La Jornada Semanal,  7 de abril del 2002                         núm. 370
 Agustín Escobar Ledesma

Real de minas, El Doctor

De los escasos trescientos habitantes que aún viven en la población de El Doctor, la sexta parte busca el sustento en diferentes ciudades del país y en Estados Unidos; algunos “continúan en el antiguo oficio de la minería”, la miel que en otros tiempos atrajo a incontables moscas españolas, austriacas e inglesas que “se llevaron la riqueza del suelo de la sierra” queretana, con las demasiado frecuentes consecuencias de miseria y abandono cuando vieron el mineral agotado. Agustín Escobar hace la crónica de un pueblo que sabe reinventarse a sí mismo, especialmente en fechas como la reciente Semana Mayor.

El Doctor es un antiguo pueblo minero del municipio de Cadereyta que conserva hermosas casas de tejado de dos aguas y balcones de madera con floridas macetas que añoran el lejano esplendor de españoles, austriacos e ingleses que cruzaron mar y tierra, atraídos por el olor de San Juan Nepomuceno. La pequeña población de calles empinadas y empedradas con mármol está situada entre aguanieve, pinos, oyameles, manzanos, nubes y el frío de la Sierra Gorda queretana, a unos cuantos kilómetros de San Joaquín y a dos horas de la ciudad de Querétaro.

En la actualidad El Doctor es una silenciosa población (que durante Semana Santa es visitado por decenas de vistosos diablos y judas que ahuyentan la pobreza con estruendosos ruidos y gritos) con sólo trescientos habitantes. Según don Bulmaro Velázquez Feregrino, uno de los escasos habitantes que vive en una colonial casa, herencia de su abuelo, la población fue fundada en el año de 1724, como consecuencia del descubrimiento de la mina de San Juan Nepomuceno.

La guerra y la paz

El investigador Héctor Samperio, afirma que el 2 de marzo de 1715, Jerónimo de Labra, el joven, concertó un acuerdo con los chichimecas conocido como la "paz de Maconí", en el que los chichimecas se comprometían a no sublevarse, a condición de "vivir en la sierra su libertad, sin obediencia, sin rey ni leyes". El acuerdo no fue respetado por los capitanes de frontera quienes, con diversos pretextos, atacaron a los chichimecas hasta casi exterminarlos.

Durante la Colonia, alrededor de cien años, los ricos yacimientos de plata de El Doctor, así como de las minas del mismo metal de Maconí y Zimapán (mineral del estado de Hidalgo) dieron grandes ganancias a la Corona española, gracias al trabajo forzado de indios, negros y mulatos que se deslomaron en los socavones. Debido a las insostenibles condiciones de vida de los aborígenes, "el Real de Minas El Doctor fue el centro de los primeros movimientos militares por la Independencia. A fines de septiembre de 1810 fue ocupado y saqueado por los hermanos Juan y Felipe Vende, pioneros queretanos de la lucha armada" (Samperio y Coq, 1987). Los insurgentes destruyeron las instalaciones de la mina, símbolo de la ominosa explotación colonial. Después, durante el México independiente, San Juan Nepomuceno abrió sus socavones al capital inglés y austriaco que, sobre todo durante la dictadura porfirista, volvió a recrear las antiguas condiciones de infrahumana explotación de los mineros en este yacimiento que, en el año de 1890, había entrado en un proceso de decadencia ya que para esa fecha sólo quedaban alrededor de mil mineros trabajando en la extracción de la codiciada plata.

Nuevamente un movimiento armado, ahora el de la Revolución de 1910, cerró la mina que desde entonces permanece abandonada. En la memoria comunitaria todavía se recuerda a varios lugareños que acudieron al llamado de Francisco I. Madero para acabar con la tiranía del régimen opresor. El general Lucio Blanco (quien en 1913 realizó, en compañía de Francisco J. Mújica, el primer reparto de tierras en el norte del país y Ministro de Guerra de Eulalio Gutiérrez) estuvo en El Doctor, allá por 1913, con los guerrilleros serranos, según menciona don Bulmaro Velázquez.

Entre los distinguidos propietarios de la mina de plata San Juan Nepomuceno figuran españoles, austriacos e ingleses: Jerónimo de Labra, Víctor Vórang, Oscar y Tomás Braniff, entre otros, que se llevaron la riqueza del seno de la sierra dejando miseria y abandono a su paso. En las frías noches, los potentados enfundados en camisas de Bretaña y medias de Génova, se reunían a escanciar vinos y degustar quesos ultramarinos al mismo tiempo que escuchaban los conciertos de piano que las gentiles damas interpretaban. Las bellas notas musicales eran conducidas de la mano por el gélido viento alrededor de las coloniales casas de calicanto y madera. La música regresaba asustada ante la vista de las miserables barracas de los mineros indios, negros, mulatos y mestizos muertos de frío.

Los diablos de Semana Santa

J. Guadalupe Olvera Juárez pertenece a una de las familias (otras son los Sánchez, los Trejo y los Salvador) de El Doctor que manufactura máscaras de trapo que son utilizadas por los diablos que invaden los callejones del pueblo durante la Semana Santa. Son personas que trabajan en pequeños talleres familiares y que han heredado por generaciones el conocimiento de una técnica que se pierde en el tiempo y en la memoria de la población.

