La simulación popular se mezcla con cierta tolerancia de los jerarcas religiosos
Irán, una sociedad marcada por la dualidad
En la práctica, el régimen de los ayatolas es implacable sólo ante irreverencias mayores
Insultar al líder supremo o incitar a la rebelión puede ser castigado con pena de muerte
Para nadie es secreto quién y dónde vende bebidas alcohólicas, prohibidas formalmente
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Teheran, 20 de abril. La vida cotidiana en Irán parece llevar el signo de la dualidad, mezcla de simulación por parte de la población y de cierta tolerancia de los jerarcas religiosos, que establecen los límites de la virtud y la moral islámicas, de acuerdo con su propia interpretación del Corán.
Se suele creer que todo en Irán está sujeto a una rígida reglamentación, y oficialmente así es, pero en la práctica el régimen de los ayatolas se muestra implacable sólo ante dos irreverencias mayores: el insulto directo al líder supremo o guía espiritual y la incitación a la rebelión, si bien es cierto que resultan muy ambiguos los criterios que se usan para acusar a una persona de haber incurrido en alguno de esos supuestos. El castigo es severo y puede representar muchos años de cárcel, decenas de latigazos y, en ocasiones, la pena de muerte.
Hoy día no hay comparación posible con los tiempos de los primeros años después de la revolución islámica de 1979 y, sobre todo, durante el periodo de guerra con el vecino Irak, en que cualquier sospechoso podía ser fusilado si no demostraba su inocencia en un plazo de 48 horas a partir de que era detenido. Rara vez se aplican ahora los castigos corporales en público, un promedio de 12 latigazos, por faltas menores como escuchar una cinta de música contraria a la tradición islámica, de rock o de canciones de José Alfredo Jiménez, por poner dos ejemplos.
Muchas cosas están prohibidas, y siempre es un reducido grupo de doctores de la ley islámica el que decide por los demás qué se puede hacer y qué no, pero la gente se las ingenia para salirse con la suya, y nada humano, parafraseando a Terencio, le es ajeno a los habitantes de la antigua Persia.
Escaso fanatismo
Los iraníes, salvo una minoría, no son fanáticos religiosos. Por necesidad, que no por gusto, se han vuelto expertos en simular de las puertas de su casa hacia afuera; dentro, hacen lo que quieren, más aún que todo se puede conseguir mediante la correspondiente suma al clandestino proveedor de lo proscrito o al policía en turno, si tiene el infractor la mala suerte de que lo agarren, por mencionar uno de los mitos más extendidos fuera de Irán, con las manos en... la botella.
Para nadie es secreto quién, dónde y en cuánto vende las bebidas alcohólicas. Las hay de producción casera, como el vino que elaboran los armenios, y del más genuino contrabando. El equivalente a unos 50 dólares alcanza para adquirir una botella de whisky escocés y con la mitad se puede mojar el gaznate con un vodka ruso.
Eso sí, en cualquier restaurante lo más que se sirve es cerveza sin grados de alcohol, similar a la que las madres cariñosas dan en Alemania a los bebés en biberón, y se llega al extremo entre jocoso y perverso de ofrecer cocteles margarita, pero sin tequila. A qué sabe, haga la prueba el lector.
Por estricta ley, ninguna mujer puede salir a la calle sin el amorfo ropaje que cubre su cuerpo. Las jóvenes, cuando no van a un lugar cuyo reglamento lo exige, como la universidad, prefieren el negro chador, que sólo deja ver el rostro y las manos, una especie de gabardina más corta, un pantalón de color discreto y un velo. Muchas veces, por debajo del chador asoman unos vaqueros y unos zapatos tenis, que constatan la dualidad que marca a esta sociedad.
En las fiestas privadas, quitado el uniforme de calle, los escotes y las minifaldas que se mandan las iraníes, cuando asisten extranjeras, producen en éstas una sensación de puritanismo involuntario al resultar más tapadas, y regocijo visual en sus maridos.
