Néstor de Buen
Los fracasos del capitalismo
Ya sé que hay temas de mayor presencia, pero me parece que ha llegado el momento de empezar a aclarar posiciones en el mundo de las ideologías y de las conductas políticas.
La nota permanente es que el socialismo quedó enterrado y sin remedio a partir de la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989. Reconozco que contribuyó, y no poco, mi admirado Mijail Gorbachov, el hombre que hizo posible el fin de la guerra fría, pero que, sin quererlo, hizo también posible el principio de la hegemonía absoluta de Estados Unidos.
La URSS no fue derrotada en el campo de batalla sino en ese otro campo tan complicado que es la economía. El éxito de Ronald Reagan con su techo nuclear no derivó de sus evidentes adelantos tecnológicos sino del hecho elemental de que la URSS ya no tuvo recursos para seguir en la carrera armamentista. Después vino la disolución de la URSS, la presencia de Boris Yeltsin, mal recordado siempre, y la división de aquel gran territorio en países independientes que hoy en día se atreven a pactar con Estados Unidos, por sus odios al poder central antiguo de Rusia.
La crisis del Estado de bienestar que se produjo durante la década de los 80, con graves quebrantos para la seguridad social y el derecho del trabajo, puso de manifiesto el tránsito de las viejas empresas trasnacionales hacia las economías globalizadoras. La Unión Europea había iniciado el camino que en los 90 siguió Estados Unidos, agobiado en su propio territorio por la competencia con japoneses y alemanes, particularmente en la industria automovilística.
La globalización sería el canto fundamental hacia una nueva etapa del capitalismo, ansioso de reservarse en exclusiva mercados para poder competir con otros. La privatización de las grandes empresas fue el reclamo fundamental de los bancos de desarrollo, el Fondo Monetario Internacional de manera importante, sin olvidar al Banco Mundial. El Estado declinó su participación en las economías y dejó manos libres a la expansión del capital privado.
Un efecto notable fue la desintegración de las grandes empresas en cuanto a instalaciones y la aparición de la política del outsourcing. Hay un libro espléndido de Robert Reich, quien fue ministro del Trabajo con Bill Clinton, en el que describe de qué manera el capitalismo abandonó la idea antes dominante de la planta enorme concentradora, para asumir la fórmula de los mil talleres independientes, ubicados en todo el mundo, aportando cada uno un elemento diferente para el producto final. La industria automovilística sería el gran modelo.
Esa política provocó, por supuesto, desempleos masivos, reconversiones industriales sustitutivas de hombres por maquinaria y viajes al sur para encontrar paraísos salariales, lo que generó en muchos países, México incluido, el desarrollo de las maquiladoras.
En el orden político, se planteó el fin de las ideologías, y en los hechos, su amortiguación. Las socialdemocracias: Gran Bretaña, Francia, Alemania, España antes de Aznar, Portugal, Bélgica, Holanda y otros países de la Unión Europea, se deslizaron hacia el centro. Los radicalismos quedaron en los archivos. Hoy día la derechización es cada vez más evidente: Austria, con Haider; Italia, con Berlusconi, y ahora, el riesgo de Francia con Le Pen, sin olvidar a la España conservadora del Partido Popular de Aznar.
Pero hay ya un hecho evidente. El predominio del capitalismo empieza a encontrar sus puntos débiles. El enorme fracaso, aparentemente fraudulento, de Enron, se acompaña de los problemas bancarios, también con la misma calificación, que agobian al mundo. El Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) enfrenta problemas gravísimos que pueden afectar su compra de Bancomer. Entre nosotros el Fobaproa no es más que el mal remedio para el mismo mal. Abundan los ejemplos de quiebras sin remedio de empresas supuestamente exitosas.
La cuestión es que los partidos de izquierda difícilmente aprovechan esas coyunturas para recuperar fuerzas. No se trata por supuesto de volver a dictaduras del proletariado sino de entender de mejor manera la justicia social y volver al Estado de bienestar. Recuperar el sentido solidario de la seguridad social y del derecho del trabajo. Y muchas cosas más.
La izquierda del mundo tiene la palabra. Y desde ahora debe estar segura de que puede contar con amplias mayorías. Si, como vale pensar, izquierdismo y problemas económicos causados por el capitalismo van de la mano.