Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 27 de abril de 2002
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Mundo

Hermann Bellinghausen

El susto francés

Falsificar la memoria, la forma peor del olvido, acecha en el corazón de cada ascenso fascista. Las naciones que ya han padecido la enfermedad son prueba de que, una vez adquirido, el fascismo no se cura. Se alimenta del desprestigio de los demás y siempre es criminal, dado que sus fines, para ser alcanzados, requieren impunidad. Una parte del asalto la ejecutan las masas de la fascies (el hato de ramas unidas dignificado por los romanos); la otra, por omisión, la realizan sus cómplices en las clases medias y altas, el gobierno nacional, los cuerpos diplomáticos, la empresa y las finanzas.

Mientras la burguesía y la inteligencia miran hacia otro lado, a la Pilatos (papel que a muchos cristianos nunca ha repugnado lo suficiente), los centros del dinero los financian bajo cuerda en casi toda Europa (y el Cono Sur de América, no hay que olvidarlo). Los nazis avanzan cuando la solidaridad social se resquebraja, y provocan tragedias y vergüenzas que una vez pasadas (por mucho que duren, siempre terminan) escapan a la legalidad y la cultura de nunca más.

A los nazis de Europa no les gusta ser llamados así en público, pero en el fondo, y en privado, eso son y quieren ser. Los países contagiados de fascismo, de Inglaterra a la gran Serbia y la gran Rusia, más los países latinos y sajones entremedias; sus seguidores cambian nombre y disfraz al sentimiento, aunque les encantan los nombres y los sentimientos.

Pese a su vulgaridad, el fascismo se alimenta de paradojas eficaces. El modelo alemán degradó en recetas de falsa mitología la herencia humanista. De Mussolini a Berlusconi y la Liga del Norte, el estilo italiano se basa en un boato imperial, pero de pacotilla, carnavalero, telenovelero, kitch. Por su parte, el modo francés se escuda en la "democracia" fundadora de los derechos del hombre y explaya su odio sobre las colonias (dentro y fuera del país); ya habrá manera de cubrir el horror con un olvido que, en bien de la República, llamarán piadoso.

El hilo genealógico de Le Pen viene directamente de la República de Vichy y la guerra de Argelia, en los 50 y 60. Dos olvidos incompletos de los que nunca se ha desembarazado Francia. Apenas en 2001 se suscitó el debate sobre los "métodos" usados en Argelia, a raíz de las vergonzosas memorias de un general que se proclamó torturador y asesino, y a mucha honra. El bestseller del caso fue cubierto con un horror superfluo y un castigo moderado al anciano general, tan bocón.

La impunidad de los "héroes incomprendidos" de la ultraderecha opera bajo ese "mirar hacia otro lado" de la fran Francia cuando comete atrocidades o permite que se cometan en su nombre (como en Argelia o Vietnam, de cuyas guerras son veteranos el general-que-torturaba y el propio Le Pen). Enfrentada al debate hace un año, fuera de respiraderos venturosos como Le Monde Diplomatique, la sociedad francesa impuso un "para qué moverle, no necesitamos restregar la herida; a lo hecho, pecho". Las clases medias y la burguesía prefirieron no recordar esas guerras distantes.

Ahora, en la nación moderna, donde megrebíes, indochinos, negros de África y el Caribe son ya ciudadanos en supuesta "egalité", resurge el supremacismo blanco francés. De ingredientes así están hechas las guerras civiles.

Y la clase política se alarma. Esta semana, el Parlamento Europeo abucheó al triunfante Le Pen, el presidente Chirac lo repudió y el primer ministro Jospin se meó en los pantalones. Tres actitudes y un sólo motivo: cobardía. El Parlamento nunca ha sabido detener el ascenso fascista, por más que durante años fue exigencia de una sociedad civil francesa que se compone también de judíos, palestinos, argelinos, camboyanos, etcétera.

Jean-Marie Le Pen no será un Hitler (entre otras cosas, porque está demasiado viejo), pero su llamarada electoral desnuda a la clase política francesa, atrapada en su previa complicidad con los negocios sucios de Chirac, quien de pronto parece quedar como salvador de la República.

ƑQué sigue? Un Chirac votado mayoritarísimamente, pero sin legitimidad, y un abierto fascismo como segunda fuerza política, listo para capitalizar el desprestigio de la derecha, la izquierda, y los patéticos "centros" de origen socialista. Una revancha nacionalista, en una Europa unificada que no acaba de pegar y tira a la derecha dura. Un skinhead (eso si, gay) podría gobernar en Holanda (donde el actual gabinete se desfonda), mientras las urnas meten sustos en Austria, Italia y España. ƑCuánto falta para que regurgite fascismo la nueva Alemania?

Y a todas estas, Ƒla memoria? Bien, gracias. Ya qué nos puede sorprender cuando el Estado de Israel, esa Europa trasplantada después de la barbarie, numera hoy los cuerpos de sus prisioneros palestinos con tatuajes tan indelebles como aquellos de Auschwitz y Büchenwald. De susto en susto, Europa se rinde a una desmemoria donde cualquier cosa vuelve a ser posible.

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