Lunes 1 de abril de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
n Supervisa el secretario de gobierno, Gelacio Montiel, obras en el reclusorio capitalino
En Tlaxcala no hay delincuentes natos, sino "circunstanciales": Noé Aguilar
q Hasta el pasado 28 de marzo había 334 internos y en Apizaco sumaban 279 hombres y 29 mujeres; éstas "son muy astutas y muy difíciles de agarrar": Olmedo López

Fabián Robles Medrano n

"Nadie debe circular por donde no debe", reza una de las reglas de oro del penitenciarismo. Si alguno de los internos de los penales desafía esa amenaza- advertencia para siquiera tratar de llegar a los altos muros del inmueble, sabe que irremediablemente será hombre muerto. No hay vuelta de hoja.
Custodios y reos lo entienden bien. Tan bien que -presume el director de los Ceresos en Tlaxcala, Noé Aguilar Reynoso, ante sus superiores y un grupo de reporteros- desde hace más de tres lustros "ni un interno se ha fugado".
El último intento en el penal de Tlaxcala ocurrió en 1986. Aquella fecha, previo amotinamiento, diez reclusos pretendieron evadirse, pero no lo consiguieron. Tres de ellos murieron. En 1989 hubo una nueva insurrección, "pero duró poco, se controló la situación y no pasó nada", se ufana el funcionario.
En un recorrido por los laberínticos corredores y áreas del Cereso capitalino, Aguilar Reynoso -con teléfonos celulares y radios colgados al cinto, los dedos llenos de refulgentes y gruesos anillos de oro- explica al secretario de Gobierno, Gelacio Montiel Fuentes; al subsecretario de Seguridad Pública y Readaptación Social, Juan Olmedo López, y a tres reporteros las obras de ampliación que se realizan en este penal.
Los trabajos -precisa- eran más que necesarios, urgentes. Presume que durante la presente administración no sólo ha cambiado la forma de actuar de directivos y custodios, sino también la infraestructura de los penales. "¡Imagínense, antes teníamos escritorios sostenidos por ladrillos!, ahora ya es diferente ¡todo el mobiliario es nuevo!".
Con su guía, el grupo realiza un recorrido por los sitios donde se construye 100 nuevos dormitorios, una cocina, más accesos, una sala multiusos, baños, un área que se ocupará como taller -"habíamos pensado en trabajar con Arcomex, pero ya ven, quebró"- y hasta la zona donde se planea edificar un gimnasio "para que los custodios tengan la oportunidad de divertirse sanamente cuando terminen sus labores, en vez de irse a -el funcionario hace la seña con el brazo derecho- empinar el codo".
También transitan por las zonas prohibidas. Por aquéllas que separan a los internos de la vida y la muerte, por esas áreas que marcan la diferencia entre la libertad y una larga condena a la sombra. Por aquellos pasadizos cuasi secretos que muy pocos conocen.
Como en una ganadería de reses bravas, las pesadas puertas de hierro se abren y cierran con una perfecta sincronía "para dejar pasar sólo lo que tiene que pasar... y nada más".
Entre los dormitorios y los grandes muros pintados de amarillo se tiende la malla ciclónica que delimita la llamada y temida "zona de hombre muerto". Si alguno de los reclusos que aquí cohabitan se atreviera a saltar dicho cerco, los custodios harían tres disparos "a discreción, para disuadirlo; pero si (el reo) no hace caso y llega hasta el muro ¡tiramos a matar y ellos lo saben, por eso no intentan acercarse!".
Y por si los custodios fallaran sus disparos en caso de cualquier intento de fuga, los muros del penal están coronados por cientos de metros de concertina, que no es otra cosa más que un alambre de púas "que chicotea" al momento en que se corta. Si esto sucede, el atrevido interno corre el riesgo, seguro, de que una parte de la concertina -la misma que utilizan en tácticas militares en tiempos de guerra- se le clave en cualquier parte de cuerpo, y si intenta quitársela, lo único que conseguirá es causar más destrozos en su figura.
En pocas palabras, ese material "es mortal por necesidad", advierte el director de los Ceresos, quien ahora guía sus pasos a otra zona. La del comedor. "Aquí todo el tiempo la comida está caliente... los internos llevan una alimentación balanceada y con calidad higiénica".
"All right, all right", dice satisfecho y orondo el secretario de Gobierno.
Vienen entonces más laberintos, más puertas y más candados. En las entrañas del Cereso todos esos recovecos parecen iguales y hasta se antojan interminables. De pronto, ya están en el patio central del reclusorio, el mismo que se utiliza como cancha de básquet o futbol, o como escenario de la vida, pasión y muerte de Jesús.
Otra de las reglas de oro del penitenciarismo -pregona académicamente Noé Aguilar- es que "en ninguno de estos lugares existen internos de baja peligrosidad". Aunque pronto se contradice cuando afirma que "los Ceresos de Tlaxcala son de baja peligrosidad, pues no tenemos delincuentes natos, sino circunstanciales u ocasionales... aquí lo más que tenemos son personas que han llegado por homicidio o secuestro".
Ni en el Cereso capitalino, ni en el de Apizaco -presume el funcionario- hay problemas de hacinamiento ni de sobrecupo. Tampoco se ha detectado más casos de familiares de los internos que intenten pasar algún estupefaciente los días de visita familiar, refuerza el subsecretario de Seguridad Pública y Readaptación Social.
Hasta el mediodía del jueves 28 de marzo había en el Cereso de Tlaxcala 334 internos exclusivamente del sexo masculino; y en el de Apizaco 279, amén de 28 mujeres. Todos y todas son clasificados (as) de acuerdo con el delito cometido, edad, sexo, raza, y un largo etcétera.
Homicidios, secuestros, robos a mano armada, asaltos y lesiones, son el común denominador por los que ellos están aquí. Ellas purgan condenas por lesiones, amenazas e injurias. La edad promedio de reclusos y reclusas va de 25 a 30 años.
Una reportera pregunta a Juan Olmedo López: "¿Por qué hay muy pocas mujeres en el Cereso de Apizaco?"
-Porque las mujeres son muy astutas... ¡No se dejan agarrar! -responde ágilmente el funcionario.
En ese instante uno de los custodios le habla en voz baja al oído para darle un reporte de última hora. Entonces, el subsecretario corrige: "ya son 29 (las mujeres que están en el Cereso de Apizaco), ¡acaban de agarrar a otra".