Juan Arturo Brennan
El fado: algunas consideraciones
Araíz de un reciente viaje por algunas ciudades de Portugal, con una estancia larga en Lisboa, alcancé a intuir cuál podría ser la lista de personajes que habitan el Gran Panteón Portugués de Todos los Tiempos: Vasco da Gama, Fernando de Magallanes, Luis Vaz de Camoens, Eusebio, Figo, Eça de Queiroz, Fernando Pessoa, José Saramago, Teresa Salgueiro y Amalia Rodrigues, no necesariamente en ese orden.
En particular la adoración colectiva que la sociedad lusitana profesa a Amalia Rodrigues, la indiscutible reina del fado, es prueba contundente de que este rico género musical portugués goza de vida activa, buena salud y gran respeto en ese país. Las grabaciones de Rodrigues son abundantes y omnipresentes en las ciudades portuguesas; se encuentran no sólo en las grandes tiendas de música, sino también en las pequeñas tiendas que equivalen a nuestras misceláneas. En las librerías es posible hallar numerosas biografías suyas, vastas iconografías de su vida y toda clase de panegíricos bien merecidos a su respecto.
Películas, documentales, programas de televisión y obras de teatro sobre Amalia Rodrigues y el fado habitan constantemente las carteleras de Lisboa y otras ciudades del país europeo. Lo interesante de todo esto es que junto con esta adoración casi religiosa por Amalia Rodrigues, hay en Portugal una actitud de conservación y veneración por el fado que, como ocurre en casos similares en otras culturas, incluye una lucha feroz contra la penetración globalizada de los horrendos géneros inframusicales que llegan desde el exterior, en particular desde Estados Unidos. Y como ocurre también en otras latitudes, el visitante puede encontrar en Lisboa dos vías de acceso al fado: la de la auténtica tradición o la del fado para turistas.
En un rincón típico del Barrio Alto de Lisboa se encuentra La Severa, nombre atribuido al restaurante en homenaje a una fadista gitana del siglo XIX. En este local decorado principalmente por abundantes azulejos portugueses, se canta fado entre platillo y platillo. A lo largo de una noche típica, se puede escuchar allí el trabajo de cuatro cantantes (dos damas y dos caballeros) de apariencia tan típica que parecen salidos de una agencia de central casting. Uno de los caballeros, que anuncia que canta fado estilo Coimbra, se presenta incluso ataviado con la típica capa negra de esa universitaria ciudad. El acompañamiento instrumental es el tradicional: una sabrosa combinación de guitarra española y guitarra portuguesa en las hábiles manos de dos ejecutantes ya entrados en años, que a altas horas de la noche tocan algunos dúos muy atractivos sin participación de las voces.
La parte realmente ''pintoresca" de la velada consiste en la esporádica aparición de un grupo de seis instrumentistas-bailarines que cantan y danzan algunas piezas de la norteña región del Minho que, por obvias razones étnicas y geográficas, son muy parecidas a las de la tradición gallega. Con cortés discreción, el público hace saber que prefiere el fado a las danzas y agradece enfáticamente el regreso de los cantantes y los guitarristas.
Durante esta reciente audición de fado en Lisboa, me percaté entre otras cosas de una serie de interesantes coincidencias que pueden establecerse entre el fado y el tango. Ambos géneros son de arraigo profundamente popular y tienen esas raíces firmemente plantadas en la ciudad; Buenos Aires y Montevideo en el caso del tango, Lisboa y Coimbra en lo que concierne al fado. Es posible hallar también algunos puntos de contacto entre los textos de los tangos y los textos de los fados. Así, llama la atención el hecho de que uno y otro géneros son muy autorreferenciales.
El tema de muchos tangos, en efecto, es el tango, y el tema de muchos fados es el fado; y por si ello fuera poco, la letra del fado se refiere con tanta frecuencia a la guitarra portuguesa como la letra del tango se refiere a la guitarra y al bandoneón.
Otro posible punto de contacto entre el fado y el tango: así como los puristas del tango ven y oyen con malos ojos y oídos el trabajo de Astor Piazzolla, refiriéndose a él si no con abierto desprecio sí con una actitud condescendiente y paternalista, los puristas del fado tienden a descartar el trabajo musical de Madredeus con argumentos y posiciones recalcitrantes similares.
Posdata. Hasta la fecha no sé si en La Severa me vieron la cara de turista, porque a pesar de una cuenta por una cantidad bastante elevada de euros, el fado fue de muy buena calidad, al igual que el pescado y el vino de Oporto. šY los postres portugueses!