James Petras
Palestina: la solución final y José Saramago
Las imágenes de la fuerza militar israelí
se han transmitido a todo el mundo. Soldados disparando en la cabeza a
los heridos. Tanques deshaciendo las paredes de casas, oficinas y del cuartel
de Arafat. Cientos de niños y hombres con la cabeza cubierta con
capuchas mientras son llevados a campos de concentración a punta
de rifle. Helicópteros de combate destruyendo mercados; tanques
arrasando árboles de olivo, naranja y limón. Las calles de
Ramallah devastadas. Mezquitas y escuelas llenas de impactos de balas;
los dibujos de los niños hechos trizas, crucifijos despedazados,
paredes con las grafías de los maleantes.
Miles de palestinos cercados por tanques; se les ha cortado
la electricidad, el agua, el servicio telefónico, la comida. Las
tropas de asalto tumban puertas y destrozan muebles y utensilios de cocina,
todo lo indispensable para la vida. ¿Puede alguien decir que ignora
que los israelíes están practicando el genocidio contra un
pueblo entero, hacinado en los sótanos bajo las ruinas de sus hogares?
A los sobrevivientes, entre los heridos y los moribundos, deliberadamente
se les niega toda asistencia médica, debido a la decisión
sistemática y metódica del Alto Comando israelí de
bloquear todas las ambulancias, arrestar, e incluso disparar contra sus
conductores y médicos de emergencia. Los descendientes del Holocausto
reclaman para sí, con hipocresía y rencor, el monopolio de
este término, que mejor describe el ataque a todo un pueblo con
la complicidad de la mayoría de los israelíes. Tenemos el
dudoso privilegio de mirar y leer mientras este horror tiene lugar ?y salvar
algunas cuantas almas valientes.
El público israelí, sus medios de comunicación,
intelectuales y periodistas se escandalizaron cuando el autor portugués
José Saramago, ganador del Premio Nobel de Literatura, los enfrentó
con una verdad histórica: "lo que está sucediendo en Palestina
es un crimen que podemos comparar con lo que ocurrió en Auschwitz".
En lugar de reflexionar acerca de sus acciones violentas,
la opinión pública de Tel Aviv se volvió contra Saramago
por haberse atrevido a compararla con los nazis. En su ceguera moral, Amoz
Oz, escritor israelí y algunas veces pacifista (cualidad que le
dura hasta que su país entra en guerra), acusó a Saramago
de "antisemita" y de tener una "increíble ceguera moral". La profunda
inmoralidad de una guerra contra toda una población es un crimen
contra la humanidad. No hay excepciones. Son precisamente aquellos intelectuales
israelíes y de la diáspora, que dicen ser "progresistas",
quienes han expuesto su propia ceguera nacional y cobardía moral,
encubriendo su apología del terror israelí actual con los
sudarios de las víctimas del Holocausto de hace 50 años.
Sólo hay que leer la prensa israelí para
entender la validez de la analogía histórica de Saramago.
Todos los días, líderes respetables y prominentes, electos
por los votantes israelíes, "bestializan" a sus adversarios palestinos,
ante todo para justificar su propia violencia desmedida. De acuerdo con
el diario Ma'ariv, citado por Robert Fisk, un oficial del ejército
sugiere a sus tropas estudiar las tácticas adoptadas por los nazis
durante la Segunda Guerra Mundial: "si nuestro trabajo es tomar campos
de refugiados densamente poblados o apoderarnos de la Casbah de Nablus,
un oficial debe tomar en cuenta las lecciones de pasadas batallas, incluso
analizar la manera en que operaron los alemanes en el gueto de Varsovia".
Cuando la prensa hebrea tachó a Saramago de antisemita,
¿estaba dispuesta a extender esa calumnia a los oficiales de su
ejército, a sus tropas, por basarse en las mismas analogías?
¿Acaso los oficiales israelíes dirán que meramente
"cumplían órdenes" al hacer volar construcciones con mujeres,
niños y ancianos dentro?
En los foros mundiales, desde la Unión Europea
hasta Naciones Unidas y el tercer mundo se condena a Israel por sus actos
contra la humanidad. Los defensores de Tel Aviv descubrirán que
calificar a los críticos como "antisemitas" ya no intimida a nadie.
La opinión pública mundial ha visto y leído mucho.
Nos estamos percatando de que las víctimas pueden convertirse en
victimarios; que la ocupación militar lleva a la limpieza étnica
y a las expulsiones en masa; que las raspaduras pueden derivar en gangrena.
