Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 2 de abril de 2002
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Política

José Blanco

šOh, la soberanía!

A propósito del show arrebatado de Fidel Castro, la soberanía nacional ha vuelto a rebotar aquí y acullá, en el Congreso de la Unión y en editoriales y artículos de opinión, sin faltar el consabido desgarro de vestiduras. Que si el gobierno respetó o no "nuestro concepto de soberanía" y "nuestra tradicional política exterior". Ya se sabe: en México, quien no tenga una noción perfectamente estática de la soberanía, no es nacionalista; y ambas cosas son pecado de lesa patria.

No hace mucho un amigo dedicado por largos años al estudio del tema del Estado nación desde la perspectiva económica, opinó desde sus muchos conocimientos: "Un día diremos (los hombres) que la nación es una vergüenza". Sí lo creo. En una insignificante cagarruta marginal perdida en el espacio, en la que los hombres pululamos en nuestro hormiguero, nos permitimos ponernos nuestros roñosos moños para "distinguirnos" unos de otros, en primer lugar por nuestra "nacionalidad"; sí, un día todo eso será patéticamente ridículo.

Pero oigamos la voz esclarecida y en tierra firme de Hans Kelsen (1881-1973), probablemente el teórico del derecho más influyente del siglo xx, quien escribió: "el concepto de soberanía debe ser absolutamente superado... Sin la superación del dogma de la soberanía de los Estados no se podrá nunca plan-tear seriamente el problema del pacifismo". Y agrega: "la relación entre soberanía y violencia está dentro de aquella historia que en ciertos aspectos la persigue y la determina".

Como se ve, mucha agua ha corrido desde Bodino (1530-1596): "la soberanía es el poder absoluto y perpetuo de una República". La historia es cambio continuo y el cambio de la sociedad transforma los conceptos con los que se piensa y organiza a sí misma. El Estado nación soberano nace por necesidad del desarrollo capitalista, y es la expansión capitalista, también, la que ha comenzado a disolverlo. La mundialización de la economía hecha posible por el desarrollo tecnológico está en la base de ese proceso.

Jerónimo Arozamena, viejo ex magistrado del Tribunal Constitucional español y hoy consejero de Estado, escribió con sencillez y profundidad: "cuando un hombre llega a la Luna se hace patente que ha empezado una era nueva, la de la globalización". Y ésta, en un proceso sin duda prolongado y gradual, terminará disolviendo las soberanías, cuando un día seamos los hombres capaces de crear un derecho global. Tratar de impedirlo es, como dice el propio Arozamena, intentar ponerle puertas al campo. La vía está puesta: es el ius cogens, normas del interés de la humanidad, normas imperativas de derecho internacional general, reconocidas por la comunidad de los Estados, normas que no admiten pacto ni práctica en contrario. Muchas de esas normas se encuentran reflejadas ya en el derecho internacional público o en tratados internacionales, algunos tan profundos, como el que crea a la Europa Comunitaria que, por lo pronto, configuran una cosoberanía.

La economía globalizada, sin un derecho y un gobierno globalizado, conduce a la selva del mercado. Como escribió hace tiempo Robert B. Reich, ministro del Trabajo del gobierno de Clinton: con la globalización "ya no habrá economías nacionales..., lo único que persistirá dentro de las fronteras nacionales será la población que compone un país". Y pronostica el fin de la soberanía de las naciones y el auge de la pobreza: "La principal misión política de una nación, dice, consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos concediendo cada vez más prosperidad a los más capacitados y diestros, mientras los menos competentes quedarán relegados a un más bajo nivel de vida. A medida que las fronteras dejen de tener sentido en términos económicos, aquellos individuos que estén en mejores condiciones de prosperar en el mercado mundial serán inducidos a librarse de las trabas de la adhesión nacional, y al parecer de esta manera se desvincularán de sus colegas (o conciudadanos) menos favorecidos".

Frente a esa gravísima realidad, todo país se ve impelido a diseñar una estrategia de política exterior que favorezca el desarrollo de la sociedad toda en el marco de un mundo que está disolviendo las soberanías, y en el que existen países poderosos y países débiles. ƑCuál es en México nuestro camino?, Ƒla suicida "tradicional política exterior"? ƑEsa por la cual los gobiernos del PRI utilizaron a Cuba, cuando existía el bloque soviético, para guardar distancias "convenientes" respecto a Estados Unidos, al tiempo que con "la no intervención" se autoprotegían para hacer y deshacer internamente?

No hay escape: tenemos que decidir cómo y con qué ritmo se disolverá gradualmente nuestra soberanía, al tiempo que decidimos nuestro acceso a formas de asociación supranacionales favorables para nuestro desarrollo. También podemos no hacer nada, como el camarón que se duerme.

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