Schygulla-Brecht: canto hacia la izquierda
Bertolt Brecht renace en el escenario. Viste gabardina negra de cuero, anteojos, gorra; lleva en una mano un puro y en los pies zapatos rojo sangre, altos, altísimos. Es el escritor alemán en el cuerpo de Hanna Schygulla.
Llegó el final de Brecht... aquí y ahora (Brecht... ici et maintenant), en el que la muñeca-marioneta favorita del cineasta Rainer Werner Fassbinder rinde homenaje al dramaturgo con el que crecieron varias generaciones en esa Alemania dividida en ossis y wessis, los del este y los del oeste, los socialistas y los capitalistas. Es jueves en el escenario del Palacio de Bellas Artes.
Crecimos con él, dice Schygulla. Es una mujer y al mismo tiempo una marioneta. Schygulla y Brecht en un diálogo interno. La crítica del sistema no abandona en ningún momento la actuación y la reflexión: ''Si los tiburones fueran hombres construirían cajas llenas de alimento, porque los pequeños peces alegres saben mejor que los que tienen melancolía". ''La historia alemana se cuenta, y el malo alza su brazo para golpear al mundo entero".
Cantó en alemán a Brecht, contó su vida en castellano: su primera vez como actriz, su primer viaje a París con las recomendaciones de su madre -no darle todo al hombre porque, cuando ocurre, el ente masculino pierde interés-, su encuentro con Fassbinder y la causa por la que decidió dialogar con el dramaturgo alemán en el escenario: hace algunos años vio a un hombre dormido en una caja de embalaje cerca de un centro comercial en Milán, y ''desde ese día pensé que se podía hablar de Bertolt Brecht" porque aun cuando el modelo comunista se volvió anticuado, todavía pervive la lucha de clases.
Fueron 15 canciones con textos de Brecht musicalizadas por Hans Heisler y Kurt Weill, acompañada al piano por Lela Katsarava. Una gabardina negra, un traje azul y un vestido rojo cuelgan de dos percheros, uno pequeño y otro enorme, colocados atrás y enfrente del escenario. En medio hay un armatoste similar del que penden las mismas prendas y otros vestidos de mujer que a lo largo de la obra representarán, sin estar en el cuerpo de la actriz, a sus amigas, su madre y a ella misma.
El vestido rojo se convierte en el centro de las reflexiones. Schygulla nunca se lo pone en el sentido estricto de la acción. Más bien se coloca detrás de él y parece entonces una de esas muñecas de papel a la que las niñas ponen vestiditos de ese mismo material sostenidos por unas pequeñas pestañas.
A veces sus palabras no se escuchan, algunos piden explicaciones: ''Ƒqué dijo?"; otros responden ''no entendí". El oído hace un esfuerzo por eliminar el acento de la alemana y comprender. Sólo queda adivinar la parte del diálogo que se perdió.
La Schygulla, al principio, lleva unos botines, después queda descalza y así recorre el escenario. Al final se coloca detrás del vestido en el perchero, que ya no es rojo sino beige; unas medias transparentes cubren sus piernas. En sus pies unos zapatos rojo sangre, altos, altísimos.
Cuando muchos creen que todo terminó, Hanna Schygulla alza la voz en el escenario: ''Basta, no más injusticias. No más el todo para unos pocos y nada para la mayoría".
Se une al coro de las escasas voces que aún resisten, las de José Saramago, Noam Chomsky, Ute Lemper, Susan Sontag, Danielle Mitterrand... y la de Bertolt Brecht quien, por voz y cuerpo de Hanna Schygulla, cantó hacia la izquierda antenoche en Bellas Artes.
ERICKA MONTAÑO GARFIAS