Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 7 de abril de 2002
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Política

Néstor de Buen

ƑAmigos del alma?

Después de Monterrey, lo menos que podíamos esperar era que en Estados Unidos se volcaran en atenciones con los anfitriones en agradecimiento a lo hecho, a lo deshecho y a lo por hacer: Ginebra a la vista. Pero los tiempos son raros, y con un sentido social digno de envidia los señores integrantes de la Suprema Corte de ese país tan cordial acaban de resolver un juicio estableciendo el precedente de que los trabajadores indocumentados no merecen protección alguna. La consecuencia: pueden ser despedidos cuando y como le dé la gana al patrón, sin ninguna responsabilidad. Y además, no podrán ingresar a los sindicatos. Pero tal vez hay una explicación subliminal: el trabajador mexicano que perdió el amparo se apellida Castro.

La resolución se tomó por cinco votos contra cuatro. Al menos eso da esperanzas de que no todos los estadunidenses sean tan negativos como lo demuestra el precedente. Que, por cierto, esa misma mayoría es la que convirtió a George W. Bush en presidente de Estados Unidos.

Quiero recordar que el papá del actual, cuando era presidente, integró la Corte a su gusto y de ahí resultó la mayoría conservadora. De manera que, en agradecimiento, como el padre, el actual viaja con su perrito. A veces, por lo visto, también con su señora esposa.

Uno se pregunta si esas decisiones tan generosas se pueden quedar así y nosotros, calladitos. Claro está que no se me olvida que nuestro actual gobierno está acostumbrado, por sus antecedentes comerciales, a rendir obediencia a los muy importantes gobernantes del negocio residentes por allá. En las trasnacionales, las órdenes vuelan cibernéticamente y se depositan en las sucursales en el extrarradio. Y a obedecer se ha dicho.

Pero acordándome de mis antiguas andanzas, no repetidas, por el mundo internacional, he revisado el Acuerdo de Cooperación Laboral (ACLAN) anexo al TLC, en cuya discusión tuve el privilegio de participar bajo la sabia dirección inmediata de Norma Samaniego y mediata, pero no tanto, de Arsenio Farell y Jaime Serra. Me he encontrado con un texto interesante en el Anexo 1 que lista los "Principios laborales" y en el que hay tres reglitas bastante monas. La primera reconoce la libertad de asociación y la protección del derecho a organizarse de los trabajadores; la siete establece la eliminación de la discriminación en el empleo, y la 11 y última consagra la protección a los trabajadores migratorios (no especifica si legales o ilegales) e indica que se debe "proporcionar a los trabajadores migratorios en territorio de cualquiera de las partes la misma protección legal que a sus nacionales respecto a las condiciones de trabajo".

Es más que evidente que nuestros primos, que son unos tíos, se han pasado por rumbos indecibles el acuerdo paralelo y todo lo que huela a compromiso internacional. Y, bien porque ni siquiera han leído los cortesanos el ACLAN, o porque les valió lo que les conté, hoy colocan a su país en la tesitura de la brutal violación de un compromiso internacional.

Hay que recordar que el ACLAN perseguía lograr el cumplimiento de sus normas laborales en cada uno de los tres países. La finalidad no era precisamente el amor por la justicia social, que no aparece citada en el documento, sino impedir que mediante el incumplimiento de las reglas laborales se redujeran los costos en el país violador y se produjeran ventajas comerciales indebidas. El incumplimiento de las reglas laborales abarata los precios finales. Y eso le da en la torre a la competitividad leal.

Esas violaciones, dispone el ACLAN, se deben denunciar en el país afectado, México sin duda en este caso, porque en todos los negocios en que participen indocumentados en Estados Unidos, el que no tengan derecho a indemnizaciones ni a organizarse sindicalmente provocará precios finales sensiblemente menores.

El ACLAN no es generoso en recursos contra esas violaciones. En todo caso permite audiencias públicas; la remota posibilidad de recurrir a un comité evaluador de expertos (que no valúa expertos sino los incumplimientos), y bajo circunstancias muy extrañas (no se han presentado hasta ahora), podría llegarse a imponer sanciones económicas al país violador.

Todas las empresas mexicanas competidoras de las estadunidenses, que ahora vivirán felices sin responsabilidades laborales, podrán formular denuncias ante nuestra Oficina Administrativa Nacional (OAN). Tendrán que hacer cola, sin duda.

En el mundo raro del derecho internacional las sanciones son de muy dudosa eficacia. En el caso del ACLAN, inclusive, las de tipo económico las paga el Estado violador y las recupera por la vía de subsidio para reparar sus males. Por supuesto que no se han dado nunca. Pero importa mucho la publicidad negativa.

Nuestras supremas autoridades tienen material de sobra para armar un bonito lío. Poner en evidencia la violación descarada del pacto laboral de Norteamérica es un deber que tiene que ser cumplido de inmediato.

Todo es cuestión de que se animen algunas empresas y acudan a las puertas de la OAN. Tendrán, seguramente, que hacer cola. Y estrenarse en la formación del famoso comité de expertos. Y exigir audiencias y echar relajo.

Lo que no se vale es quedarnos callados ante la indignidad, ante esta nueva ofensa que afecta a millones de mexicanos.

ƑAmigos? Con esos amigos, para qué queremos enemigos.

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