Guillermo Almeyra
Argentina: la (difícil) alternativa
El gobierno de Duhalde acaba de ceder una vez más a las exigencias del FMI (que ha declarado, por su parte, que no le dará nada a cambio). Se reducirá el apoyo a las provincias, lo cual impedirá a éstas pagar sueldos y salarios, proveedores y obras públicas, deprimiendo aún más el mercado interno y aumentando, por lo tanto, la desocupación y la pobreza (con todas sus secuelas). Se buscará salvar los bancos (extranjeros), a costa de los ahorradores expoliados. Se prepararán las condiciones para una dolarización futura ante el derrumbe de la economía. Se tomarán, en suma, todas las medidas que aumentan la dependencia y la crisis y que dan un golpe de muerte al Mercosur (y por lo tanto preparan el camino al ALCA).
Todo eso ha sido presentado como la única medida posible.
Pero hay una alternativa: 1) obligar a los bancos a que traigan capital fresco de sus casas matrices, y si no lo hacen, estatizarlos, pagando a éstas una indemnización que corresponda a la situación de quiebra de sus filiales; 2) crear un sistema financiero estatal apoyado sobre los haberes inmobiliarios y los ahorros argentinos; 3) financiar la creación de empleos para los desocupados, para así generar ingresos, y fomentar la industria nacional que emplee desocupados, utilizando para ambas cosas lo que se deja de pagar en concepto de deuda externa y reduciendo el costo de las importaciones de insumos, know how, royalties, maquinarias, mediante el trueque con China y Brasil, principalmente, pero también con quien acepte precios políticos fijados de común acuerdo para participar en la reconstrucción argentina; 4) estatizar -pagándolas en bonos a 25 años, con interés módico- las empresas de los sectores vitales para la economía del país (electricidad, luz, gas, petróleo, correo, agua) y practicar precios de fomento de la actividad industrial; 5) ayudar a la autoconstrucción de viviendas, para estimular la industria de la construcción, hoy paralizada, dando los materiales y la ayuda técnica necesarios; 6) crear un instituto estatal para las exportaciones, para estimularlas, dados los bajos costos argentinos y la calidad de la mano de obra, y para cobrar de inmediato las divisas resultantes; 7) aprovechar la capacidad cultural y la creatividad de los trabajadores para reducir insumos agrícolas o industriales o desarrollar nuevos productos con menos procesos de elaboración o menos materias primas; 8) fomentar la capacidad técnica, poniendo a trabajar junto a los productores a los estudiantes de los ramos respectivos; 9) llamar a los técnicos argentinos regados por el mundo a aportar su conocimiento y su trabajo y experiencia; 10) hacer accionistas a los trabajadores, y al pueblo en general, de las empresas y servicios estratégicos.
Por supuesto, para aplicar estas pocas medidas (u otras semejantes) se necesita "que se vayan todos" los corruptos, un cambio radical del aparato de Estado, acabar con la cleptocracia, nombrar técnicos y no agentes de los poderosos, controlarlos y poder revocarlos. Se necesita que la democracia y la política se practiquen directamente, desde abajo, para determinar una selección de cuadros opuesta a la actual. Se necesita privilegiar la educación, la investigación, la democratización de los sindicatos y de los organismos administrativos y purgar la policía y la justicia.
Es posible no pagar la deuda externa, primero porque es imposible pagarla, y segundo porque las represalias del FMI y del capital financiero no pueden empeorar la actual situación, pues Argentina no tiene ya crédito y debe contar consigo misma. Un gesto radical desencadenaría en toda América un enorme apoyo popular y tendencias a la imitación. Ciertamente que el imperio reaccionaría, tratando de aplicar las propuestas de Rudiger Dornbush, de comisariar el país y de acabar con sus soberanía. Pero es mejor confiar en la resistencia que conducir día a día a la sumisión total y la recolonización.
Hay que contar con los efectos políticos y morales de las medidas radicales y, al mismo tiempo, con el desarrollo de la crisis financiera y económica en Estados Unidos, así como con la esperanza de los capitalistas europeos de no perder todo (como en Rusia en 1917) y con su conciencia de que Estados Unidos busca desplazarlos del mercado argentino (que seguirá siendo siempre importante a escala regional y de todo el Mercosur). La crisis argentina arrastra a Brasil hacia la derecha, por consiguiente es indispensable también presentar planes comunes al pueblo brasileño, contra la ofensiva conjunta del capital financiero internacional, de la oligarquía argentina y de los grandes capitalistas de Brasil. No vivimos una época para los conservadores, los timoratos, los serviles, los sometidos. Es el momento de osar y experimentar lo que jamás se hizo: una política anticapitalista no verbal sino real, apoyada en la reanimación de la esperanza y de la movilización de los trabajadores y oprimidos de Argentina.
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