Dario Fo Italia: el nuevo fascismo llegó Italia nos da el espectáculo del desaliento: le falta ímpetu, interés, pasión. En París asistí recientemente a un encuentro con intelectuales, y allí encontré, por el contrario, una impresionante voluntad de participar, de involucrarse, de comprometerse, como se decía antes. En Italia asistimos a una serie ininterrumpida de aberraciones e hipocresías de diversos grupos políticos que se adaptan al clima del fascismo, yendo casi hasta retomar las palabras y los gestos. Ellos utilizan el mismo repertorio, claman las mismas palabras: libertad, esfuerzo, patria, Italia, defensa de la raza, cultura de nuestra civilización, civilización original. A eso se añade lo que se llama "conflicto de intereses". El mismo Mussolini no tenía tal política de repartición de privilegios, ni para él ni para aquellos que aceptaban la lógica del régimen (descontando la selección de Fiat como cabeza de la industria nacional). Hoy tenemos a un Agnelli que, al sentir de qué lado sopla el viento, súbitamente ha cambiado de opinión, como los bancos, las grandes sociedades financieras, etcétera. Enfrente, un vacío de miedo, absurdo, de una oposición que parece inexistente. Es verdad y se puede constatar: nuestro papel es el de simples disidentes que intentan llenar el vacío de oposición política. Vi el congreso de los Demócratas de Izquierda [antiguo Partido Comunista]: parecían paralizados. "Cambiemos, o morimos", exclamaron. Y luego de haber dicho eso, permanecieron como estatuas de sal. Cuando se ve a un personaje como Pierferdinando Casini, presidente de la Cámara de Diputados, sustentar una propuesta que pertenece directamente a la izquierda, tal como: "Antes de cambiar lo que sea en la rai (Televisión Italiana), hay que resolver el conflicto de intereses", se está en plena locura. Es un hombre de derecha el que dice eso, cubriendo así la voz de una izquierda que no existe, y que sin embargo debería expresarse en debates, mítines, manifestaciones; en una palabra, estar presente. Estamos frente a la situación absurda de escuchar a Casini decirle a los suyos: "Deténganse, no exageren." Incluso si, a continuación, todo es regido por una farsa, o por nada en absoluto, ellos habrán tenido éxito al hablar de esa forma en lugar de la oposición. Pero también se observa la manifestación de nuevos movimientos; sobre todo entre los estudiantes, los obreros jóvenes e incluso los viejos, que parecen hacer revivir, por su grande y generosa participación, el agua de la resurrección. Yo diría incluso, en el sentido católico del término, el agua de la purificación. Movimientos que testimonian una renovación maravillosa. Ahora bien, en vez de ir a su encuentro, de apoyarlos, de aplaudirlos, la izquierda les huye, como si le repugnaran. El día de la gran marcha de la paz contra la guerra, prefirió ir a hacer su barbacoa o agitar pequeñas banderas para saludar a la flota que aparecía por el Oriente. Y son los mismos, digámoslo, que son responsables de la primera liquidación de la escuela pública, proyecto contra el que los jóvenes, los maestros y los representantes de familias democráticos se habían manifestado ya con la consigna No a la transformación de la escuela pública en empresa privada. Antes de hacer nacer otra escuela, la escuela privada, preocupémonos por poner orden en la que ya existe, la escuela pública. Lo mismo en cuanto a la posición sobre la guerra. Los representantes de centro-izquierda, para matizar su adhesión, habían implorado: "Pongamos atención, no es necesario golpear a la población, evitemos destrozos y víctimas entre los inocentes." ¡Pongamos atención! ¿Es una broma? Desde ahora es notorio que noventa por ciento de las víctimas son inocentes, como nos lo explicó Gino Strada. Y se sabía perfectamente que así sería. Se ha calculado que tres meses de bombardeo causaron más de tres mil víctimas civiles censadas, que son al menos tantas como en las Torres Gemelas, sin contar todas las víctimas de los desórdenes en las ciudades que sufrieron destrucciones atroces, ni las víctimas invisibles, como dice Strada, cuyo número es aterrador: millares de huérfanos cuyos padres fueron destrozados por los bombardeos, los misiles antipersonales, y las bombas que, al