Lunes 8 de abril de 2002 |
Semanálisis Futbol de lengua n Horacio Reiba |
P uesto que el
Verano 2002 se derrite sin remedio -falto de juego,
equipos, emoción y calidad-, bueno es animarlo con
declaraciones sensacionalistas, aunque sean tan impropias
como las de Manuel Lapuente un día después del enésimo
"clasico de clásicos", jugado más por el
cuerpo arbitral que por quienes hicieron sudar los suyos
en corajudo esfuerzo sin nada de futbol ni cosa que se le
parezca. Imposible pasar por alto que los decires de
Manolo refuerzan sospechosamente los de su presidente,
que si como tal está resultando un fiasco, como
contratador debe ser lo bastante generoso como para
motivar en su DT reacciones de instantánea lealtad, pero
debe existir otras calculadas razones detrás del
exabrupto lapuentino. Dimes y diretes. Llevan razón los americanistas cuando se quejan del gol que Alcalá no vio, seguido de unas manos salvadoras que también los tomaron -a él y a su asistente- mirando para otro lado. En realidad, ahí terminan las culpas del silbante, acusado también por las Chivas de tragarse una cabriola de Luis Hernández dentro del área rayada que no era falta ni aquí ni en Siberia, a cambio de un segundo penal que sí lo era aunque lo sigan rechazando por no dejar. Total que entre lo que me diste y lo que me quitaste, contabilizada una probable falta a Villa que el silbante ignoró y que se compensa con el penal regalado poco después a las çguilas, y el lanzamiento desde los doce pasos que Ramón estrelló en el poste, la cosa estaba para empate, mismo que de hecho cayó, aunque sin aval oficial, como preámbulo de la rabieta americanista. Por encima de la anécdota, hay evidencias suficientes: a) para condenar al juez; b) para reducir el partido, independientemente del marcador, a su justa dimensión de zafarrancho. Salto atrás. Al invocar la abierta protección de los locutores de Televisa -"somos el equipo de casa, no es posible que nos juzguen como uno más, y hasta que se adornen haciéndose los imparciales a costa nuestra, pasando por alto las injusticias que sufrimos"-. Manolo sugiere que nuestro futbol retroceda un cuarto de siglo, a las épocas en que çngel Fernández y Fernando Marcos ejercían de paleros oficiales del "equipo de casa" y lugartenientes del Tigre Azcárraga en el palco de transmisiones del Azteca. Ahí sí que los árbitros -comandados entonces por Yamasaki, fiel hasta la muerte a Guillermo Cañedo, que lo había traído de Perú- se las veían durísimas para marcar cualquier cosa en contra de las çguilas. La gente, que no es tonta, observó cómo con el tiempo el delirante discurso se desgastaba al par que los empeines de Carlos Reynoso, echó cuentas de los resultados y notó que mientras la gloria se la llevaban otros -Cruz Azul, Toluca...-, el desprestigio de los merolicos de Televisa crecía, hasta que el mundial Argentina 78 -el de la "Gran Esperanza Verde"- lo convirtió en ridículo total. Aunque el idilio amarillo con las altas esferas arbitrales se prolongaría hasta bien entrados los ochenta, el fracaso total del Tri en Argentina puede considerarse como punto de inflexión de un sistema sin futuro, aunque aún mastique hilachos del mismo el anacrónico Perro Bermúdez. Colmillo Calvo. Como es poco creíble que una persona inteligente como Lapuente deseé deveras una vuelta a ese turbio pasado -una de cuyas víctimas fue siempre el Puebla, su equipo de entonces-, habrá que pensar que sus declaraciones van encaminadas a complacer a un patrón generoso... y a "sensibilizar" de paso a los altos mandos del Gran Canal y a las huestes de Edgardo Codesal con vistas a una liguilla más llevadera, donde, en todo caso, los errores arbitrales y los matizados comentarios se carguen para otro lado. Quien quita y así, el mediocre América gane por fin un mediocre minitorneo. |