Una pareja no puede besarse en la vía pública y ya van dos ocasiones en que este enviado de La Jornada, sin querer, provoca que unos acaramelados adolescentes pongan pies en polvorosa apenas ven la cámara fotográfica, acaso por pensar que se trata de un empleado del Ministerio de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio en busca de pruebas gráficas del pecado.
La manita sudada, grave falta a la moral
Los novios ni siquiera pueden ir tomados de la mano en la calle, que presupone una grave falta a la moral, pero si no desean pasar unas horas en una comisaría hasta que un familiar vaya por ellos y pague la multa, no es complicado "entenderse" con el policía, en funciones de guardián de la moral islámica.
Hay todo un ejército de mártires vivientes, que a diferencia de los mártires a secas, los soldados que murieron en la guerra contra Irak, éstos salvaron la vida, aunque quedaron inválidos.
Las autoridades religiosas encontraron un trabajo para ellos que dicen es muy prestigiado: se pasan ocho horas al día revisando página tras página y tachando con un plumón negro las partes descubiertas de mujeres en fotografías o anuncios que aparecen en cualquier revista extranjera de venta autorizada en el país. Dejan sólo la cara, que sobresale en medio de tanta negrura.
Crece la práctica del matrimonio temporal
En cambio, como en cualquier país, la prostitución cobra auge, esencialmente por razones económicas, y aseguran los iraníes que no es tan difícil conseguir una película pornográfica.
El adulterio, llamado aquí poéticamente relaciones extramaritales, es el peor pecado que puede cometer cualquier ser débil, incapaz de rechazar el libidinoso llamado de la carne. Todo, incluso acostarse con la mujer amada, tiene que hacerse con apego a las leyes del Islam. Por ello, los jerarcas religiosos cierran los ojos a la extendida práctica del matrimonio temporal.
Este no es sino una especie de contrato, en que las partes -el hombre y la mujer- establecen el tiempo exacto en que quieren ser considerados esposos: un mes, un día, media hora, cada cual según sus tiempos de deseo y su capacidad de resistencia amatoria. A lo largo de su vida, un hombre iraní puede celebrar cuantos matrimonios temporales quiera, pero no más de cuatro a la vez. El mismo número de esposas que por ley puede tener, si su bolsillo y su salud se lo permiten.
Sin el mentado papelito ninguna pareja puede pretender encerrarse en un cuarto de alguno de los muchos hoteles de paso, que hay en las afueras de Teherán y que incluyen, aunque al parecer nadie disfruta de ese atractivo adicional, una esplendorosa vista del monte Alborz.
Aclárase, por si acaso, que los extranjeros no convertidos al Islam están excluidos del beneficio del matrimonio temporal y, quien no pueda resistir la tentación, debe estar preparado para recibir más de 50 latigazos y pasarse varios años en la cárcel.
Se exiende el acceso a la tecnología
Las antenas parabólicas están prohibidas, pero quien puede comprar una, seguro la tiene; se ordenó el cierre de los cafenet, análogo persa del cibercafé, en donde se sirve té, y cada vez está más extendido el acceso a Internet, sobre todo, y como es obvio, entre los jóvenes; es muy perseguido el consumo de drogas y, a la vuelta de la esquina, están los vendedores de opio, hachís y heroína.
No sería exagerado decir que, ante la reducida oferta de diversiones permitidas, la gente acude los viernes a la mezquita más cercana para cumplir el rito de rigor y, de paso, saludar a familiares y amigos. De ahí, la ruta continúa hacia el bazar y acaba, para quien puede permitirse el lujo, en un restaurante.
Los viernes, entre las dos y las tres de la tarde, es muy complicado conseguir mesa, sin hacer una larga cola, a menos que se dé una propina a uno de los meseros que de vez en cuando se asoman a ver cuánta gente está formada, y se termine entrando por la puerta de la cocina.
Así es la vida cotidiana en este país, hacia fuera diametralmente distinto y, en el fondo, también parecido a cualquier otro.