Participan bailadoras en la promoción
del verdadero son veracruzano
Subir a la tarima y adquirir el gusto por el zapateado,
eso es lo esencial: Soledad Zamudio
Impartirán en el DF un curso de esa interpretación
a la usanza tradicional de Sotavento
Derivado de una fiesta pagano-religiosa, el fandango
deviene cortejo, expresa
ANASELLA ACOSTA NIETO
Rasgueo de jarana, punteo de requinto, voz en décimas
y versadas; al frente, pies sobre tarima de mujer mestiza, altiva, coqueta
entona con tacón el zapateado y nace el son.
Las bailadoras -belleza, tradición y aporte rítmico
en el fandango jarocho- están dispuestas a preservar su contribución
dentro del movimiento jaranero, que desde hace dos décadas emprendió
la tarea de rescatar, promover y renovar el verdadero son veracruzano.
Por ello dos de las actuales y más destacadas representantes
del género, Rubí Oseguera Rueda y Araceli Galván,
del grupo Chuchumbé, vendrán desde Santiago Tuxtla y el sur
de Coatzacoalcos, Veracruz, a impartir un curso a las defeñas interesadas
en la interpretación del zapateado a la usanza tradicional.
A
partir de la iniciativa de Soledad Zamudio Pineda, bailadora del grupo
Chéjere de la ciudad de México, se han programado estos cursos
que comenzarán el próximo lunes 8 con las clases de Oseguera
Rueda, y el lunes 22 las impartirá Araceli Galván.
Pero que no haya confusión. Estas bailadoras nada
tienen que ver con el estereotipo del baile jarocho que doña Amalia
Hernández internacionalizó y que sin querer implicó
el desconocimiento durante décadas de las distintas formas del son
tradicional en Veracruz.
Por fortuna la entrega de personas como don Arcadio Hidalgo,
Antonio García de León, los hermanos González y otros
que les antecedieron, así como el nacimiento del Encuentro de jaraneros
en Tlacotalpan, mostraron la vereda que grupos como Mono Blanco ?comandado
por Gilberto Gutiérrez?; Antonio García de León y
el grupo Zacamandú; Tacoteno, dirigido por Juan Meléndez
de la Cruz; Son de Madera, a cargo de Ramón Gutiérrez; el
grupo Siquisirí, de Tlacotalpan; Los parientes de la playa; Chuchumbé
y más recientemente Cojolites, habrían de seguir para consolidar
un movimiento de jaraneros que rescató, entre el cúmulo de
elementos tradicionales del son, a las bailadoras.
El origen del zapateado veracruzano es impreciso pero
se puede ubicar en las sevillanas, fandanguillos, bulerías, garrotines
y peteneras españolas, que después se fusionaron con elementos
africanos y cuya herencia se arraigó y fue enriquecida en tierras
veracruzanas.
Extensión del lenguaje
Si bien el son jarocho ha incorporado instrumentos como
el arpa grande en lugar de la diatónica y en algunos casos el violín,
así como novedosos estilos musicales para su enriquecimiento, también
ha respetado el zapateado como elemento rítmico que se ensambla
a manera de percusión, de ahí su importancia no como adorno
de un espectáculo, sino como parte activa de una interpretación
musical.
Por esta razón, comenta Zamudio, coordinadora de
los cursos de zapateado, es importante aprenderlo ''porque si no lo haces
bien, la interpretación del son se escucha fatal''.
La idea de las clases intensivas, explica, es sentar las
bases para crear un espacio permanente donde se pueda tener información
de este movimiento musical y aprenderlo a la usanza tradicional, pero también
con sus transformaciones.
Además de la visita de las bailadoras veracruzanas,
habrá un curso de jarana y requinto que impartirán Félix
Oseguera Rueda y Zenén Zeferino Huervo, de Chuchumbé, y Alonso
Borja, de Chéjere.
Como bailadora desde hace ocho años, Zamudio explica
que no hay fandango sin tarima. ''La importancia de ésta obedece
a que es un instrumento de percusión menor que acompaña todo
el son, además de ser visual".
Abunda: ''En el son se acostumbra cantar a la mujeres,
pues la mayoría de los sones son hechos para ellas. El hombre como
versador les canta y las mujeres contestan con el zapateado. Así,
el fandango derivado de una fiesta pagano-religiosa, se convierte en cortejo".
Para las bailadoras del sur de Veracruz, en la región
del Sotavento, el zapateado es una extensión del lenguaje de lo
que hacen todos los días. Se dedican al campo o a cualquier otra
actividad, y paralelo a ello siempre va el son, explica Zamudio.
''En México ya hay mucha gente que hace son, pero
la idea de Chéjere es traer personas de fuera, aunque sólo
puedan impartir talleres rápidos o clínicas. Lo importante
es acercarse a la usanza tradicional para participar en los fandangos,
que las personas se suban a la tarima y agarren el gusto".
Zamudio manifiesta que una vez aprendida la técnica,
viene lo mejor. ''Se abandona la preocupación de verse bien o estar
colocada correctamente; te dejas ir, ya no hay truco, hay que disfrutarlo".
En el son la emoción varía, ya que se puede
pasar de un son fuerte a uno ligerito, pero si la bailadora está
triste se refleja, ''te vas más asentadita". En el zapateado existe
una energía emocional fuerte, ''con capacidad para modificar y transformar
tus estados de ánimo''.
No importa de dónde vengas y qué hagas,
actualmente en los fandangos encuentras reggaeceros, punquetos, punchis
punchis; lo importante es que participas activamente en la música.
Tienes la oportunidad de cantar, de tocar cualquier instrumento de percusión
menor y de bailar o hacer las tres cosas. En los fandangos no nada más
se observa, también se participa de ese lenguaje".
(Los cursos de zapateado se impartirán en el centro
cultural La Pirámide, en Cerrada de la Pirámide y Calle 24,
San Pedro de los Pinos. Informes en los teléfonos 55 59 99 87, 55
81 11 94 o 044 55 30 54 16 90.)