León Bendesky
Vaivenes del peso
Hace apenas cuatro semanas se cerraban transacciones denominadas en dólares a un tipo de cambio de 9 pesos con 2 centavos. Esas se hacían al menudeo, eran de poca monta y se conseguían los dólares en las ventanillas de las casas de cambio al mismo precio. Hablamos entonces del mercado más caro, ya que para otras operaciones existen cotizaciones más bajas. Hoy el dólar se vende en un rango de 9.45 pesos, lo que muestra que en el régimen de paridad flexible existente en México las variaciones del precio del dólar pueden ser grandes y rápidas.
Esa es la regla del juego del tipo de cambio flexible en el que la autoridad monetaria, el Banco de México (BdeM), no debe intervenir directamente en el mercado de dólares, no compra ni vende divisas para mantener el precio en una zona determinada. Pero el banco central sí participa indirectamente en el mercado cuando utiliza instrumentos de control de la cantidad de dinero que se maneja en el sistema bancario y con ello influye en las tasas de interés que se fijan por la subasta semanal en la que participan las instituciones financieras.
No puede aducirse completa neutralidad por parte del banco central con respecto a la determinación del valor del peso, pues si así fuera no sólo sería una entidad autónoma, sino innecesaria. En este caso la política cambiaria es que realmente no existe una política como tal, sino el juego del mercado con un crupier adormilado.
En el mercado de dólares intervienen aquellos que tienen pesos para comprarlos, y no son muchos los que pueden hacerlo: principalmente son los bancos, y entre ellos la participación se concentra, por ejemplo, en Banamex, el mayor operador, y en las tesorerías de las más grandes empresas, sobre todo las que realizan actividades de comercio o de inversión con el exterior. Vaya, el mercado de dólares tiene casi nombres y apellidos, como ya sabemos por las sucesivas crisis devaluatorias que han ocurrido desde 1976, y eso es lo que pasó en la actual debacle argentina. Esos son los jugadores que en las condiciones generales en que opera el BdeM determinan el valor del peso. Ese es el atractivo que le encuentran en el banco central, y también su riesgo, sobre todo cuando se trata el dólar como una mercancía igual a cualquier otra, así que cuando está barata debe aprovecharse y comprarse.
El juego financiero tiene variantes interesantes. Una tiene que ver con la relación entre las tasas de interés y el tipo de cambio peso-dólar. Estas son dos variables clave para el control de la inflación, que como se sabe es el objetivo primordial del banco central e incluso está consignado en la Constitución.
Para que los precios crezcan de modo más lento, los intereses tienen que ser más bajos para abaratar el costo del dinero y el dólar debe estar barato para bajar los costos asociados con las importaciones. Pero en un cierto nivel de los intereses y de la paridad empieza a haber conflictos. Si los primeros bajan demasiado conforme a la expectativa de los inversionistas que compran los Cetes del gobierno, otra vez los bancos, se abandona el peso y se compran dólares, haciendo subir su precio. Hoy estamos en uno de esos puntos en que los intereses se atoran alrededor de 5 por ciento anual y el peso solamente puede cambiarse a 9.45 por dólar.
Otra variante de este juego tiene que ver con las cuentas del gobierno. Si los intereses bajan, se reduce el costo del servicio de la deuda pública, lo que no es menor, sobre todo en condiciones en que no se aumenta la recaudación de la manera prevista y se presiona el déficit fiscal. Además, con la devaluación el gobierno recibe más pesos por los dólares que entran con la venta de petróleo, especialmente cuando su precio rebasa hoy los 22 dólares por barril. Pero lo que sirve para una cosa, como es mejorar la posición fiscal del gobierno, no sirve para otra, como bajar los precios, y los objetivos de Hacienda, por un lado, y del BdeM, por el otro, se contraponen.
Con tasas de interés más pegajosas hacia abajo y un tipo de cambio más flexible hacia arriba, tal como ocurre en este momento, la autoridad monetaria tiene que apretar por algún lado. Así, ya se habla de ir modificando las formas de control de la cantidad de dinero, sustituyendo los cortos, que se han hecho famosos en los medios, aunque para la inmensa mayoría de quienes hablan o escuchan de ellos sean un verdadero misterio.
Si concentramos la atención por un momento en el tema de la inflación, la pregunta es si el BdeM considera pasajera la actual depreciación del peso. De no ser así, cómo va a contrarrestar los efectos adversos del encarecimiento del peso, y si ello será compatible con dos situaciones: menor inflación y mayor ritmo de crecimiento de la economía.
Aquí hay disyuntivas que conviene aclarar, sobre todo si este país va a empezar a superar la traba que significa hoy la propia política económica para ampliar el nivel de la actividad productiva. A todo esto habría que añadir que a pesar de las más bajas tasas de interés sigue disminuyendo el crédito bancario a las empresas, lo que limita la inversión, fuente esencial de cualquier crecimiento sostenido.