J. Guadalupe menciona que para fabricar una máscara primero hay que hacer un molde de barro, como el de los adobes, con la figura deseada para después darle forma con sucesivas capas de manta pegadas con resistol blanco (antes se utilizaba pegamento de cola, parecido a la pasta de frituras que venden en los mercados, que se disolvía en agua caliente); después de varios días, cuando ya se ha secado el pegamento, se le agrega una capa de blanco de España y al final van los detalles con pintura de aceite. Así nacen águilas, tigres, vacas, coyotes y otros animales del imaginario colectivo que serán usados por las personas que decidan figurar como diablos durante la Semana Mayor y que tienen la función de resguardar las procesiones que se hacen en esos días santos, cuidan que nadie haga desorden, dentro del caos que ellos mismos propician al ir de un lado a otro asustando niños o correteando perros. Las máscaras llevan una larga cabellera de fibra de henequén (que antes era de ixtle, fibra que los mismos artesanos extraían de las pencas de maguey) que compran en la ciudad de Querétaro.

Cada uno de los diablos carga una cadena que saca chispas al ser restallada en las empedradas calles de mármol de la población; también llevan una ruidosa y pesada matraca que aumenta la algarabía con la que los diablos ahuyentan la maldad que llevó a Cristo a la cruz.

Los ardidos

Además de los diablos están otros importantes seres llamados judas que son personas disfrazadas con una capa roja que les llega a los tobillos con vivos amarillos en mangas, cintura y botonadura y con una ancha faja de estibador en la cintura; llevan la cara oculta con una máscara de algún famoso luchador de moda; la cabeza va cubierta con un bonete rojo rectangular del que sobresale una elaborada figura de papel de china rojo y verde a la que le colocan globos de colores; el atuendo de los judas se complementa con dos pequeños bolsos, uno de piel que llevan terciado como carrillera y otro de ixtle en la mano izquierda, dentro del cual guardan treinta corcholatas de cerveza o de refresco de cola que representan los treinta denarios que Judas Iscariote recibió por la venta de su maestro. Los judas juegan con los diablos, golpean sus máscaras con el morral del dinero sonando ruidosamente, porque de lo que se trata es de eso precisamente: de hacer la mayor algarabía posible para alejar al reino del mal que ha invadido al mundo.

Judas y diablos salen a cuidar las procesiones jueves, viernes, sábado y domingo de la Semana Mayor. Sin embargo, el sábado se convierte en un peligroso día para los diablos ya que están expuestos a que cualquier persona, en el momento más inesperado, encienda un cerillo de la larga cabellera que les cuelga en la espalda, sin que se den cuenta, hasta que ya huele a chamuscado. Quienes les echan lumbre gritan: "¡Te estás quemando, diablo!" Si a alguna persona se le ocurre prender la melena de los diablos en otro día que no sea el día permitido, puede haber serias disputas. Pero el sábado los diablos deben de andar a las vivas para que no les toque la chamusquina.

Durante el Domingo de Resurrección, a eso de las ocho de la noche, la población se reúne en el quiosco para hacer la quema de diablos y judas de cartón. Después sigue un baile con quienes representaron a los maléficos personajes que cuidaron de las procesiones hasta las doce, finalizando así la singular Semana Santa, la fiesta más importante de San Antonio, El Doctor.

Los días y los trabajos

Unos cincuenta habitantes de esta delegación municipal perteneciente a Cadereyta, laboran en la extracción de mármol, otros se van a trabajar a diferentes ciudades del país o a Estados Unidos, otros todavía continúan en el antiguo oficio de la minería y van a la mina de oro de San Martín, Colón (sitio en el que lamentablemente han fallecido cuatro hombres de El Doctor en diversos accidentes); el futuro de las muchachas es de sirvientas en San Juan del Río, Querétaro o Cadereyta. Los que trabajan aquí lo que más llegan a ganar son unos cincuenta pesos diarios.

La producción de las huertas de manzana permite la supervivencia de los lugareños, quienes, durante la temporada de esta fruta, venden la caja entre cuarenta y cincuenta pesos a los coyotes que van por ella; quienes tienen la posibilidad de sacar el producto en camioneta ofertan la caja a unos ochenta pesos; otras personas elaboran licor o ate con la fruta que ha sido golpeada por el granizo de las lluvias, para aprovecharla totalmente.

Nostalgia

La antigua riqueza se ha esfumado desde hace más de un siglo. Ahora El Doctor es un pueblo fantasma en el que los bosques de pinos, el aire puro y el frío le dan un atractivo único. Del antiguo señorío sólo quedan las hermosas casas de diferentes estilos y unos viejos, oxidados y abandonados instrumentos musicales de una banda de viento encerrados en las oficinas de la Delegación, esperando tiempos mejores en este sitio que en el pasado fue más importante que San Joaquín, por sus actividades comerciales, mercantiles y mineras. Hoy El Doctor recién ha sido comunicado con carretera asfaltada, después de años en que la única manera de llegar era por el camino de terracería.

Los muros de las casas coloniales de El Doctor resguardan los Nocturnos de Frédéric Chopin, cuya música romántica y lírica, de dulces y originales melodías, refinadas armonías de ritmos delicados y belleza poética, flotaban en las callecitas, enredándose en los manzanos del bien y del mal como serpiente emplumada ofreciendo la roja manzana del conocimiento musical a indios, mulatos, negros y mestizos que, muertos de hambre, esperaban turno para bajar al inframundo de San Juan Nepomuceno en busca de la brillante plata en los veneros que el diablo escrituró a El Doctor.