Bernardo Barranco V.
Necesario aggiornamento sexual en la Iglesia
A escala mundial, la Iglesia católica enfrenta una severa crisis de confianza y de conciencia. Los abusos sexuales de sacerdotes a niños en Estados Unidos han sido el detonante de una bomba y de un posible recentramiento de esa Iglesia frente a la sexualidad moderna.
Probablemente se viva el inicio de la apertura, cuyos resultados se verán en el largo plazo. Es factible que a raíz de la reciente reunión en Roma de los cardenales estadunidenses con el Papa se den pasos tímidos o, por lo contrario, encerramientos retro y regreso a las tradiciones petrificadas. La opinión pública internacional, en particular los medios de comunicación, ha expresado inquietud y recelo frente a la sexualidad subterránea del clero y de todo lo que rodea el mundo sexual de la Iglesia católica. Las jerarquías vaticana y mexicana han sido torpes al querer, primero, restar importancia a los hechos y, segundo, tapar hechos ilícitos. Actitudes como la de Joaquín Navarro Vals, vocero del Papa, quien minimizó en marzo de 2001 el informe del National Catholic Reporter que denunciaba el abuso sexual a cientos de monjas por parte del clero regular en más de 23 países, son equiparables a las toscas declaraciones de los obispos mexicanos de "lavar la ropa sucia en casa". En rigor es la misma lógica que llevó al obispo de Boston a proteger a sacerdotes pederastas de su diócesis, acción que lo tiene al borde de la renuncia. Los casos recurrentes y escándalos sexuales cíclicos, como el pederasta cardenal austriaco, curas españoles homosexuales y otros más acumulados, han desatado una furia mediática inusitada, que sin duda mina la autoridad moral de la Iglesia, llegando incluso a señalar la complicidad del propio Papa.
El problema de fondo es la manera en que el cristianismo, y el catolicismo en particular, han encarado la sexualidad humana. Mientras en otras religiones, especialmente orientales, la sexualidad puede llegar a ser un vehículo de espiritualidad plena y de acercamiento a Dios, en el catolicismo el cuerpo, la carne y el placer son percibidos culpígenamente. El actual terremoto de la Iglesia tiene su epicentro en la incongruencia católica entre su discurso formal sobre la sexualidad humana y la práctica realmente existente, tanto de su clero como de la feligresía en general. La institución se cimbra porque la Iglesia produce, reproduce y expande constantemente representaciones simbólicas de la pureza. Como parte de su ubicación frente al mundo actual, el catolicismo construye un gran discurso moral que se coloca por encima de los "valores morales decadentes" de la sociedad moderna. La cultura del consumo, del hedonismo y del reino del individualismo es objeto de un cuestionamiento continuo y severo como parte de una ética secular, que acabará finalmente por destruir la naturaleza profunda del ser humano.
Esta visión casi apocalíptica de la modernidad es encabezada por el cardenal Joseph Ratzinger, quien condena el mundo porque es impuro, contaminado por el mal, el pecado y la permisibilidad. Por lo tanto, la construcción católica es de salvación, la enseñanza y el magisterio de la Iglesia son la oferta de rescate a la humanidad de su corrupción, de su pecado original. Sin embargo, el discurso oficial de la Iglesia resulta contradictorio porque la práctica tanto de la grey como de muchísimos de sus sacerdotes y monjas es igualmente secular, es decir, como la práctica sexual de cualquier persona. Pero en tanto que el discurso y la práctica se contradicen, el resultado final es una hipocresía institucional.
En la medida en que las personas del aparato eclesial ejercen una vida sexual se colocan contrarias a la representación y al discurso que enarbolan, y entran en un proceso de culpabilización. Al mismo tiempo, las autoridades eclesiásticas, responsables de este cuerpo clerical, se convierten en cómplices. Cuando hay delitos sexuales, una especie de "razón de Estado" dentro de la Iglesia lleva a la jerarquía a proteger, acallar y minimizar las denuncias. Hay una actitud corporativa de protección institucional y de simulación ante los fieles. Evitar el supuesto escándalo los hace cómplices de los hechos ilícitos cometidos y protectores de quienes los realizan, y los expone a las leyes civiles y penales.
Por ello es necesario, primero, que la Iglesia revise a fondo su visión de la sexualidad, sacudirse siglos y hasta milenios de concepción culpígena. Segundo, acabar con el fuero religioso; el abusador comete no sólo pecado, sino delito, sancionable no sólo por el derecho canónico, sino principalmente por las leyes seculares. Tercero, la Iglesia debe cuidar no sólo la selección de sus seminaristas, sino su adecuada formación en materia sexual. Revisando los planes de estudio de los seminarios mexicanos se advierte que son pobrísimos e insuficientes.
No tener miedo al escándalo; el manejo adecuado de la actual crisis de autoridad moral de la Iglesia católica pueden fortalecer el desarrollo de nuevas y frescas posiciones que apunten a un verdadero aggiornamento en materia sexual.