José Blanco
La farsa
La comedia venezolana, decía en este espacio, es
una tragedia; la México-cubana, una farsa de enredos tercermundista.
La ONU y sus múltiples comisiones son espacios
políticos con su propia legalidad -parte del derecho internacional-,
sus reglas tácitas de política y de diplomacia; espacios
donde cotidianamente se hacen, deshacen y rehacen alianzas entre Estados
y donde, como en cualquier espacio político, hay una correlación
de fuerzas sujeta a movimientos y fuerzas dinámicas. Ese es el contexto
de operación de la Comisión de Derechos Humanos -a la que,
entre otros, Cuba y México pertenecen?- cuyo sentido y propósito
es la defensa y promoción de los mismos en el mundo. Los miembros
de la comisión debaten, evalúan de acuerdo a parámetros
y estándares acordados, proponen proyectos de resolución
y acuerdo, y votan. Es un asunto al mismo tiempo técnico jurídico
y político.
Que Cuba armara toda clase de pataletas -e inclusive pusiera
con facilidad el cuatro a Fox- intentando que la resolución
de la comisión no le resultara adversa, se entiende perfectamente;
es parte de la política. Pero que diga, inscrita Cuba en ese marco
de reglas del juego, que tal resolución de la comisión es
"injerencista" es, para decir lo menos, ridículo, pueril y vergonzosamente
tercermundista.
La resolución presentada por Uruguay era correcta
y México finalmente -en vez de enterrar la cabeza en el suelo- votó
correctamente. La resolución no era una condena; reconocía
los notables avances de los derechos humanos en Cuba en materia de salud
y educación, y la exhortaba a avanzar en otros derechos sociales
y políticos.
Los derechos humanos se violan en Estados Unidos, en México,
en España y en todas partes. Eso es claro, pero no es el punto de
la resolución. En esos países, con mayor o menor fortaleza,
existen las instituciones, los mecanismos, las libertades, las organizaciones
necesarias para la defensa y la lucha en contra de la violación
de los derechos humanos por parte del Estado. En Cuba no existen. Ese es
el punto. En Cuba nada puede ocurrir fuera del Estado porque es un Estado
totalitario y es, además, una dictadura de 43 años. En Cuba
está prohibida la oposición, no existen medios de comunicación
que denuncien las violaciones de derechos por el Estado, no está
permitida la oposición política, no existen ni las libertades
ni las organizaciones para defender los derechos humanos. Por eso México
votó correctamente. Por eso es bochornosamente grotesco el "desagravio"
de los diputaditos.
El pasado 26 de abril México perdió, en
esa misma comisión, un buen proyecto de resolución sobre
la protección de los derechos humanos en el combate al terrorismo,
que hubo de retirar por la oposición de varios países, entre
ellos Estados Unidos y Cuba -que en ésta estuvieron juntos-, de
acuerdo con la información de CNI. ¿Deberíamos hacer
una pataleta porque Cuba votó con el imperialismo apenas unos días
después del pancho armado contra México por los cubanos
y por algunos mexicanos tarambanas?
De otra parte, la invocación con rasgadura de vestiduras
de la Doctrina Estrada es un buen ejemplo de la obvia falta de sindéresis:
la Comisión de Derechos Humanos opera bajo la legalidad del derecho
internacional que rige a la ONU, no se rige por la Constitución
mexicana.
De paso, es lamentable la ineptitud actual de los partidos
políticos para entablar un debate racional sobre una doctrina desfasada
por el mundo de hoy. Es claro que requerimos de una política exterior
activa, protagonista, dinámica, incisiva, y no el comodón
enconcharse del Estado corporativo hoy inexistente. No son necesarias muchas
vueltas para ver que nuestra principal relación es con Estados Unidos,
y que lo será aún mayor en el futuro. Definir con claridad
y expresamente esa relación es una necesidad que, por cierto, poco
tiene que ver con el gobierno del atolondrado y malvado señor que
habita hoy el Capitolio.
Tenemos una relación estructural profunda, históricamente
construida, ajena a todo voluntarismo veleidoso del presente, que requiere
de una política exterior que pide a gritos una elaboración
compleja. Tratándose, de otra parte, de una relación extremadamente
asimétrica, es claro que necesitamos contrapesos -en lo que Cuba
es marginal, por su insignificancia política y económica-,
y requerimos también de un trato con el imperio ortogonalmente ubicado
respecto a las ingenuas y sumisas demandas que Fox hiciera a Castro pidiéndole
corrección con Estados Unidos y con Bush.
En todo esto la mentira de Fox es también parte
de su ingenuidad, y parte de la hipocresía de los políticos.
La mentira es materia prima del uso cotidiano de los políticos;
quién no lo sabe. En política el "pecado" no es mentir, sino
ser descubiertos. Véase la procacidad de un Roberto Madrazo diciendo
que con mentiras no podemos ir muy lejos en los acuerdos entre gobierno
y partidos. De carcajada.