De dios prehispánico a atractivo turístico
El pasado llegó al presente. De esa manera sintetizaron
los medios de la época el arribo de la deidad de la lluvia a la
capital, el 16 de abril de 1964. La rebelión que se había
suscitado en San Miguel Coatlinchán meses antes -que los periódicos
consignaron como nota curiosa- y el interés que existía por
las culturas prehispánicas, ante la próxima inauguración
del Museo Nacional de Antropología e Historia, habían puesto
los reflectores sobre el ídolo.
El candidato del Partido Revolucionario Institucional,
Gustavo Díaz Ordaz, iba de gira por la República. La reciente
visita del presidente de Francia, el general Charles de Gaulle, todavía
se comentaba en el país. El conflicto chino-soviético era
la nota más importante de la sección internacional.
La cartelera de cine anunciaba como estreno La edad
de la violencia, con los ídolos de la juventud César
Costa, Julio Alemán, Manolo Muñoz y Alberto Vázquez.
El Teatro Lírico daba a conocer el esperado debut de Palillo
y la presentación de Miguel Aceves Mejía y Alberto Vázquez.
El Puerto de Liverpool ofrecía elegantes trajes rebajados a 349
pesos y camisas wash and wear a 36.50. El Palacio de Hierro rifaba
viajes a Disneylandia.
Este mundo fue el que recibió a la deidad. Tláloc
llegó al DF entre lluvia y vítores, tituló Excélsior
el 17 de septiembre. Fue la nota principal. La multitudinaria recepción
que había recibido el monolito, el día anterior, había
sido inusual. Se le aclamó como si se tratara de un dignatario del
más alto nivel. No cabía un alma más en las aceras
de las calles por donde realizó su lento recorrido. Hasta porras
hubo. A él y a Cuauhtémoc, aunque no tenían mucho
que ver el dios teotihuacano y el último emperador azteca. Sólo
faltó el confeti, reconocían los medios.
Un punto destacado de la información fue la tecnología
aplicada para el traslado. El enorme peso de la escultura lo convertía
en todo un reto. Se ofrecieron todos los pormenores de las grúas
que lo elevaron del lecho del arroyo donde se encontraba y del camión
construido especialmente para transportarlo. Las fotos muestran a los choferes
del tráiler saludando a la multitud que los aclama.
Un hecho destacado fue que el camión estaba totalmente
cubierto de publicidad de las empresas que habían aportado las llantas
para el traslado. En unas cuantas horas el señor de la lluvia y
del trueno pasó de dios prehispánico a publicista.
"El gigantesco Tláloc abandonó ayer su sede
milenaria. Viajó 19 horas arrastrado por el empuje de 860 caballos
mecánicos y fue admirado por miles de personas a lo largo de la
carretera donde hubo un congestionamiento de varios kilómetros.
Se le atribuyó un aguacero al llegar a la capital, en cuyas calles
"fue la gran atracción", sintetizó Excélsior
en su primera página.
El Universal también hizo alusión
al esfuerzo realizado para traerlo al DF. "Tras épica marcha llegó
al museo el monolito de Tláloc", cabeceó. "A bordo de un
poderoso transporte especialmente fabricado para el efecto y con llantas
capaces de resistir el peso de 165 toneladas se realizó el traslado
bajo vigilancia de un ejército de antropólogos, mecánicos
e ingenieros", reseñaba.
Más adelante daba cuenta de la marcha por la ciudad
de México. "Fue presenciada, pese a la hora, por miles de capitalinos,
muchos de los cuales formaron una verdadera escolta del gigantesco monolito
del dios del agua."
En aquellos tiempos la publicidad oficial destacaba pasos
a desnivel, construcciones y todo aquello que hablara de progreso. En ese
contexto, la única nota discordante la habían dado los habitantes
de Coatlinchán, al oponerse al traslado de la escultura. Todas las
fuerzas vivas se dieron a la tarea de desmentir que tras aquella defensa
asomara el culto a la deidad.
La explicación que tuvo la rebelión de los
mexiquenses fue que estaban "encariñados" con su piedra. No fueran
a pensar en otros países que los mexicanos no acababan de guardar
el penacho y las plumas. A la pregunta de una periodista de la revista
Siempre sobre los motivos de la gente de Coatlinchán para
oponerse al traslado, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez,
autor del proyecto del Museo Nacional de Antropología, respondió:
"Los que usted desee, menos los de carácter religioso".
Nadie parecía recordar la relación de los
pueblos del oriente del estado de México, en su mayoría dedicados
a la agricultura, con la deidad de la lluvia. Todavía hoy en día,
el 3 de mayo, día de la santa cruz para la Iglesia católica,
pero fecha en que los pueblos prehispánicos festejaban a Tláloc,
suben campesinos de la región a punta Tláloc a dar ofrendas.
Pero este mundo no tenía cabida en un país
que descubría las camisas wash and wear y Disneylandia. Tláloc
fue recibido por una capital que lo vio como una atracción turística
más.