Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 28 de abril de 2002
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Política

Rolando Cordera Campos

Argentina: Ƒqué tan cerca?

Los callejones sin salida se repiten en la globalización, como si fuese una rueda y no la espiral prometida, pero no a todos les toca la misma suerte. Con el desamparo de Duhalde y la miopía que reina en el norte y su capital imperial, Argentina va de boca a otro fondo sin fondo, sin colchones que le hagan la caída menos dolorosa.

Lo que hoy viven los argentinos no puede asemejarse a lo que ocurrió en México hace siete años; tampoco a lo que experimentaron los tigres hace menos. Sin embargo, recordemos que en 1995 perdimos producción y empleo a carretadas y que el sureste asiático lo hizo en proporciones semejantes a lo ocurrido en 1929. La recuperación de ambos fue disímil, pero nadie puede decir hoy que lo que ocurre en el país austral "no puede ocurrir aquí".

En Buenos Aires poco queda en el aire, y lo más está bajo tierra. Los argentinos perdieron un contrato que iba más allá de lo privado, porque daba vida al pacto social fundamental en torno del que la mayoría activa de esa sociedad organizó su vida por casi 10 años, antes de caer en picada a partir del 2000. Este contrato social, decía en días pasados en Washington el director del Banco Central argentino, "lo traían los argentinos en el bolsillo" y se sostenía en la confianza de que el pasado no volvería. Para eso, decidieron amarrarse de pies y manos con el consejo monetario, pero olvidaron que el futuro les exigiría tener libre alguno de ellos.

Esta ilusión descansaba en los dólares que Argentina conseguía con el aval del FMI. Cuando ese aval no funcionó más, los dólares escasearon y los dueños de los depósitos en pesos con paridad uno a uno en dólares prefirieron trasladarlos a otra parte, digamos Estados Unidos, donde no había necesidad de cambiarlos en la ventanilla del banco. "En cámara lenta", cuenta el banquero central argentino, los depósitos se fueron del país, dejando el tristemente célebre "corralito" para los remisos. Luego ardió Troya, los gobiernos cayeron, los banqueros privados gritaron šAl ladrón!, y los inversionistas españoles y franceses se llamaron a engaño.

La más cruel de las ironías, dice Blejer, es que quienes más insistieron al final en la necesidad de dejar atrás la convertibilidad fueron los primeros en reclamar la violación de los contratos privados, en especial los referentes a los depósitos "encorralados", cuando era obvio que no hay salida "ortodoxa" del callejón del consejo monetario.

La salida tenía que darse por medio de un shock, lo que a su vez implicaba, irremisiblemente, la ruptura del contrato social-monetario, con todas sus consecuencias. Lo que no era tan esperable es la cascada de hipocresía en la comunidad financiera internacional, mucho menos en los ahora impertérritos operadores y directivos del FMI, que no parecen dispuestos a concederle al sufrido país del sur un mínimo respiro.

Esta es la situación que se vive en aquellos lares y que a nadie conmovió en las reuniones primaverales del FMI y el Banco Mundial en Washington. Triste y desalentadora, la historia no termina, porque para el país de las pampas quedan años de expiación. Lo que no asegura que sean también años de reflexión.

Argentina fue el niño mimado de la comunidad financiera en los 90. El niño grosero y echado a perder fue su soberbio ministro de Economía, Domingo Cavallo, quien aplicó la medicina de caballo del consejo monetario con el pleno apoyo del FMI y el Tesoro de Estados Unidos, tuvo éxito, se fue a buscar la presidencia, perdió y regresó a salvar la patria, para echar a perder lo que quedaba de ella y hacer enojar a sus antiguos camaradas del fondo, que ahora, bailando al son que tocan los recién llegados al Tesoro estadunidense, le pasan la factura y se vengan de sus malos modos.

Todo podría quedar en familia, con Cavallo en chirona y Menem en el desprestigio, si no fuera porque en el trayecto se quedaron colgados, primero, millones de pobres que constituyeron el primero pago por la derrota de la hiperinflación, y que no conocieron descanso ni remedio en estos 10 años de éxito. Luego ha tocado el turno a las nuevas y lo que quedaba de las viejas clases medias gauchas, que ven cómo se evaporan sus ahorros y las esperanzas se vuelven tangoso lamento. Después tocará el turno a las clases políticas en las que casi nadie cree, pero que contribuyeron como pocas a forjar la vana ilusión de un triunfo definitivo que, para ellas, fue sin embargo un lucrativo presente.

Argentina vive horas de angustia y terror. La obtusa actitud de Estados Unidos, coreada por socios del G-7 y alfiles de las agencias financieras internacionales, no hace sino agravar una situación que no encuentra salida. Nada se le concede por ahora y poco se puede esperar en lo inmediato.

El "acercamiento" carnal y la alianza "por fuera de la OTAN" de nada han servido. En esta capital imperial no se admiten flaquezas, porque en la guerra contra el terrorismo todo debe ser homogéneo: conductas parejas, de débiles y poderosos por igual. Sin concesión ni descanso.

Ante este panorama de terribles certezas, nadie puede sentirse blindado. No hay amistad ni abrazo que dure. No todos somos Argentina, pero vaya que está cerca.

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