ser lanzadas por los aviones, no explotaron. Sobre un inmenso territorio sembrado de millones de minas, se estima que serán necesarios dos siglos para limpiar esa tierra torturada. ¿Y todo eso para qué? Para una victoria de los pashtunes que recuperaron de los talibanes la producción de adormidera, del opio, que tiene sus bases en Pakistán para que se le refine y se le transforme en heroína. Lo que significa una retoma enorme del mercado, el reciclaje del producto del tráfico en las bancas de negocios estadunidenses, y no solamente en ellas; el círculo vicioso del financiamiento al terrorismo por los bancos estadunidenses y europeos. Para volver a Italia y a este reencuentro parisino sobre la declinación de la democracia, que se manifiesta sobre todo en nuestro país, deseo decir algo que parece una provocación: yo no quisiera que el hecho de estar obligado a ir a París a pronunciar un discurso llamando a un mínimo de reflexión, de eco, de atención, pueda llegar a ser comparado a lo que pasaba en los tiempos cuando nacía ese gobierno absolutista del que me hablaba mi padre, quien, muy joven, fue refugiado político en Francia. Me impacta escuchar a los testigos sobrevivientes de aquella época decir que les parece vivir los años veinte, los años del nacimiento del fascismo. Por lo demás, lean el periódico y vean al abogado de Berlusconi, que se permite abandonar la sala del tribunal gritando: "¡Ya no existe justicia!" Y los abogados que se suman a los de Berlusconi para reclamar la intervención del ministro de Justicia, de la Liga del Norte, perro de presa de los intereses del gobierno de Berlusconi. Estamos aquí ante la más insensata paradoja, digna de Ubú Rey, la farsa de lo imposible: las leyes se hacen expresamente para el rey, se seleccionan los ministros de su corte, y ellos defienden sólo sus intereses. Y el público aplaude. A lo sumo, alguno emite un pequeño eructo de indignación. Todo eso expresa una consciencia clara, tanto en el Cavaliere como en sus empleados, de tener todos los poderes en las manos, de disfrutar de una impunidad total. Es la lógica de "nosotros no iremos a prisión nunca". Garantizada por el palafrenero. Yo escuché a un miembro del gobierno decir que ellos organizarían un encuentro con la centro-izquierda: "En una mano tendremos una rama de olivo, y en la otra la pistola." Textual. Es verdad, todo el nuevo fascismo ya está ahí, en su lenguaje, en sus expresiones: primero la empresa Italia, luego el partido-empresa, que hace de cada uno un empleado de la casa, con el gran gerente en medio. "¡Maldición a los vencidos!" ya era una expresión fascista. Hoy basta ver los gestos, las palabras, las actitudes, la arrogancia de esos gobernantes que golpean la mesa con el puño, que gritan, "¡Ustedes me caen en los güevos!", "¡Yo los despido de la empresa!" (como el ministro de Comunicación); "¡Fuera los árabes!", "¡Que vayan a hacer sus cochinas mezquitas a otra parte!", "¡Que se queden en sus ghettos!" He ahí una idea nueva: el ghetto para aquellos que son diferentes, para los que no están conformes. A veces me atrapa la angustia frente a esta situación. Una sorda melancolía. Yo sigo haciendo teatro, cierto, y en nuestro trabajo tenemos ocasión de hacer cenizas ese discurso, y el público reacciona, pero bien se sabe que se trata de un público que se ha seleccionado a sí mismo. La cosa más hermosa es esa ola extraordinaria, ese sol que alumbra la visión de los jóvenes que se agitan, y al que es preciso ayudar, es preciso informar, es preciso decir la verdad. Pero no existe entre nosotros, hoy, ningún Jean-Paul Sartre que vaya a expresarse a las universidades como él lo hizo en 1968, cuando dio una conferencia sobre el teatro de la situación, el teatro político, el teatro popular, citando, para concluir, las palabras de Savinio: "¡Oh, hombres, cuenten su historia!" Hoy ya no es cuestión de hacer la crónica del presente, de dar el espíritu del tiempo. Y no sólo casi todos los directores de escena y directores de teatro son, por ágiles cambios de chaqueta, hombres de derecha más o menos recientes, sino que la mayor parte de los intelectuales se encuentra como dormida, o finge no estar ahí, o tener otras cosas en qué pensar. TRADUCCIÓN DE RUBÉN MOHENO |