Como era predecible, Washington atiende a las organizaciones
judías y a los militaristas de la derecha extrema; es el único
gobierno en el mundo que acoge el terror del Estado israelí en contra
de los líderes de confesión musulmana y cristiana, y lo que
es contrario a los intereses de las mayores compañías petroleras
y sus aliados sauditas y kuwaitíes.
Si bien grupos reducidos de disidentes israelíes
protestan y muchos reservistas se rehúsan a servir en el ejército
de ocupación, el comentario de Saramago acerca del público
general en Israel también aplica a la mayoría de la diáspora
que defiende a este país: "Un sentido de impunidad caracteriza hoy
día a la población israelí y su ejército. Se
han convertido en rentistas del Holocausto". Como buen Estado-policía,
el gobierno de Tel Aviv sacó los libros de Saramago de librerías
y bibliotecas. Igualmente importante para emprender una política
de genocidio es prohibir, como han hecho, la entrada de todo periodista
a los guetos palestinos, salvo a los encargados de escribir los boletines
de prensa del ejército israelí.
Como en la Alemania nazi, se reúne a todos los
hombres palestinos entre 16 y 60 años; a muchos se les arrancan
las ropas hasta dejarlos desnudos, se les esposa, se les interroga, se
les tortura. Familias de los combatientes de la resistencia palestina son
secuestradas y privadas de agua, comida y electricidad. Soldados israelíes
saquean casas y se roban objetos de valor, destruyendo los muebles. Como
sucedía en el régimen nazi, a cientos de heridos palestinos
se les deja morir, ya que se prohíbe el paso de las ambulancias.
Cientos de miles afrontan la amenaza de la deshidratación y la muerte
por la hambruna, ya que el suministro de comida y agua se ha cortado. Tropas,
tanques y helicópteros israelíes han irrumpido en los pueblos,
las ciudades y los campos de refugiados principales: Tulkarem, Al Bireh,
Belén, Beit Jala, Qalqilya, Hebrón. Descubrir a un solo combatiente
de la resistencia basta para culpar y castigar de manera colectiva: padres,
hijos, tíos y vecinos son cercados y llevados a estadios de futbol
y campos de esparcimiento para niños, acondicionados como campos
de concentración.
Es evidente que la indignación israelí y
judía provocada por la analogía que hizo Saramago del terrorismo
de Tel Aviv con Auschwitz tocó cuerdas sensibles: el odio de sí
mismos, de los verdugos que saben que son discípulos de sus perseguidores
del pasado y que, a toda costa, deben negarlo. Hasta ahora, todos los llamados
de los moderados árabes para que Bush intervenga y ponga un alto
a la masacre han sido inútiles. Washington ha reiterado su apoyo
a Sharon y a la invasión y guerra contra los palestinos. Nadie en
Estados Unidos puede contra el dinero y la influencia del lobby
israelí y sus poderosos aliados judíos. En otras partes,
sin embargo, hay esperanza. Via Campesino y los seguidores de José
Bové han pedido el boicot internacional a los bienes y servicios
de Tel Aviv, cuya economía depende ampliamente de sus exportaciones
a la Unión Europea. Reducciones en las transacciones de petróleo
por parte de países exportadores, particularmente Arabia Saudita,
Kuwait, Irak, Irán y Libia podrían provocar un alza importante
en los precios del crudo y una crisis económica en Estados Unidos,
Europa y Japón. Esto podría producir escalofríos en
los europeos y despertar la conciencia del público estadunidense.
Lo que es absolutamente claro es que mientras Tel Aviv conserve su peso
en el lobby judío en Washington y con el apoyo de Bush, las
resoluciones de Naciones Unidas, las convenciones de Ginebra y los llamados
de Europa seguirán siendo completamente ignorados. En la mentalidad
obtusa de Sharon y sus paranoicos seguidores, todos ellos son antisemitas,
seguidores de los Protocolos de Zion, que intentan desmoralizarlos para
impedir que realicen la misión bíblica del Gran Israel, de
un pueblo, una nación, un Dios, y expulsen a todos los palestinos
de su Tierra Prometida. La opinión pública mundial no debe
instalarse en la pasividad y permitir que la tragedia del Holocausto del
siglo XX se repita en el XXI. Todavía hay tiempo. ¿Pero cuánto
más puede un pueblo, por más heroico que sea, resistir sin
agua ni comida? La oferta que Sharon hizo a Arafat ?libertad de irse sin
posibilidad de regreso? está diseñada para todo el pueblo
palestino.