Adolfo Sánchez Rebolledo
El día de La Maestra
Ninguno de los políticos príístas en activo acumula el poder y las influencias de la maestra Elba Esther Gordillo, actual secretaria general del Partido Revolucionario Institucional y eminencia gris de ese gigantesco paquidermo sindical que es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Amiga de Fox (antes de que se formaran los Amigos de Fox), llega muy a tiempo para limar asperezas con el gobierno, ahora que el Presidente se ha lanzado a la aventura de recomponer las deterioradas relaciones de la administración federal con las demás fuerzas políticas, comenzando por su propio partido, siguiendo con los jefes parlamentarios y finalmente con el enemigo imprescindible: el priísmo en pleno.
Fox comienza a entender que la nueva coalición gobernante no funcionará sin trascender las disputas superficiales que, las más de las veces, sólo ocultan las verdaderas coincidencias de un establishment que, en rigor, no ha sido tocado un pelo en sus intereses fundamentales por el cambio democrático. En esa tarea, es obvio, la maestra tendrá un importante papel, dadas sus poderosas capacidades.
Pero a la profesora se le juzgará sobre todo como factor decisivo en el campo educativo, donde reina con fulgor propio. Tanto pesa en esta materia que, como describe René Delgado, "puede citar al secretario de Educación Pública en vez de atender un llamado de éste, o bien, ha sabido colocar dentro de esa dependencia a funcionarios que primero le responden a ella que al titular del ramo" (Reforma, 15/05/02). No se requiere de mucha ciencia política para corroborar que en este campo el corporativismo prosigue, no obstante descentralizaciones y retóricas sindicalistas, rindiendo frutos sustanciosos al poder.
El gran problema es que la fuerza potencial de los maestros se dilapida en mantener una estructura que se ha probado no sirve ni para la defensa de los legítimos intereses de sus agremiados ni tampoco contribuye a fortalecer la educación nacional.
El sindicato tal cual existe, molesta decirlo, es una rémora, parte esencial del mecanismo que desde hace años viene frenando una auténtica reforma educativa, a la vez que somete a los profesores a la condición de una capa minusvaluada por la sociedad.
La enseñanza, que debiera ser la columna vertebral de todos los programas contra la pobreza, apenas cumple en medio de enorme dificultades las tareas mínimas que una instrucción moderna plantea. De poco sirven los esfuerzos realizados por pedagogos y maestros de vocación si los logros no se multiplican en todo el sistema nacional de enseñanza.
Por si no sobraran los datos que ilustran el enorme fracaso educativo, allí están, recurrentes y consuetudinarias, las protestas de la "disidencia", la sociología brutal de una escuela empobrecida, a la que acuden muchos niños con hambre y demasiados mentores sin esperanza.
Mientras tanto, cada año, como todos los años, autoridades y líderes recitan el rosario de sus logros y desafíos. Es la misma cantilena que no cambia, así sean otros los tiempos. No hay en el panorama una preocupación, digamos "fundacional" en materia educativa, un intento de plantearse a fondo problemas y soluciones sino más bien el chalaneo miserable a que se ven reducidas las negociaciones entre unos profesores que hace mucho dejaron de contar en las grandes decisiones y los burócratas que administran recursos siempre escasos.
Es urgente que el magisterio asuma a fondo su papel y para ello requiere que su actividad se dignifique. No se trata exclusivamente de subir los salarios, que dan vergüenza, sino de reubicar al maestro como una pieza central en el funcionamiento de la escuela. El sindicato no puede confundir su función nacional con la existencia de una burocracia central.
Las autoridades gubernamentales no pueden jugar a la descentralización si no ubican la enseñanza en el primer plano de sus preocupaciones. La recuperación de la autonomía sindical pasa por la reconstrucción de las relaciones entre todos los trabajadores de la educación.