ANDANZAS
Colombia Moya
Bocca en Bellas Artes
JULIO BOCCA, LA estrella del ballet argentino programada por el Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México en su 18 edición, llenó perfectamente el Teatro de Bellas Artes durante la primera de sus dos presentaciones en este recinto (11 y 12 de abril) con su propia compañía, llamada precisamente Julio Bocca y el Ballet Argentino, con la anuencia del American Ballet Theatre, compañía a la que pertenece dicho artista. Precedido de una excelente fama a escala internacional, Bocca era realmente esperado por el público, en buena parte compuesto por connacionales dispuestos, con la mejor voluntad, a recibir de Bocca todo el arte y calidad que el programa prometía, en especial la obra de Ana María Stekelman Piazzolla tango vivo.
EL BALLET ARGENTINO está compuesto por 12 elementos, bailarinas y bailarines muy jóvenes, de gran carisma y presencia notable por una sorprendente elasticidad, giros y elevación de piernas, aunque nos hubiera gustado mayor énfasis en el trabajo de los pies, como remate dinámico de estructuras académicas realizadas por una escuela que revela diversas tendencias del código balletístico.
EL CISNE NEGRO, del coréografo de El lago de los cisnes Julius Reisinger, cuyo fracaso en 1877 propició posteriores versiones del tema, hasta la definitiva de Petipa e Ivanov, de 1895, que es la que por lo general se usa y conocemos desde entonces, abandera de algún modo el tono e interés que la compañía tiene por la tradición, ya que, aún mezclando el ballet con la danza contemporánea, el aprovechamiento de ésta no va más allá de cierta corriente Humphrey-Graham, movimientos y vestuarios que prevalecen en las demás obras que componen el programa de corte contemporáneo.
EN EL CISNE negro, que no fue la obra inicial como marcaba el programa de mano, el maestro Julio Bocca mostró su impecable rango de gran bailarín, ya embarnecido y bien sólido en las impecables evoluciones de un ballet que alguien como él conoce a la perfección, y que su compañera, Rosana Pérez, mantuvo a la altura sin que, a pesar de los aplausos, se llegara al delirio, debido tal vez a la versión de Reisinger, por lo que se puede advertir fácilmente que la de Petipa es mucho más brillante, refinada y teatral. En El corsario, también de viejo cuño, Cecilia Figaredo y Vincenzo Capezzutto realizaron un buen pas de deux, donde Capezzutto despliega su poderosa técnica y fuerte personalidad, como parte de los bailarines de la compañía, quienes poseen gran presencia y un estilo pleno de seguridad y entusiasmo a lo largo de la función, atributos no del todo aprovechados por la coreografía que, como mencionamos, en general es bastante conservadora.
SIN EMBARGO, EL cariño de la gente, o su buena disposición, propiciaban aplausos sin regateo alguno, complacidos por el buen bailar, mientras se esperaba lo del tango. Piazzola, irrumpiendo con su estilo magistral revelado por la concepción de una coreógrafa de oficio sólido, hace que la compañía se dé gusto en apasionantes evoluciones donde más lució la disciplina y el lenguaje corporal en el campo del ballet contemporáneo, que en una interpretación del espíritu del tango mismo.
EFECTIVAMENTE, BOCCA Y los bailarines ponen su cuerpo a la música del gran compositor argentino, demuestran lo que la danza académica, ballet y contemporáneo, pueden hacer con sus cuerpos en sofisticada versión de esta antigua danza surgida en arrabales y tugurios. Con ello, Julio Bocca contribuye de manera importante a la preservación y difusión de esta forma de baile popular, sin pretender ofrecer una versión castiza del tango, a pesar de que se sentían entre el público las ansias de ver, saber, sentir algo de Argentina, la bullente Argentina, la hermana caída bajo el porrazo de... dígalo usted como lo piensa, como lo siente... como tal vez pudiera ocurrirnos a nosotros.
MIENTRAS TANTO, JULIO Bocca se prende a bailar su tango de una mesa, a la que se unta, se pega y casi relame en mil combinaciones como mejor parte de la obra, porque se ve más natural, menos formado, más intenso y actoral. Casi podría decirse que la mesa le duele y la ama, como si fuera una mujer, que después aparece sin pena ni gloria en un leve tránsito caminado por el espacio escénico y una frialdad sorprendente.
LA LARGA SECUENCIA del solo de Bocca es rica en sugerencias, donde la imaginación puede convertir la mesa en lo que usted quiera, como él mismo lo hace. Momentos aferrados, violentos, desesperados, tiernos, tristes y deslizantes rematan con una danza tango de toda la compañía, donde la pareja de varones baila el tango-danza, aunque muy lejos de aquel origen tanguero y milonguero que, en el puerto de Marsella y el Río de la Plata, bailaban hombre con hombre, macho con macho, con saco y navaja, marineros y maleantes, en una danza peligrosa y prohibida antes de coronarse reina del erotismo, la sensualidad y la ternura, el castigo o la lucha apasionante de poderes entre hombre y mujer, abrazada por un pueblo como danza nacional, y la que Julio Bocca remata con el tango de hombre y hombre en una desenvuelta y retadora actitud que desató el grito y la ovación. Julio Bocca y el Ballet Argentino, sin lugar a dudas, representan con toda dignidad una de las mejores versiones del ballet latinoamericano.