un excelente trazo. Los cambios de sexo de Irina, la madre -que puede o no serlo- y madame Garbo se-rían un grito liberador a no ser por la pasividad de Irina (que es casi un cuerpo en disputa por los personajes), mezclada con extraños caprichos automutiladores y su doloroso suceso final.
Alrededor de Irina (con un confuso pasado cuyas pruebas ofrece el general Pouchkine en ese forzado destierro siberiano y a instancias de Garbenko, pero que no conocemos) se desarrolla el conflicto entre la madre y madame Garbo, y cuya solución sería, también aquí, la fuga a las estepas. La estrafalaria madre, interpretada por Enrique Arreola (y con el que se sigue los travestismos de Copi), la elegante Garbo interpretada por Mariana Giménez, la extraña Irina incorporada por Verónica Segura, Garbenko y el general Pouchkine representados por Juan Carlos Barreto y Boris Schoemann, respectivamente, fluctúan entre la farsa grotesca y el melodrama ironizado sin hacer ningún hincapié en el llamado absurdo, lo que es otro mérito de la dirección de Giménez Cacho.
Sin desarrollo dramático, a base de muertes y resurrecciones, Las cuatro gemelas (en que un elegante sofá y una precaria araña de luces resultan los elementos añadidos al espacio básico, y en donde las maletas se alternan con bolsas de cocaína), se sale del marco realista de la dirección de sus antecesoras y Carlos Calvo juega esta vez con un desenfadado absurdo en la sátira del mundo gore y de las drogas. Esta vez las gemelas primicias, Julieta Egurrola y Mariana Giménez, visten trajes varoniles y las gemelas intrusas, Enrique Arreola y Juan Carlos Barreto, lucen vestidos femeninos en el excelente vestuario de Cordelia Dvórak.
Muerte, droga y resurrecciones se suceden ante el sonido diseñado por Madame Miniature, que como en las anteriores subraya lo que cada director requiere. Volver a ver a Julieta Egurrola y a Mariana Giménez en papeles decididamente cómicos, sobre todo la primera, cuyas muertes y resurrecciones son graciosísimas, es otro de los placeres que nos brinda la trilogía, aunque este texto y su montaje sean, a mi parecer, lo más débil de este ciclo Copi.