Luis Linares Zapata
La nueva izquierda
Con grandes dificultades, con titubeos no exentos de torpezas y equivocaciones, una fuerza política va emergiendo en México: la nueva izquierda. No ha catalizado su representación dentro de un solo partido, sino que se ha ido filtrando en varios. En algunos casos ha tomado resabios, todavía vigorosos y útiles, del nacionalismo revolucionario que dominó al PRI en una etapa, superada después, por los sucesivos acontecimientos y hasta las veleidades de sus gobiernos. En otros, lucha por encontrar sus cauces y fórmulas a partir de la crítica a sus rituales inertes, exclusiones y provincianismo que hace la vieja izquierda en sus esfuerzos por modernizar sus liderazgos y bagaje programático. Pero, sobre todo, esta oleada de energía constructora surge por las respuestas partidistas que exigen miles de ciudadanos que pugnan por insertarse, con dignidad y un nivel de vida adecuado, al desarrollo que ofrece un mundo interrelacionado.
Las bases operacionales e ideológicas de este movimiento de izquierda se identifican al enfrentar problemas que derivan, en el frente interno, por la desigualdad y la pobreza y, en lo externo, por los desequilibrios en la distribución del poder y las oportunidades que ha impuesto la globalización y, ante la cual, los acomodos locales han sido defectuosos, al tanteo o preliminares.
La coincidencia entre facciones del PRI y del PRD, que va tomando forma con motivo de la reforma eléctrica, ejemplifica lo enunciado con anterioridad. Estos dos partidos parecen haber llegado a puntos de confluencia que auguran la derrota, al menos en este campo específico, de los impulsos, que parecían ciertamente irrefrenables, hacia la privatización total de la economía del país.
Se tiene que reconocer, sin embargo, que la iniciativa para permitir no sólo la injerencia de capital privado en el sector eléctrico, sino su franca internacionalización, fue detenida desde el sexenio pasado.
La intentona del inefable doctor Zedillo, ahora segundón representante de trasnacionales, fue escamoteada sin llegar a un enfrentamiento directo por aquellas facciones del PRI que más cerca están del corporativismo esclerótico. Pero las ideas que informarían las recientes posturas y soluciones ya estaban maduras desde hace tiempo. Había que darles, eso sí, un tratamiento acorde con la eficiencia financiera que los mercados solicitan y apelar a los sentimientos de independencia, individual y colectiva, así como a la confianza en las propias capacidades que se vienen asentando como asuntos apreciados por los electores, en esta ocasión en sus roles de consumidores y futuros operadores de las empresas del sector.
Los supuestos que se esgrimían como verdades no demostrables para cimentar la privatización eléctrica (montos de financiamiento y tecnología) han sido rebatidos con éxito relativo; faltan aún, hay que decirlo, ciertos detalles que pueden ser cruciales, tales como la autonomía gestionaria suficiente para reducir a niveles aceptables las desviaciones e imponer la lógica propia de una empresa eficiente.
Los recursos para el adecuado crecimiento y desarrollo de tal industria existen dentro del país y las capacidades de investigación también. No es obligada, menos inevitable, la concurrencia o el predominio de las trasnacionales para que se asegure la cuota de energía que requiere la marcha de la vida y fábricas nacionales, tal como esparcían, a diestra y siniestra, los ahijados de la tecnoburocracia hacendaria y sus aliados en los centros de estudio, los medios de comunicación, partidos recoletos como el PAN y multitud de seudonegociantes que han vendido sus empresas bajo la consigna de que no se puede competir con los extranjeros. La derecha ha quedado marcada por su entreguismo e incapacidad para emprender aventuras de gran calado que permitan a los mexicanos participar en la construcción del futuro, el propio y de otros más.
El reciente escándalo desatado por las acusaciones cubanas al canciller Castañeda, e indirectamente al gobierno de Fox de subordinarse a los dictados de Bush, pone de manifiesto la urgencia de lograr consensos internos, sobre todo en esa incipiente fuerza de izquierda que se predica emergente. También se solicitan en otros tópicos adicionales que van definiendo el presente del país, tales como las relaciones con Estados Unidos y el resto del mundo o la pendiente reforma del Estado. Los recientes exabruptos que han tenido lugar en la isla (irrupción en la embajada) y en Monterrey son síntomas desesperados de la inadecuada relación de ese gobierno, no sólo con México, sino con muchos países más, y advierten sobre fases terminales que poco tienen que ver con lo que un canciller pueda querer u odiar.
Lo cierto es que las defensas torpes y anquilosadas de la tradicional diplomacia están fuera de lugar, y hace falta refrescar posturas para enfrentar lo que bien puede ser un lento, pero consecuente desenlace del caso cubano.